martes, 30 de junio de 2009

TOMÁS MORO, UN POLÍTICO "TESTIMONIAL"


Por P. Ricardo Bautista Mazza

“Su juicio estaba siempre iluminado por la verdad nacida de la Sabiduría de Dios que lo llamaba a la realización del bien en todo momento y lugar”.

1.-El testimonio de su fidelidad a la conciencia.

Juan Pablo II afirma en la Carta Apostólica que proclama a Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos que “de la vida y del martirio de Santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, «es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella»(Gaudium et Spes, 16) (Carta nº 1).
Esta fidelidad a su conciencia fue en Tomás Moro el punto crucial de su vida como padre y esposo, político, juez y abogado, servidor de Dios y de su rey.
Una conciencia que no se refugiaba en la vigencia del relativismo subjetivista tan dominante en nuestros días por el cual cada uno piensa como quiere y se arroga la potestad de decidir sobre lo que es bueno o malo y de allí juzgar sus actos, sino que su juicio estaba siempre iluminado por la verdad nacida de la Sabiduría de Dios que lo llamaba a la realización del bien en todo momento y lugar.

Coherente con esta conciencia verdadera y recta, Tomás Moro tuvo que enfrentarse a los vaivenes emocionales y de conciencia de un rey que como “exponente adelantado” de lo que denuncia Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis Splendor al referirse al síndrome de la “conciencia creativa”, “creaba” la verdad según sus caprichos, y luego bajo el “peso” aparente de esa conciencia obraba el mal sin ningún remordimiento, pretendiendo que los demás se adhirieran a ese modo peculiar de “reelaborar” la verdad según sus antojos.
Este proceder tan peculiar de Enrique VIII, tiene en nuestra época no pocos imitadores políticos que, -sin entrar a juzgar su “conciencia”- “crean su verdad” y a ella se someten, encuadrándose en un mundo irreal que sólo existe en su interioridad, llegando hasta a manipular los índices que muestran el estado económico y social de las misma comunidad civil, pretendiendo que a su alrededor cada persona se someta a esa “nueva visión de la verdad”.
Al respecto afirmaba hace ya un tiempo en un artículo de mi autoría -“El relativismo moral y la perspectiva de género”- que “si la verdad es la adecuación del entendimiento a la realidad, y si se da una lectura de la realidad, es decir, de la cosa, de todo lo que existe, totalmente subjetivista en la que prima el parecer de cada inteligencia que contempla esa realidad a través de un prisma personal, la verdad misma se relativiza”.

Justamente esto es lo que acontece en nuestros días y que se le quería imponer a Tomás Moro, exigiendo que no viera la realidad patente de las cosas, sino que se sometiera al mundo ilusorio fabricado por un gobernante que pretendía hacer regir a toda costa “su verdad”, tan vulnerable a cualquier exámen serio de inteligencias probas, como opresora en definitiva de la dignidad de la persona que sólo se ha de sentir subyugada por la verdad que únicamente le es dada a las conciencias rectas.
Esta fidelidad a la verdad convirtió a Tomás Moro en modelo de todo político que quiera ser “testimonial”, ya que “precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana” (Carta nº 1).

2.-El testimonio de su formación cultural y religiosa.

Recuerda Juan Pablo II que “Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su país. Nacido en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró desde joven al servicio del arzobispo de Canterbury, Juan Morton, canciller del Reino. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam” (Carta nº 2).
Como puede observarse a simple vista, Tomás Moro fue un hombre que se esforzó por ir creciendo en una formación intelectual que le permitiera merecer, -sin buscarlas- las distintas responsabilidades que le cupo asumir con idoneidad y honestidad.
No fue un político improvisado que surgiera del anonimato por los “favores y la dedocracia del poderoso de turno”, sino que naturalmente todas la miradas se dirigían a él cuando se trataba de pensar en alguien con la suficiente solvencia intelectual y moral para realizar cometidos políticos necesarios para el bien de Inglaterra.
Esto permitió que gozara de la libertad de los hijos de Dios para servir a su Dios y a su rey temporal.

