martes, 19 de enero de 2021

ELPIDIO GONZÁLEZ

 


o la dignidad de una República

POR DIEGO BAROVERO

La Prensa, 17.01.2021

Quizá como consecuencia lógica del juego de contrastes y por oposición con los ejemplos (o la falta de ellos) de la actualidad se ha mentado últimamente con mayor difusión que antes la figura de Elpidio González.

 

Quizá algún memorioso recuerde su figura pequeña y encorvada, de larga y canosa barba, semejante a la de aquellos ancianos del Sanhedrin o los patriarcas del Antiguo Testamento que con su valija de corredor de anilinas recorría la ciudad para ganarse dignamente el pan. Era frecuente encontrarlo en la Avenida de Mayo y Chacabuco, en la desaparecida Confitería "La Victoria" saboreando cerveza o sidra tirada o un café con leche invitado por algún parroquiano que recordaba su actuación pública.

 

Elpidio González había tenido una dilatada trayectoria política y había sido uno de los protagonistas principales de los tres lustros de gobiernos radicales y había pagado caro su lealtad a la República y a su partido durante la llamada Década Infame.

 

MILITANCIA RADICAL

 

Elpidio González nació en Rosario el 1 de agosto de 1875 y era hijo del coronel Domingo González y Serafina González. Cursó sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal, egresando del Colegio Nacional de Rosario con el título de bachiller. Posteriormente se trasladó junto con su madre a la ciudad de Córdoba e ingresó a la Facultad de Derecho local cursando hasta el quinto año de la carrera de abogacía sin concluirla

 

De muy joven adhirió a la Unión Cívica Radical y su primera actuación relevante en el terreno político se produjo durante la revolución radical del 4 de febrero de 1905, comandando un pelotón revolucionario. Tras la derrota del movimiento, conoció por primera vez en su corta vida la cárcel por razones políticas.

 

Sancionada la llamada "Ley Sáenz Peña", la Convención provincial de la UCR lo proclamó candidato a gobernador de Córdoba con vistas a las elecciones de 1912, postulación que declinó, si bien participó activamente de la campaña de su partido y forja una sólida relación con H. Yrigoyen.

 

En 1916 primera elección presidencial bajo el imperio del sufragio universal obligatorio y secreto triunfaron los candidatos de la UCR, Elpidio González como miembro del Colegio Electoral cordobés sufragó por el binomio Yrigoyen-Luna. Elpidio también fue electo diputado nacional, pero resignó su sitial en el Congreso para aceptar el encargo del nuevo presidente como ministro de Guerra, cartera en la que desempeñó una importante labor sobre la que aún no se ha profundizado.

 

Renunció al cargo en setiembre de 1918 para ejercer la Jefatura de Policía de la Capital Federal, cargo de ejerció casi hasta el final del mandato presidencial de Yrigoyen y llevó a cabo una importante labor de reestructuración y equipamiento. En enero de 1919 asomaba una crisis de tremendas consecuencias políticas y sociales, "La Semana Trágica" circunstancia en la que González demostró determinación y coraje a riesgo de su propia vida, procurando la solución pacífica del conflicto que de todos modos será finalmente resuelto tras la intervención del ejército bajo el liderazgo del general Luis Dellepiane.

 

DIVISION PARTIDARIA

 

El 14 de marzo de 1922 renunció al ser consagrado candidato a Vicepresidente de la Nación por la Convención Nacional del Radicalismo, acompañando en el binomio al Dr. Marcelo Torcuato de Alvear. En los comicios nacionales resultó triunfante la fórmula radical con 450 mil votos sobre 200 mil de la Concentración Nacional, expresión política de los conservadores. El 12 de octubre de 1922 prestaron solemne juramento los nuevos presidente y vicepresidente de la Nación, a la sazón Máximo Marcelo Torcuato de Alvear y Elpidio González.

 

Las diferencias que dieron origen a la división partidaria y la fundación del llamado radicalismo antipersonalista en oposición a Yrigoyen fue motivo de distanciamiento de aquella fórmula lo que no resultó impedimento para que Elpidio ejerciera su mandato con estricto acatamiento al orden constitucional y mantuviera su solidaridad política al expresidente, que resultó electo por abrumadora mayoría para un nuevo mandato en 1928.

