lunes, 11 de julio de 2022

RESCATAR UNA BANDERA

 


en tiempos de la batalla cultural

 

Por Ignacio F. Bracht (publicado en La Gaceta de la Iberósfera)


Foro Patriótico Manuel Belgrano, 10-7-22

 

El Foro agradece a Ignacio Bracht su licencia para incorporar a  nuestra web el valioso artículo de su autoría que fuese originalmente  publicado en La Gaceta de la Iberosfera.

 

Los símbolos patrios, ya sean nacionales, provinciales, o de diversas instituciones  u organismos públicos o privados constituyen un lenguaje que, a través  de lo que exponen o representan, buscan transmitir valores, historia e  identidades. La heráldica y la vexilología son artes o ciencias que estudian aquello que blasones y banderas pretenden expresar.

 

 

En tiempos de postmodernidad y de batalla cultural,  globalización mediante, los símbolos forman parte de ese conflicto, que  se vive a diario con las redes sociales y los medios de comunicación sin  que el lector o el televidente se percate, en muchos casos, de los  mensajes encriptados en lo simbólico, al decir de Carl Jung, que se le envían al ciudadano de a pie.

 

 

En estas tierras de Hispanoamérica, desde hace unos años, observamos  que en cuanta concentración, marcha o movilización que promueven sectores de la izquierda y el “progresismo”  vernáculo, comparten sus pancartas, simbología y banderas, con enseñas  como la Wiphala, la cuadrangular y multicolor, cuyo origen se encuentra  en algunas etnias cordilleranas Aymara y que desde 2008, durante la presidencia de Evo Morales, fue adoptada como bandera oficial, a la par de la nacional, de la República Plurinacional de Bolivia, mediante la Constitución sancionada ese mismo año.

 

 

En la Argentina, sirva como ejemplo, “organizaciones sociales” y políticas como la Tupac Amaru, que fuera conducida durante años bajo el amparo y al calor de los fondos recibidos por los sucesivos gobiernos kirchneristas, por la hoy presa y condenada por hechos de corrupción y violencia por la justicia de la provincia de Jujuy, Milagro Sala,  hacía flamear sus insignias partidarias con los rostros de Tupac Amaru,  el Che Guevara y Evita Perón (un curioso sincretismo), junto a la  Wiphala, hoy universalizada como enseña de los llamados “pueblos  originarios”, y adoptada por algunas corrientes de la New Age. Cabe  resaltar que esta bandera no proviene de un ancestral pasado incaico ya  que ningún vestigio arqueológico o testimonio de cronistas de Indias  (tanto peninsular como americano) menciona al colorido emblema; sí que  los Incas presidían sus ceremonias con un pendón rígido y que variaba  según el  soberano Inca de turno.

 

 

En un Congreso Indígena en Bolivia en 1945, donde asistieron  arqueólogos, antropólogos e historiadores del pasado precolombino, se  presentó un tapiz, un bellísimo tejido similar a un pequeño bolso y  cerámicas de las etnias andinas Aymara, valga recordar, pueblo sometido  por el imperio de los Incas, donde figuraba el cuadrangular  policromático dibujo o diseño. En tiempos del Virreinato del Perú,  existen dos pinturas de la escuela cuzqueña, una del Arcángel Gabriel  del siglo XVIII y otra del siglo XVII, que los presentan a los ángeles  arcabuceros con el manto ajedrezado. En 1978, se le dio el formato  contemporáneo, y con el tiempo fue adoptado como la bandera de los  pueblos originarios por distintas comunidades aborígenes de América, tan disímiles como los habitantes del Altiplano, del Perú, norte de Chile,  pueblos y etnias del noroeste y norte argentino (pilagas, tobas, quom,  guaraníes, huichis entre otros);  que sin duda merecen el respeto del  Estado Nacional y provinciales, cosa que no sucede a menudo, menos aún  por los gobiernos que enarbolan el “indigenismo” como ariete ideológico.  Esta bandera es válida para rescatar su pertenencia, algo creativo, si  no fuera que se utiliza para confrontar con la idea de estado nación,  oponiéndose desde la izquierda al pasado hispano criollo.