Al ser libre no se veía acorralado por la “obediencia debida” que busca concretar cualquier acción, como habitualmente le sucede a aquél que debe su elevación política no al propio cultivo de cualidades y dotes, sino por haber recibido de la mesa del poderoso las “migajas” de las dádivas políticas, que sólo permiten engrosar al ejército del servilismo más denigrante.
Por otra parte, el ser libre y sólo servidor de los principios más enaltecedores, le permitían mantenerse fiel en una conducta intachable que sólo buscaba servir a su Dios, y al monarca, siempre en el marco de la justicia, la verdad y la búsqueda del bien común.
Esto le permitió no vivir según los vaivenes de los cambios políticos mediante los cuales muchos de su tiempo, como sucede en el actual, fácilmente cambiaban de lealtad dando lugar a “acomodamientos personales”, fruto de la búsqueda constante y afanosa de los nuevos aires que puedan aparecer en el escenario político.

De su vida religiosa recuerda Juan Pablo II que “Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso del Reino”. Por otra parte “La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración común y la «lectio divina», así como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos (Carta nº 2).
Esta esclarecida manera de vivir su fe católica sería en el futuro lo que le permitiera vivir con entereza los embates de sus enemigos, presurosos siempre por lisonjear a un rey lujurioso, padeciendo la humillación de la cárcel por no prestarse a los manejos de la injusticia reinante en su tiempo.

3.-El testimonio de político y juez íntegro.

Nos recuerda el papa en la carta que mencionamos al principio que, “en 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes” (carta nº 3).
Conforme con su formación y probidad ejemplar, Tomás Moro, en las distintas misiones que se le encomendaron, sin dejar de servir a su rey, se mantuvo fiel a los más altos principios de la prudencia.
Como Presidente de la Cámara de los Comunes no lo imaginamos el prestarse a la manipulación del poder o renunciando a lo que era propio de su investidura para otorgarlo a la autoridad real.

Como juez, Tomás Moro “afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles” (Carta nº 3).
¡Qué hermoso testimonio nos deja en la administración de la justicia! Siempre libre para juzgar según las leyes y teniendo en claro que el objeto de la justicia es el derecho, o sea el “ius” del que goza todo ciudadano por el que cada uno recibe “lo que le es debido” según la verdad, y no según los dictados del ocasional poder político de la época.
De allí que jamás se dejó manejar en el dictado de la justicia por las órdenes del rey Tudor, ni se le ocurrió beneficiar a los ricos o famosos por sólo serlo, sino que por el contrario estaba pronto a escuchar las súplicas de los débiles esquilmados por los prepotentes.
Esta fidelidad de vida a una conducta honesta le valió el que sufriera en carne propia el proceso de un juicio “armado” para satisfacer al rey, y ser sentenciado a muerte no según la razón, sino bajo el imperio de la venganza
Si hubiera vivido entre nosotros, fiel siempre a la verdad, jamás hubiera cedido a las interpretaciones ideológicas del derecho penal y a las presiones de los abortistas, autorizando “el homicidio legal” del nasciturus o defendiendo el “derecho a abortar”, tan publicitado hoy, como si existiera un salvoconducto para legitimar el homicidio calificado, agravado por el vínculo.

4.-El testimonio de su vida particular y familiar.

Continúa describiendo Juan Pablo II a Tomás Moro en su vida familiar diciendo que “Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia vocación”. (Carta nº 2).
La santidad de vida del creyente se acrecienta asumiendo desde la fe los compromisos propios del deber de estado, siendo el matrimonio y la familia uno de los ejes más importantes de toda existencia humana.
Así lo entendió Tomás Moro quien desde el hogar fue creando un ámbito propicio en el que se nutrían sus descendientes por medio de la transmisión de la fe católica y de un proyecto de vida profundamente humano en el que se destacaban las virtudes tanto personales como las relacionadas con la vida social.

“En este sentido, partiendo del amor y en constante referencia a él, el reciente Sínodo ha puesto de relieve cuatro cometidos generales de la familia:1) Formación de una comunidad de personas; 2) servicio a la vida; 3) participación en el desarrollo de la sociedad; 4) participación en la vida y misión de la Iglesia.”(Exhortación Apostólica de Juan Pablo II “Familiaris Consortio, nº 17).
Adelantado a su época, Tomás Moro bregó en sus matrimonios y familias respectivas por llevar a cabo estos cuatros cometidos señalados.
Es suficiente mirar a nuestro alrededor para advertir sin mucho esfuerzo que es la familia la que permite la realización plena del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
Gracias a esa semejanza con Dios, el hombre lleva en su ser impreso el misterio más grande de la grandeza humana, es decir, que sólo se es auténticamente hombre cuando la riqueza de la comunidad divina se continúa en la creatura humana.
Para realizar este cometido, necesita el ser humano conocerse como persona no cerrada sobre sí misma, sino llamada a formar comunidad con los demás prójimos, sean los unidos a él ya por los lazos de sangre, amicales o ciudadanos.

Cuando desde la intimidad personal descubrimos también al otro como imagen y semejanza del totalmente “Otro”, es cuando es posible establecer puentes para constituir comunidad, familia.
En el hallazgo de la comunidad y del “otro”, en el totalmente “Otro”, el ser humano se abre a la vida ya que comprende su valiosidad ejemplar que jamás puede ser vulnerada, poseída, pisoteada o despreciada en aras del enclaustramiento más feroz del egoísmo.
En nuestra época, en cambio, el “otro” ha sido devaluado de tal manera que hasta los que se dicen querer ejercer como políticos, hacen selección interesada de su prójimo, estando prontos a satisfacer a las minorías “progresistas” que no dudan en sacrificar en al altar de Moloc por medio del aborto a los niños no nacidos, o arrinconar a los ancianos y enfermos a los que consideran inútiles para una sociedad hedonista, o eliminarlos por la “eutanasia” bajo la fórmula siniestra de un postulado autodenominado “derecho a la muerte”.
Ni qué decir que se hacen eco de las apetencias de ciertos “colectivos” que pugnan por nuevas “versiones” del matrimonio y de la familia que no integran lo que el Creador ha formulado para la naturaleza humana.

Estas propuestas de políticos argentinos, autoproclamados algunos como “defensores de la ética”, avasallan sin ninguna vergüenza los principios más elementales que protegen la vida, ya naciente, ya en su desarrollo o en su postrimerías, a la dignidad del matrimonio y de la familia, como si la verdad de esto dependiera del “voluntarismo” de su capricho oportunista y no de fundamentos que tocan al mismo hombre en su ser.
Para ellos la “ética” sólo mira el negociado, o el enriquecimiento ilícito, y no a la persona misma que se la vulnera caprichosamente, como si pudiera existir honestidad para gobernar o legislar si se desprecia al ser humano en su derecho primero cual es el de la vida, y a su deber primero cual es el de reconocerse como cada uno es biológicamente, llamado a la comunidad tan enaltecedora de la persona como lo es el matrimonio y la familia, según el designio del Creador.

5.-El testimonio como laico “en el mundo” y “en la Iglesia”.

En un tiempo histórico tan especial como le tocó vivir, Tomás Moro intuyó que como bautizado debía hacer un aporte concreto a la sociedad como lo señala Familiaris Consortio (nº 17). Lo hizo viviendo de modo extraordinario lo que le correspondía realizar cotidianamente.
Como ya advirtiera desempeñó cada tarea que se le encomendó para bien de su país y de cada conciudadano, sin buscar nunca las honras tan fugaces como el tiempo, por las que muchos ponen alma y vida para obtenerlas por cualquier precio.
Participando en la “vida y misión de la Iglesia” (cf. FC nº 17), “En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión”. …“Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno a un despotismo sin control.”(Carta nº 3).