 

Al prepararse para asumir por segunda vez la primera magistratura de la República, don Hipólito tuvo hacia Elpidio un gesto inequívoco de respaldo y reconocimiento a su inquebrantable lealtad al designarlo Ministro del Interior, cargo que asumió el 12 de octubre de 1928.

 

Es entonces que se abre un período enigmático en la vida del legendario político, cuya conducta exhibe gestos y actitudes que despertaron la suspicacia de contemporáneos, cronistas e historiadores ya que parecen inspiradas en la ambición y el egoísmo por suceder en el liderazgo al presidente y caudillo.

En 1930 se produjo el más trágico acontecimiento de la historia institucional argentina, por primera vez un gobierno legítimo y constitucional fue relevado por la fuerza de un golpe cívico militar que instauró una dictadura.

 

La administración de Yrigoyen fue incapaz de reprimir el acto de fuerza. La trama de la conspiración fue descubierta por el ministro de Guerra Dellepiane que fue hostilizado por motivaciones pueriles obligándolo a renunciar. Con el golpe en marcha González, ministro del Interior e interino de Guerra procuró junto a los generales Toranzo y Mosconi organizar una resistencia fallida desde el Arsenal ubicado en avenida Garay y Pichincha. Pero la derrota de la democracia estaba cantada.

 

SOSPECHAS INFUNDADAS

 

Si algún interés inconfesable alimentó González con respecto a la conspiración y al golpe como algunos intentaron afirmar, los hechos finalmente desmienten la especie ya que en el período inmediato posterior a la caída del régimen constitucional fue destinatario y víctima de la persecución y el estigma que la dictadura desató sobre el radicalismo y sus principales exponentes comenzando por Yrigoyen. Ambos, el presidente derrocado y su ministro compartieron reclusión abordo del vapor "Buenos Aires", departiendo largamente en las horas de ocio obligado.

 

Lo cierto es que el comportamiento posterior de Elpidio demostró claramente que las sospechas que recayeron sobre él eran absolutamente infundadas. De la revolución no podía esperar ningún beneficio político ni económico en el orden personal. El transcurso del tiempo así lo demostró.

 

No solamente se rehusó a percibir la asignación especial como ex vicepresidente que le correspondía por derecho sino que para ganarse la vida debió ingresar a la conocida firma productora de anilinas "Colibrí", para desempeñarse como corredor de comercio percibiendo una modesta remuneración que le obligaba a vivir austeramente.

 

En la década de los treinta, Elpidio pasó a un plano casi decorativo en el Radicalismo. No tuvo prácticamente actuación cívica, quizá como un reflejo de dignidad y convicción de que su tiempo se había acabado y que nuevas generaciones debían asumir los roles directivos.

 

En la campaña para los comicios de 1946 Elpidio retornó a la actividad política para acompañar a la fórmula radical sostenida por la Unión Democrática integrada por los radicales José Tamborini y Enrique Mosca. Luego de la derrota sufrida frente a la candidatura del Coronel Juan D. Perón, el mítico ex ministro de Yrigoyen volvió a su silencio político. A comienzos de 1951 fue sometido a una intervención quirúrgica en el Hospital Italiano donde permaneció convaleciente durante seis meses. Era un eufemismo, ya que no tenía dónde ir a vivir ni quién le prodigara cuidados a su edad. Allí falleció el 18 de octubre a las 4,25 hs., rodeado del afecto de su ahijado Tito Anchieri, Orozco que fuera colaborador suyo desde los tiempos de la Jefatura de Policía, Carlos Borsani e Ismael Viñas.

El gobierno decretó duelo oficial por dos días. Sus restos mortales fueron velados en el Comité Nacional radical y llevados al cementerio de la Recoleta. Su inhumación constituyó una apoteosis de su trayectoria política y su conducta civil. El féretro conteniendo sus restos mortales reposa en el panteón del Monumento a los Caídos en la Revolución del '90, junto a Alem e Yrigoyen. Como legado de su personalidad política y su compromiso cristiano dejó indicado en su testamento que sólo deseaba "ser enterrado con toda modestia, como corresponde a mi carácter de católico, como hijo del seráfico padre San Francisco, a cuya tercera orden pertenezco, suplico con amor de Dios la limosna del hábito franciscano como mortaja y la plegaria de todos mis hermanos en perdón de mis pecados y en sufragio de mi alma".

 

 

Diego Barovero

Presidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano.