miércoles, 19 de abril de 2023

DEL VEGANISMO AL ANTIESPECISMO

 

 la nueva religión antihumanista que venera a la tierra y a los animales

 

Claudia Peiró

 

Infobae, 16 Abr, 2023

 

En agosto de 2021, en plena huida de occidentales y locales de Kabul por la retirada de las tropas estadounidenses, una asociación de protección animal fletó desde Londres un avión a la capital afgana para evacuar a 200 perros y gatos de un refugio. El ministro británico de Defensa de entonces, Ben Wallace, autorizó personalmente el aterrizaje de ese vuelo en el aeropuerto de Heathrow con los animalitos rescatados y varios asientos vacíos, cuando todavía Kabul hervía de gente que intentaba escapar frente a la inminencia del regreso de los talibanes al poder.

 

Recientemente, España ha aprobado una ley referida a los animales domésticos por la cual para ser dueño de uno de ellos habrá que hacer un curso. Sí, capacitarse. La norma regula el tiempo en el que se puede dejar solo a un animal doméstico (24 horas en el caso de los perros y 3 días en el de los gatos) y fija multas de hasta 100 mil euros para los infractores. Por motivos obvios, los legisladores, aunque originalmente no lo pensaron porque parece que legislar fuera de la realidad es un mal extendido, tuvieron que excluir de esta parte de la norma a los animales de caza o de pastoreo, esos que viven y/o trabajan en el campo. A riesgo de frenar actividades productivas. Detalle menor para los fanáticos.

 

La ley también restringe la cría y la venta de animales que en adelante será solo resorte de profesionales. Nada de “prestame a tu perro que tengo una hembra de esa raza y quiero que tenga cachorritos…” Comprar un bebé estará mejor visto que adquirir un perro con pedigree.

 

El mismo Gobierno español que legalizó la eutanasia humana -en junio de 2021- pretendía “una ley de sacrificio cero” para los animales. Hasta los gatos callejeros —“comunitarios” o “colonias felinas” en la terminología del proyecto de ley— iban a estar a salvo de la eutanasia. Luego tuvieron que limitarse, por motivos obvios.

 

Entre nosotros, dos por tres aparece un alma caritativa preocupada por la persistencia de la tracción a sangre —la animal, no la humana, ni siquiera la infantil—, y no faltaron los exaltados que quisieron agarrárselas con los gauchos de la Exposición Rural…

 

Además, como nuestros legisladores no tienen una agenda propia, que contenga las demandas reales, urgentes y colectivas de los argentinos, sino que siguen la corriente mansamente, por figuración o por algún tipo de sensibilidad ante los lobbies, se presentó acá un proyecto de ley para que los animales sean considerados personas no humanas. El texto no distingue entre animales de compañía, silvestres o de cría; quiere declararlos a todos sujetos de derechos. En consecuencia, propone modificar el Código Civil para que, por ejemplo, en un divorcio la mascota no sea parte de los bienes a dividir sino un miembro más de la familia cuyo destino habrá que definir en función de lo que sea mejor para el animalito.

 

Increíblemente, este proyecto superó la grieta. Se pusieron todos de acuerdo kirchneristas, peronistas no kirchneristas, cambiemitas… Lo firmaron Leonardo Grosso (Frente de Todos), Graciela Camaño (Frente Renovador) y Facundo Manes (Juntos por el Cambio).

 

“Los animales no humanos, cualquiera sea su especie, son considerados personas físicas no humanas y en consecuencia sujetos de derecho. Se les reconoce plenamente su sintiencia (sic) y quedan excluidos de cualquier otra caracterización que afecte su también reconocida dignidad (...). Ejercerán sus derechos por intermedio de personas humanas o jurídicas”, dice el proyecto. Los abogados patrocinantes de estos animales podrán accionar penalmente contra quienes los ofendan o maltraten y reclamar las correspondientes reparaciones. Esto permite avizorar un nuevo rebusque en el horizonte de la profesión.

 

Un anticipo lo tuvimos cuando la orangutana Sandra fue representada por un célebre constitucionalista que logró que un juez le concediera un hábeas corpus para su liberación. “Esto sólo se aplica al caso de Sandra y de los grandes primates, que tienen el 96% de identidad genética con los seres humanos”, aclaró el abogado en su momento. El proyecto presentado ahora no distingue en cambio entre simios y otras bestias. Cuatro años más tarde, en 2018, el mismo patrocinante de Sandra se presentó en el Congreso para abogar por la legalización del aborto argumentando que el feto humano no es un sujeto de derecho, como sí lo era la orangutana.

 

Todo esto nos da una idea de hasta qué punto está penetrando esta nueva religión que adora a la tierra y a los animales y los pone por encima del ser humano. El antiespecismo es la ideología que pretende igualar a animales y humanos en su esencia, negando una diferencia de naturaleza o de grado entre el hombre y el animal.

