en la discusión por el cannabis
En ámbitos
científicos, los testimonios personales tienen carácter de anécdota.
ALEJANDRA
BERESOVSKY
La Voz del
Interior, 21 de junio de 2019
La marihuana,
una planta cuyo uso con fines terapéuticos encuentra antecedentes milenarios,
inspira hoy dos militancias paralelas en la Argentina.
Por un lado, se
busca descriminalizar su uso recreativo. El pedido tiene, a su vez, varios
fundamentos. Uno es que, por años, el modelo de “lucha contra las drogas”
derivó en la multiplicación del crimen organizado y el empobrecimiento de los
países productores o de tránsito. Por otro lado, los consumidores de la
sustancia han sufrido la estigmatización, efecto que termina retrasando
consultas a especialistas y tratamientos para, eventualmente, abandonar el uso.
La otra acción
que une a parte de la sociedad es la que procura no sólo que se agilice la
incorporación al mercado de productos médicos a base de cannabis, sino también
que se permita el autocultivo de la planta. Uno de los fundamentos es que no
avanza la producción regulada que, se prevé, realizarán organismos vinculados
al Estado.
Cierta confusión
entre ambas demandas (la de descriminalizar el uso recreativo entre otras cosas
para no estigmatizar y la de permitir el cultivo doméstico con uso medicinal)
han reducido el problema a una supuesta persecución por problemas meramente
legales o, inclusive, morales.
No lo es. Como
todo medicamento, las sustancias a base de cannabis con fines terapéuticos
deben ser sometidas a una regulación por parte de un organismo especializado.
No para proteger un negocio –una teoría habla de que se frena su adopción para
preservar las ganancias por otros fármacos elaborados por grandes
laboratorios–, sino que se trata de proteger la salud humana.
Para aprobar un
remedio, las autoridades regulatorias (en Estados Unidos, la FDA; en Argentina,
Anmat) deben autorizar ensayos clínicos en varias etapas. Además, se controlan
las condiciones de cultivo de los componentes para evitar, por caso, la mezcla
con elementos tóxicos.
Si un particular
cultiva cannabis en su casa para uso medicinal, ¿quién puede garantizar que ese
cultivo no está expuesto a agentes contaminantes? Si, además, lo procesa para
elaborar su propio producto, ¿cómo saber si siempre usa la misma proporción de
insumos?
Finalmente, si se
lo autoprescribe o se lo prescribe a un familiar, ¿cómo asegurarse de que no
haya interacción con otros remedios consumidos que terminen afectando a la
persona bajo tratamiento?
Hoy, la mejor
forma de evitar los posibles problemas mencionados es haciendo cumplir la ley
vigente. Pero eso se percibe como una persecución, lo que termina convirtiendo
una discusión de salud en una pelea ideológica.
En declaraciones
públicas, Nora Cortiñas, miembro de Madres de Plaza de Mayo, dio a conocer
públicamente que consume productos a base de cannabis a partir de la
recomendación de conocidos y que cultiva la planta en su hogar para su uso.
Nora Cortiñas es
un orgullo para los argentinos por su valiente acción en pos de la defensa de
los derechos humanos. Su valentía –y la de otras madres, abuelas y familiares
de desaparecidos– es un ejemplo para las generaciones actuales y las venideras.
Pero no es una
autoridad en materia de salud y su experiencia con el cannabis de uso medicinal
no es evidencia para impulsar el uso de la sustancia sin los controles
estandarizados por la ciencia. El mercado de medicamentos no debe ser materia
de influenciadores ni de referentes sociales. En este, como en otros temas,
rige el principio de incumbencia: deben hablar los expertos.
En ciencia, la
experiencia individual es anecdótica.