 

 

Recuerdo una  imagen  del 12 de octubre en Pamplona, en 2020,  donde aparecen cuatro  personas con el rostro cubierto, acompañados con la bandera vasca, la Ikurriña, y la Wiphala,  destrozando dos estatuas de yeso pintadas símil bronce de Cristóbal  Colón y el rey Felipe VI, lo que nos habla de que aquende y allende los  mares este símbolo es utilizado con el mismo espíritu confrontativo y  segregacionista.

 

Similar es el caso de la denominada “bandera mapuche”, adoptada por  sectores radicalizados del sur argentino y chileno, como la RAM  (Resistencia Ancestral Mapuche) en la Argentina  y la aún más poderosa  CAM (Coordinadora Arauco-Malleco), en Chile. Ambas organizaciones han  cometido y lo siguen haciendo al presente, actos de violencia y  terrorismo, contra personas, usurpando campos, parques nacionales, es  decir tierras públicas como privadas, reclamando la soberanía  territorial “ancestral” del Wallmapu (que ocuparía todo el sur chileno,  parte del centro y todas las provincias de Neuquén, Rio Negro, La Pampa,  sur de San Luis, parte de Chubut y la mitad de la de Buenos Aires; un  verdadero dislate. Cabe resaltar que dichas organizaciones no respetan  las Constituciones  de ambos países, ni los símbolos nacionales.

 

 

La bandera que los identifica es la conocida con el nombre de  Wenufoye (aunque existen otras variantes de banderas mapuches),  resultante en 1992 de un concurso donde se presentaron 500 modelos de  diseño, lo que nos habla que de “ancestral” no tiene nada, más allá que  incorpora símbolos utilizados por el pueblo araucano.

 

 

No fue una característica de los múltiples pueblos indígenas, mal  llamados originarios (ya que eran de un territorio, pero su actividad de  nómades, los hacía invadir zonas de otras etnias y  combatir contra ellos; caso de los araucanos, originarios del sur  chileno, con los pueblos tehuelches de las pampas argentinas, por citar  un ejemplo), de América contar con lo que hoy concebimos como banderas,  existentes en la tradición europea, y que son construcciones  contemporáneas. Pero el hecho es que se ha instalado en el colectivo  social su “ancestralidad” y que en su mensaje de “reparación histórica”, cuestionan la concepción del Estado moderno, donde sus Cartas Magnas  igualaron a todos los habitantes del país, más allá de su origen étnico  (aborígenes, hispano-criollos, o descendientes de la vasta inmigración de todos los rincones del mundo de fines del siglo XIX y comienzos del XX), religión y nacionalidad de origen.

 

 

En sus consignas o postulados estos movimientos jaleados por  ideologías de la variopinta izquierda, que no aceptan constituciones, ni  símbolos del Estado Nación, en busca de su “identidad nacional”,  plantean directamente la segregación territorial, algo violatorio de  las Constituciones de los países americanos, al igual que sucede en  España con los separatistas que violan la Constitución de 1978 y la  unidad española.

 

Merece destacarse que las organizaciones mapuches cuentan con una  sede internacional con sede en Bristol, Reino Unido, algo de por sí  curioso por donde se lo mire, aunque no sorprende, ya que embozado o no,  lo que pretenden en sus afiebrados postulados es el reconocimiento  internacional; algo similar cuando los separatistas catalanes instalaban  “embajadas paralelas” a la natural de España en distintos países del  mundo.

