miércoles, 24 de abril de 2013

LA CLEPTOCRACIA COMO SISTEMA



 Roberto Battaglino

Rafael Flores, exdiputado provincial de Santa Cruz, narró más de una vez un breve diálogo con Cristina Fernández, en las escalinatas de los Tribunales de Río Gallegos, cuando ambos ejercían la abogacía y pleiteaban enfrentados en la década de 1980, en una causa con contenido patrimonial.
Según Flores, le preguntó molesto a Cristina por qué ella y su esposo (el ahora fallecido Néstor Kirchner) tenían tanta voracidad por el dinero.
Y ella –siempre de acuerdo con el relato del exlegislador– respondió: “Queremos hacer política; y para hacer política en ­serio, se necesita plata”.

El kirchnerismo ha ­demostrado, y por estos días queda expuesto con crudeza, que es un proyecto político edificado a partir de una significativa ­disponibilidad de recursos monetarios “paraestatales”.
En realidad, es un nuevo proyecto político en la Argentina, que se sostiene en una abundante circulación de dinero de origen dudoso. La popularizada expresión “robo para la corona”, de José Luis Manzano durante el menemismo –que dio título al libro en el que Horacio Vertbisky repasó los hechos de corrupción de aquella gestión–, se repite en la estructuración de diferentes armados políticos en busca de acceder o mantenerse en el poder.
“Una caja para hacer política todos tenemos. Es inevitable”, supo decir –sin sonrojarse y con toda naturalidad– un exgobernante cordobés en una charla informal.

La Argentina, que como en muchas otras cuestiones suele ser ciclotímica respecto a ­escandalizarse con hechos de corrupción, se adentra por estos días en el debate respecto de si se puede armar un proyecto político sin un respaldo financiero considerable detrás, si la corrupción debe o no considerarse como un elemento intrínseco de las gestiones de gobierno, si la espiral de hechos ilícitos tiende a expandirse al infinito sin restricciones morales ni institucionales, si el modus operandi de gobernantes solicitantes de coimas o retornos a empresas ha mutado al de ser ellos mismos propietarios de las compañías.
Este debate sobre la corrupción ¿sólo encuentra eco social en épocas de malestar ciudadano? En tiempos de crecimiento econó­mico, ¿importa poco que haya funcionarios que roben?

Estos últimos días han sido pródigos en noticias vinculadas a hechos de corrupción. Tan grave como la naturaleza de los acontecimientos que se conocen es la red que monta el Estado para encubrir, proteger y dar impunidad a quienes violan la ley.
El caso de Lázaro Báez, el cadete que pasó a ser empresario poderoso, surge como un paradigma de la década K, donde algunos parecen haber ganado más que otros.
A ello se agregan casos de corrupción cuyas pruebas no surgen de ninguna fuente ­local a la que atribuirle supuestas intencio­nalidades sino del extranjero, como el hecho que Ralph Lauren haya admitido de manera abierta el pago de coimas a funcionarios argentinos entre 2005 y 2009, más las sospechas que existen sobre los contratos de la brasileña Embraer.
La visión que tienen los cordobeses sobre estos temas surgió del trabajo difundido la semana pasada desde el propio Poder Judicial provincial sobre la imagen de la Justicia de Córdoba.

El 94,3 por ciento de los cordobeses, o sea prácticamente todos, cree que la Justicia tiene “mucho por aportar” en solucionar el tema de la corrupción.
Atado a eso, sólo un 12 por ciento de los cordobeses, o sea una minoría, considera que la Justicia es siempre independiente del poder político.
Los datos cordobeses probablemente sean reflejo de la opinión de los argentinos.
Por estas horas, en momentos en que la corrupción ocupa un lugar central en la agenda pública nacional, el oficialismo pretende una amplia reforma del Poder Judicial, que no parece apuntada a permitir avances en materia de transparencia sino más bien todo lo contrario: garantizar la cleptocracia (el gobierno de los ladrones) como sistema político.

La Voz del Interior, 24-4-13