 

Los activistas veganos antiespecistas son como una secta de extremistas que lanza sus anatemas e imprecaciones a diestra y siniestra, llegando en ciertos casos a la acción directa violenta. “Los animalistas, dice el ensayista y periodista canadiense Jerôme Blanchet-Gravel, no condenan solamente la crueldad hacia los animales: es Occidente en su relación con el mundo lo que está en su mira”.

 

Pero como las feministas, que creen que inventaron la igualdad sexual o que les debemos a ellas los logros y derechos de que gozamos las mujeres desde hace años, los veganos están convencidos de que inventaron el amor y el cuidado a los animales; principios que hace tiempo están incorporados a nuestra cultura.

 

La Argentina, como casi todos los países occidentales, cuenta con una Ley que ampara a los animales desde 1954 (n°14.346), hace casi 70 años. También, desde 1981, con una de protección de la fauna silvestre (n°22.421). La orangutana Sandra bien pudo ser liberada y trasladada al santuario donde hoy se encuentra sin necesidad de declararla persona; bastaba con aplicar las normas ya existentes.

 

¿En qué momento se pasó del modelo “Sociedad Protectora de Animales” al extremismo anti humanista de hoy? La protección de los animales, la lucha contra el maltrato y un preservacionismo equilibrado son prácticas positivas y hace tiempo reguladas, y sus objetivos no son incompatibles con el uso de los animales para la alimentación y el trabajo humanos. Se aspira sí a que ello sea con la menor crueldad posible.

 

Aunque para los veganos los simples defensores de animales sean unos reformistas cómplices de su explotación, lo cierto es que casi todos los logros en materia de protección de especies les corresponden a ellos. La limitación del uso industrial, la eliminación de las riñas de gallo y de las peleas de perros, los animales de crico, la regulación de la caza, todo eso es anterior al veganismo.

 

Hasta que aparecieron personajes como Peter Singer, con su teoría de la “liberación animal”, quien considera que el uso de animales para necesidades humanas solo se puede justificar en casos extremos. Así es como surgen las corrientes veganas radicalizadas, o antiespecistas, que militan por los derechos de los animales. Vale recordar que en Holanda llegó a haber un Partido de los Animales, obviamente constituido por personas, incongruencia que no hace mella en la ideología animalista.

 

El creador del término “especismo” fue Richard D. Ryder, psicólogo y filósofo británico, que afirma que la relación entre el homo sapiens y los demás animales es de total dominación. Creó la palabra especismo para designar lo que considera una pretensión humana inaceptable: la de que existe una diferencia entre las especies, una superioridad, algo que Ryder y sus seguidores niegan, contra toda evidencia. De acuerdo a esta teoría, los animales deben vivir libres de toda tiranía y explotación humanas.

 

El animal es un ser sensible, que experimenta sentimientos similares a los del humano; es incluso capaz de pensar. Por lo tanto, corresponde que tenga los mismos derechos que el humano. De los deberes no hablemos. Costaría un poco hacérselos entender.

 

El antiespecista dogmático coincide con el ambientalista fanático: el gran predador es el hombre.

 

En su humanización de los animales, formulan denuncias disparatadas: las vacas inseminadas son vacas violadas; ni hablar de las gallinas, cuyos huevos les son robados; huevos que, en la jerarquía vegana, están por encima del feto humano.

 

Entre los puntos flojos, por decirlo suavemente, del razonamiento antiespecista está el de la indistinción entre especies animales. ¿Se puede equiparar a insectos, moluscos y mamíferos? ¿Sujetos de qué derechos son las moscas o las cucarachas? ¿Es lo mismo un caballo que un sapo? ¿Es lo mismo un caniche que un dogo que caza jabalíes?

 

¿Y qué tienen que decir los antiespecistas de la ley que rige el mundo animal según la cual el grande se come al chico? ¿Un animal puede ser carnívoro y el humano no? ¿Cuál sería el fundamento de esta discriminación? Muchas especies no podrían sobrevivir si no fuera devorando a otras.

 

El periodista y ensayista Paul Sugy es uno de los detractores de la ideología anti-especista. En su libro L’extinction de l’homme, le projet fou des antispécistes (La extinción del hombre, el proyecto loco de los antiespecistas), denuncia la negación cada vez más radical de la esencia de la especie humana. Los veganos han pasado de las acciones simbólicas a la violencia, como los ataques contra carnicerías y queserías denunciando la explotación del animal por el hombre.