 

 

Sirvan estos dos ejemplos, tanto el de la Wiphala como el de la bandera Wenofoye,  aunque existen otros, para resaltar su reciente creación y desmentir  las teorías que vocean sobre historia milenaria. La idea de crear  ámbitos de separación y conflicto, dividiendo y enfrentando a las  sociedades en una batalla cultural, repensando al lúcido marxista  Antonio Gramsci, no es nuevo, pero ha cobrado ímpetu en sectores de la  izquierda internacional o “progresistas” acicateados por creaciones como  el Grupo de Puebla, hijo dilecto del Foro de San Pablo de los noventa,  para impulsar las crisis y acceder al poder vía democrática e instalar  los modelos populistas de los llamados Socialismos del Siglo XXI y las  “democracias participativas”, al decir del pensador marxista Ernesto  Lacleau.

 

 

Si a lo antedicho, le sumamos la creación en 1978 en los Estados Unidos  de la bandera del Arco Iris de las minorías LGTB, más la reciente y  novedosa bandera TRANS, vemos una muestra más de empoderar minorías,  enfrentando a sectores sociales, imponiendo diferenciaciones, como si  una bandera nacional de un estado contemporáneo no abarcara a todos sus  habitantes, más allá de sus gustos ideológicos, políticos, sexuales o  culturales. La izquierda cultural, por defección de las derechas, en  muchos casos, ha ganado terreno en los ámbitos universitarios, medios de  comunicación, estableciendo una agenda globalista que apunta al corazón  del Estado-Nación, como lo hemos concebido hasta el presente. Valga  como ejemplo lo visto en la asunción del presidente chileno, Gabriel Boric,  donde en la plaza repleta de adherentes, flameaban banderas moradas del  colectivo feminista radical, del Partido Comunista –integrante de la  coalición de gobierno-, y banderas mapuches. Sólo la ausente, era la  bandera nacional de Chile; todo un síntoma de lo mencionado.

 

 

Merece mencionarse que la actual Ministro argentina de la Mujer, Igualdad  y Género, Elisabeth Gómez Alcorta, que maneja un presupuesto anual de 17.000 millones de pesos, dedicado a políticas de género, en un país donde la pobreza es cercana al 50 por ciento, fue la abogada defensora del terrorista seudo mapuche, Jones Huala,  condenado en Chile por la Justicia y de la mencionada Milagro Sala,  también condenada en Jujuy, además de ser una de las representantes del  gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el Grupo de Puebla.

 

El Relato como Constante. El ‘multiculturalismo’ ideologizado

 

En esta confrontación cultural, muchas de estas insignias, válidas  como creaciones modernas para recordar sus orígenes, buscan rescatar a  los llamados “pueblos originarios”, pero repetimos, con un discurso y relato hispanofóbico,  curiosamente racista, en donde se niega y abomina de un hecho  incontrastable de la conquista de América, que fue el mestizaje de  culturas y de sangre, que la convirtieron en un suceso único en la  historia de la Humanidad, dando a luz un Nuevo Mundo,  consecuencia de esa fusión, que hizo que América, España y Occidente  mismo, fueran  diferentes al anterior a 1492, tanto a un lado como del  otro del Atlántico.

 

En la Argentina, fue el primer gobierno electo por sufragio universal y secreto como consecuencia de la llamada Ley Sáenz Peña, por el voto popular, encabezado por el presidente Hipólito Yrigoyen,  figura icónica del Radicalismo, quien mediante un Decreto de 1917  estableció como fasto patrio al 12 de Octubre como «Día de la Raza». En  su contenido queda manifiesto el sentido dado al término: rescatar y  honrar a la raza  americana surgida de esa confluencia entre España y  las múltiples y diferentes culturas de los nativos indígenas del vasto  imperio español, que se extendió desde los hoy vastos territorios de los  Estados Unidos hasta el Cabo de Hornos, incluidas las Islas Malvinas.  Por citar otro ejemplo de distinto signo político, en 1946, el  presidente electo Juan D. Perón en su discurso en homenaje al genial Don  Miguel de Cervantes, el 12 de octubre de dicho año, que podría ser de  los más prestigiosos hispanistas y que dejaría patitiesos a los  presentes progrekirchneristas, sostuvo: “Para nosotros, la raza no es un  concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual”,  continuando con los postulados de Yrigoyen.