A diferencia de muchos políticos de nuestro tiempo, no sólo afirmaba pertenecer a la Iglesia Católica sino que daba fe de éste principio con su obrar cotidiano, de allí que intuyendo el autoritarismo político y religioso que esgrimía su rey, prefirió servir incondicionalmente a su único Señor, su Creador y Salvador.
De allí que “durante el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por el tribunal, fue decapitado”. (Carta 3).
¿Cuántos políticos de nuestro tiempo, considerados católicos, no dudaron en apoyar leyes divorcistas o contrarias a las enseñanzas de la Iglesia? Su fidelidad al partido o a su ideología, tiene con frecuencia más peso que el profesar la fe católica que “dicen” poseer.

No pocos son los católicos, por lo demás, que en el ejercicio de la llamada “política pluralista” no dudan en pretender someter a la Iglesia agrediéndola por defender las verdades más elementales en los distintos ámbitos de la vida humana, como la educación, la economía, la moral pública.
Y así por ejemplo, próximos estamos a que se considere a la Iglesia culpable de infringir la ley “contra la discriminación” por sostener que el matrimonio está constituido por un varón y una mujer, y que la homosexualidad, entre otras situaciones tan comunes hoy, no está enmarcada por la enseñanza evangélica.
Y no quepa duda alguna, vienen por más…..
6.-Testimoniando vida austera, muere privado de bienes.
Recuerda Juan Pablo II que“estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria …se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos”.(Carta nº 3).

Es conocido el requerimiento de su segunda esposa porque aceptara las pretensiones del rey olvidando el imperio de su conciencia para verse librado él y su familia de la extrema pobreza a la que eran sometidos por su íntegra fidelidad a la verdad.
Sin embargo Tomás Moro prefirió hasta su muerte vivir en la firmeza de la verdad antes que apoyarse en la seguridad pasajera de los bienes de este mundo.
Al respecto nos enseña que “si en la presente tribulación turca (se refiere a enrique VIII) nos persiguen a causa de la fe de manera que los que la renieguen mantengan sus bienes y los pierdan los que no la abandonen, la persecución será como una piedra de toque, y mostrará quién finge y quién es auténtico, y enseñará a discernir mejor a los que se creen con mejores intenciones de lo que sus obras indican. Porque hay algunos que creen tener buenas intenciones mientras se construyen a sí mismos una conciencia, y se quedan con un montón enorme de riqueza superflua siempre pensando que harán con ella alguna obra buena en la que lo darán todo de una vez, o si no, sus herederos lo harán. Si no se mienten a sí mismos, y guardan todo eso por algún propósito bueno, para hacer de verdad lo que Dios quiera, entonces deberán estar muy contentos en esta persecución de separarse de todo para dar gusto a Dios manteniéndose en su fe” (Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, pág. 254. Editorial Rialp. 2002).

En las bellas páginas de este “Diálogo”, escritas en la cárcel, Tomás Moro, nos deja un mensaje sobre su fe y adhesión a Cristo Nuestro Señor, motivo más que suficiente para preferir perder todo lo terrenal si ello fuera necesario para permanecer en Jesús.
Nos enseña pues, que “Nadie puede servir a la vez a dos señores. Cristo quiere que creáis todo lo que Él os dice y que hagáis todo lo que Él os manda, y que desechéis lo que Él os prohíbe, sin ninguna excepción. Quebrantad uno de sus mandamientos, y los habéis quebrantado todos.”(op.cit. pág. 257).
El servicio a la autoridad temporal nunca ha de ser superior al que corresponde brindar al Creador, es sintéticamente el pensamiento del santo.
De allí, que en conflicto de deberes, el creyente verdadero, aún en el mundo de la política, elige siempre a su Dios antes que a su “rey temporal”.
Esta es la clave para entender profundamente el testimonio de este gran santo.
Quiera Dios concedernos en estos tiempos tan oscuros para nuestra Argentina, el que podamos vislumbrar una patria diferente en el que imitadores de Tomás Moro la conduzcan por la senda de la verdad al destino de grandeza fijado desde sus orígenes.
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Padre Ricardo B. Mazza. Director. En el décimo aniversario de la fundación del CEPS “Santo Tomás Moro”. 28 de Junio de 2009.