 

En su obsesión por salvar a los animales, el antiespecismo predica “un nuevo sometimiento: el de los hombres”, sostiene Sugy. Se puede amar a los animales, dice, considerarlos compañeros, sentir gran apego hacia ellos, pero hay dos distinciones que marcan una evolución muy diferente del humano por sobre las demás especies: la bípeda estación (caminar erguido sobre las dos extremidades inferiores) y un desarrollo extraordinario de las facultades cerebrales que permitió la escritura.

 

Pero para el anti-especismo no hay diferencia de valor entre el humano y el animal. En su empeño por eliminar todo sufrimiento animal, dice el autor, llegan a comparar —sin la menor prudencia ni respeto— la cría de gallinas con la esclavitud humana y la faena vacuna con la Shoah.

 

Sugy sostiene que el proyecto antiespecista apunta a destruir al humano en su especificidad y grandeza, a abolir su estatus superior y radicalmente diferente al de las demás especies vivientes. El hecho de que el libro haya sido calificado de “valiente” habla a las claras de un clima en el cual una serie de corrientes reivindicativas de sectores minoritarios —reivindicaciones muchas veces antojadizas o delirantes— se imponen como dogmas que no se pueden contradecir, aunque vayan contra el sentido común.

 

Entrevistado por la revista Causeur, el 18 de junio de 2021, Sugy advertía que el proyecto antiespecista implica una verdadera revolución intelectual. El especismo —la diferencia entre especies— sería según ellos una discriminación. Y por ello quieren abolir la diferencia entre los “animales humanos” y los “animales no humanos”. La distinción filosófica entre naturaleza y cultura sería obsoleta. Sugy precisa sin embargo que aunque todos los antiespecistas son veganos, no todos los veganos son antiespecistas. El veganismo es un estilo de vida, el antiespecismo una ideología.

 

La conciencia del humano acerca de su superioridad por sobre las demás especies es para ellos infundada y la denuncian como discriminación, explotación, sometimiento. Paul Sugy relaciona esta ideología con otras corrientes de moda en el presente. El antiespecismo, dice, se confunde con el pensamiento queer y lo prolonga: después de la indefinición de los sexos, viene la de las especies.

 

Otra confirmación de que para los veganos el humano está en el fondo de la escala es que el mismo ímpetu que ponen en proteger la leche vacuna para los terneros lo ponen en promover la vasectomía para frenar la natalidad. En Australia hay un verdadero boom de esta práctica promovida por los veganos para los cuales dar a luz a un niño es parir un nuevo contaminador del ambiente. Para ellos es mejor el humanicidio que el ecocidio. Se hacen esterilizar porque la humanidad daña el ambiente. En esta lógica, cabe preguntarse para quién preservan la tierra.

 

En Argentina, el mismo gobierno que promueve la vasectomía y la ligadura de trompas entre adolescentes, firma un decreto para que las farmacias acepten las recetas de veterinarios. Destacando la medida, un funcionario dijo que “esta decisión presidencial la ubica (a la profesión veterinaria) en una valoración equivalente a los médicos, lo cual es muy importante”. Y agregó que “el rol de los médicos y de los veterinarios se mancomuna en pos de un mismo objetivo: la salud pública, animal y ambiental”.

 

Entre los fundamentos de los antiespecistas para equiparar a los hombres con los animales está el de que éstos tienen “conciencia”. Deberían aclarar qué entienden por esa palabra. Las obligaciones, el deber, la distinción entre el bien y el mal o la autorreflexión son cosas por completo ajenas a los animales que, vale reiterar, tampoco son iguales entre sí. No es comparable un animal domesticable, que puede convivir con nosotros las 24 horas, con uno salvaje que jamás se adaptaría. Además, las especies que llegan a dominar su instinto lo hacen gracias al entrenamiento de los humanos; no por conciencia ni por razonamiento. Los que sostienen que existe la inteligencia animal olvidan agregar que es de un orden muy distinto a la humana.

 

El mundo es inteligible —hasta un punto— por y para el hombre, que es quien tiene la capacidad de enunciarlo y pensarlo. Por eso tenemos responsabilidades sobre todo lo creado. Pero sin degradar nuestra condición. El antiespecismo no es preservacionismo animal sino justamente una forma de degradación humana.

 

A propósito de la proliferación y humanización de mascotas, la antropóloga María Carman, autora de Las fronteras de lo humano (Siglo XXI, 2017), advierte que “esta visión humanizante de los animales corre el riesgo de corresponderse con una visión biologizante de los humanos”, llamando la atención sobre “algunas organizaciones que parecen más preocupadas por el caballo que tira el carro del cartonero que por el cartonero” (citada por José Natanson en Página 12, 9/10/18).

 

No es la protección o preservación del reino animal lo que está en juego, sino una concepción del mundo. Priorizar a los animales por encima del hombre, visto como vulgar depredador de una naturaleza endiosada, tal es la nueva religión panteísta que se quiere imponer.