 

 

Con el tiempo el fasto del 12 de octubre pasó, al igual que en España  y otros países de Iberoamérica a denominarse Día de la Hispanidad,  aunque algunos lo siguen celebrando con la original denominación, como  lo es en la República Oriental del Uruguay.

 

 

Recién será durante el primer gobierno de Cristina Kirchner,  comprometida con el relato de la nueva izquierda, que mediante un  decreto, el 1584 de 2010, el Día de la Hispanidad pasó a llamarse “Día  del Respeto a la Diversidad Cultural”, una entelequia, que continúa  hasta hoy y que no fue modificado durante el gobierno de Mauricio Macri;  que más que respetar es atacar y desconocer nuestro origen.

 

 

En ese año, dos legisladores de fuerzas de izquierda presentaron un  proyecto para cambiar la enseña de la Ciudad de Buenos Aires, que  ostenta las Armas del escudo que su fundador Don Juan de Garay  otorgó, a la ciudad por él fundada en 1580, argumentando, entre otros  detritos, a su entender, contra “el pasado imperial, su cruz sangrante  de Calatrava, su falta de ecumenismo republicano, etc., etc.,” entre  otros dislates ahistóricos ideologizados. Por voces que se levantaron,  el proyecto no fue aprobado en la Legislatura de la Ciudad.

 

 

El 12 de octubre, Día de la Hispanidad, se celebra en muchos países  como hemos mencionado, siendo en la propia España, el Día Nacional.  Allí, es rechazada por independentistas que no la consideran su “fiesta  nacional”, como los separatistas catalanes que han trocado su histórica  bandera, la Señera, roja y gualda, por la Estelada, estandarte del  independentismo. Otro ejemplo más, de la manipulación de los símbolos.

 

En 2013, durante su segundo mandato, la actual vicepresidente, desmanteló el magnífico complejo escultórico, del italiano Arnaldo Zocchi,  que recordaba a Cristóbal Colón, inaugurado en 1921 y donado por la  comunidad italiana en el país con motivo del Centenario de 1910. En el  marco de su relato bolivariano, donde Colón fuera catalogado del  iniciador del “genocidio”, fue sustituido por el de la heroína de la  independencia, Doña Juana Azurduy de Padilla. Debe  resaltarse que la Coronela, así se la llamó, era de sangre mestiza  (madre indígena y padre criollo de origen vasco) y su marido, un criollo  español americano. Sin Colón, Azurduy no hubiera existido; en síntesis,  la absurda antinomia desconocedora de la realidad hispanoamericana  volvió a tener en estos dos ejemplos una argumentación más, falaz por  donde se la mire, de crear los opuestos de: Imperio, España y conquista,  versus neoindigenismo, libertad y sojuzgamiento.

 

 

Estas corrientes de la nueva izquierda cultural  recicladoras de la ya enmohecida “Leyenda Negra” no cejan en levantar  símbolos para dar sustento a su parcial mirada de nuestra historia.  Cuando el mundo Iberoamericano se traduce como síntesis y no como  antinomia de sustitución de uno por otro, como lo atestiguan desde el  lenguaje, la religión mayoritaria, la vasta arquitectura, las  instituciones y la herencia hispano criolla que nos identifica.

 

 

Recientemente, el régimen chavista presidido por Nicolás Maduro  modificó el histórico escudo de la Ciudad de Caracas (Santiago de León  de Caracas), otorgado por Real Cédula de Felipe II en 1591, quitando el  león y la Cruz de Santiago, es decir, borrando la referencia histórica  del pasado hispano y cristiano. La acción fue realizada para celebrar  “simbólicamente” el 20 aniversario de la vuelta de Hugo Chávez al poder,  tras el fracaso del intento de destituirlo, por parte de sectores de  las fuerzas armadas.

