Mons. Antonio J.
Baseotto CSsR
Obispo castrense
(E) de la Argentina
Hace unos años,
quien fuera entonces presidente de la Nación, Carlos Saúl Menem, lanzó, para
medir el pulso de la opinión pública, la idea de la pena de muerte para
violadores y causantes de otros delitos. Se levantó una ola de protestas, críticas
y declaraciones contra la pena de muerte. Ese fue el clima que entonces se
respiró. Y la cultura de rechazo a la pena de muerte sigue teniendo vigencia en
la sociedad. Sigue en pie el concepto de que es inhumana e ineficaz para los
fines que persigue. Sin embargo (con la complicidad del silencio), la pena de
muerte hoy se aplica en nuestra sociedad. No por fusilamiento o silla
eléctrica, pero de una manera lenta, sin estridencias ni espectáculos
chocantes, pero pena de muerte al fin.
Llevo casi quince
años visitando a militares, policías y civiles que tuvieron algo que ver en el
"Proceso'' (unos 2300). Y veo cómo se van deteriorando gradualmente bajo
el estigma de "genocidas''. Muchos de ellos sin proceso, otros con proceso
de dudosa objetividad, con sentencias por varias causas que se les van
acumulando: lo que significa añadir años a su reclusión, algunos con varias
sentencias de prisión perpetua, etc. Están condenados a muerte aunque no se
diga en voz alta ni oficialmente. El hecho de que han fallecido más de 500 (165
en los cuatro últimos años).
Recuerdo: en el
penal de Marcos Paz estaban mezclados con asesinos, violadores y otros acusados
de diversos delitos. Transcurridos unos años, muchos de estos recobraron la
libertad: delincuentes. Mientras que quienes, equivocados o no, arriesgaron su
vida para que el marxismo no destruyera nuestra identidad argentina (con todo
lo que la constituye "patria''), siguen a "la sombra''. Estos
ancianos, ¿no están condenados a muerte?
Creo que es un
tema en el que la opinión pública debe involucrarse: primero, conociendo la
realidad de los mismos "presos políticos'', interesarse más en cómo se han
desarrollado los juicios, y tener en cuenta la realidad humana de quienes,
privados de libertad, languidecen en los lugares de detención. Y no está de más
considerar la situación de sus familias: visitas más o menos frecuentes a los
detenidos por años, ambiente hostil (e informado parcialmente), que respiran
sus hijos y sus nietos, etc.
Creo que es una
falacia afirmar que no hay pena de muerte. ¿Y esta muerte lenta y extensiva?
La Nación,
8-6-19