 

Rescatar una Bandera: La Poetiza de América y un Capitán Uruguayo

 

Por lo expuesto merece ser rescatado del olvido un hecho que se  produjo en 1932, con motivo de celebrarse en la República Oriental del  Uruguay la VII Conferencia Panamericana. Surgió a iniciativa de la gran  poetiza uruguaya Juana de Ibarbourou (nacida en Melo en 1892, fallecida en Montevideo en 1979. Era hija de Vicente Fernández,  natural de la villa de Lorenzana, provincia de Lugo, Galicia y de  Valentina Morales, una de las familias criollas de origen español más  antiguas del Uruguay, casada con el capitán Lucas de Ibarbourou), o  “Juana de América” como la denominaron sus contemporáneos de las Letras,  un concurso continental para dotar de una bandera que representara la Hispanidad, como síntesis y unidad de los mundos y culturas que se forjaron a partir de 1492.

 

El diseño que se adoptó fue el presentado por el Capitán de Artillería del ejército uruguayo, Ángel Camblor  (nacido en Rivera en 1899 y muriendo en Montevideo en 1969. Sus padres  eran de origen asturiano. En 1929 terminó sus estudios en la Escuela  Superior de Guerra en España, recibiendo la Cruz del Mérito Militar por  ser el más óptimo alumno de dicho centro de estudios castrense).  Acompañada de un lema: “Justicia, Paz, Unión, Fraternidad”, valores que aquel señaló como representativos de los hispanos.

 

 

La enseña fue adoptada por todos los estados americanos e izada por  primera vez el 12 de octubre de 1932 en la Plaza Independencia, en el  corazón de Montevideo, por la propia poetiza Ibarbourou  con la asistencia de las escuelas oficiales y de las tropas del  Ejército. El 3 de agosto (recordando la partida de Colón del Puerto de  Palos) subsiguiente se izó en forma análoga en todos los países de  América, también en España, levantándose al cielo en Buenos Aires el 12  de octubre de 1933 en la Exposición Rural de Palermo ante la asistencia  de 60.00 personas, entre ellos el presidente argentino Agustín P. Justo,  autoridades nacionales, cuerpos diplomáticos y un casi centenar de  directivos y presidentes de centros culturales hispanos, luciendo en un  desfile, las agrupaciones regionales españolas sus vestimentas típicas  como vascos, gallegos, aragoneses, asturianos, entre otros, de manera  conjunta con alumnos de escuelas argentinos y agrupaciones  tradicionalistas de gauchos montados.

 

 

Tal como lo escribió Camblor en su libro, publicado en 1935, titulado  ”LA BANDERA DE LA RAZA. SIMBOLO DE LAS AMÉRICAS”, donde relata con lujo  de detalles las personalidades e instituciones que asistieron, incluido  el primer diputado socialista argentino, Don Alfredo Palacios  y la repercusión en la prensa escrita, en toda América y en España. En  sus páginas nos brinda los decretos de los gobiernos que la  oficializaron como Brasil, Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Honduras,  República Dominicana, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Costa Rica, Panamá,  El Salvador, México- donde se dispuso que fuera jurada en las escuelas  públicas por millones de escolares-, algo que debe desconocer su actual  presidente Andrés Manuel López Obrador, cofundador del Grupo de Puebla; además de los ya citados Argentina y Uruguay.

 

 

Camblor expresa en sus motivaciones y fundamentos que: “Decir Día de  la Raza es como decir día de la familia. Pero bien es sabido es que  jamás nadie ha podido ver en esa denominación afinidad alguna  antropológica, o étnica, es decir cuestión física. Nosotros no  consideramos más que la moral: una raza compuesta por la levadura de  indios y españoles; hombres y mujeres venidos más tarde de todas las  regiones de la tierra. Es la raza sociológica, más del  alma que de los huesos…”. Queda claro cuál fue el espíritu con que el  capitán oriental afrontó la idea y creación de esta bandera que, valga  decirlo, fue reproducida en alegóricos sellos postales de muchos países  americanos, expuestos en la publicación de Camblor, al igual que muchas  fotografías de revistas y diarios de la época.

 

 

La Bandera de la Hispanidad, como se la denominó  luego, posee el paño de color blanco, color de la paz y de la luz; a su  vez predominante en muchas banderas históricas del Imperio Español,  cruzadas muchas de ellas por las gloriosas aspas de Borgoña, testigo de  innumerables hechos históricos memorables, como la que ostenta el  Regimiento de Infantería Nª 1 de Patricios del Ejército Argentino en Buenos Aires. Las tres cruces color púrpura recuerdan a los reinos de León y Castilla y a las tres naves que comandó el Gran Almirante Don Cristóbal Colón;  el sol que parece amanecer representa el sol incaico Inti y el  despertar del nuevo continente americano. En su espíritu la enseña  muestra la intención de plasmar los dos mundos que se unieron para dar  origen a uno nuevo: La Hispanidad, que al decir del gran poeta Rubén  Darío “aún reza a Jesucristo y habla el español”.

 

 

Con el tiempo su uso fue dejado de lado y pasó al olvido. Sólo en  1992, al constituirse la Comisión Argentina de Homenaje al Quinto  Centenario  del Descubrimiento de América, que presidió el historiador  Dr. Armando Alonso Piñeiro, y que tuve el honor de integrar  como  Secretario de Relaciones Institucionales, junto a distinguidos miembros,  la bandera creada por Camblor fue adoptada como emblema de la Comisión.

 

 

En tiempos donde la batalla cultural arrecia a nivel global, tanto en  Iberoamérica como en la propia España, donde las consignas son las  mismas, con diferencia de matices: separatismos y neo indigenismo  pringado de neo marxismo, un progresismo multicultural que pretende  socavar las entidades nacionales, fundantes de nuestra cosmovisión  cultural, donde se derriban o mancillan estatuas , monumentos, en pos de  un “revisionismo” sectario y ramplón, por demás de ignorante, rescatar  del olvido un símbolo que representa la unión y un pasado común que nos  da identidad, que no fragmenta ni sectoriza, sino que es abarcativo a  nuestra propia raíz, sin supremacismo alguno, surgida de un capitán del  ejército uruguayo y de la gran poetiza americana, se hace a mi parecer  necesario. En momentos de gran confusión donde los titiriteros de la  confrontación trabajan a destajo, siguiendo la premisa que sostuvo el  mencionado Gramsci en los lejanos años treinta, donde sostuvo que era  necesario para el proceso revolucionario “conquistar el mundo de las  ideas, para que estas sean las ideas del mundo”. Valga a colación un  hecho que muestra como se busca invertir el sentido de las cosas,  incluido el sentido común. En 2007, se creó en base a la bandera de la  Hispanidad, una versión que mantenía el paño blanco y el sol, pero las  tres cruces se trocaban por tres estrellas rojas, símbolo del comunismo,  designándola como bandera del “Paniberismo Socialista”; sin que tuviera  demasiada difusión y ningún éxito.

 

 

Esta andanada que sufrimos a diario y donde la simbología integra esa  batalla cultural que hoy nos embiste con fiereza, intentando imponer un  modelo autoritario, de pensamiento único, globalista, silenciando toda  voz o espíritu disidente que se levante en defensa de la verdad  histórica, contra el siempre sesgado relato ideologizado. El rescate de  esta bandera será, sin duda, una muestra de la resistencia de la  Hispanidad, la Raza Cósmica, de la que hablaba el gran pensador mexicano  José Vasconcelos Calderón.