domingo, 17 de julio de 2022

EL APOSTOLADO DE LA OPINIÓN


P. Francisco José Delgado


 Infocatólica, 29.05.22

 

Me veo forzado, aunque con enorme gusto, a robarle un rato al estudio en este duro periodo de exámenes para responder justamente el elogioso artículo que D. Jorge González Guadalix nos ha dedicado a los sacerdotes que formamos La Sacristía de La Vendée (él incluido, junto al P. Javier Olivera Ravasi). Lo justo es que se lo responda con un enorme agradecimiento. Lo podría haber hecho simplemente con un comentario en su blog, pero he pensado que era mejor hacerlo compartiendo una breve reflexión al hilo de sus palabras.

 

La Sacristía de La Vendée se define como «tertulia sacerdotal contrarrevolucionaria» y, por el momento, no es más que eso: un grupo de sacerdotes que se reúnen a conversar desde una perspectiva de reacción a la revolución, siempre enemiga de la Fe y la Tradición. En los comentarios del artículo de D. Jorge se preguntaba un amable lector por qué referirnos a «La Vendée» y no a algún movimiento contrarrevolucionario de carácter hispano. Aunque algunas veces lo hemos explicado, y queremos hacerlo en breve de forma más abundante, queríamos rendir un homenaje a los primeros que se enfrentaron valientemente a la Revolución, perdiendo sus vidas por la causa de Cristo. Y lo mismo que el mal pestilente de la Revolución se extendió desde Francia, también en Francia nació así la contrarrevolución católica y tradicional.

 

La opinión pública en la Iglesia

Dejando esto aclarado, me refiero al punto sobre el que quiero reflexionar. Dice D. Jorge que «para los sacerdotes que se reúnen en la sacristía de La Vendée no está siendo fácil». En realidad, en la Iglesia las cosas no son fáciles para cualquiera que se atreva a dar públicamente su opinión si lo hace en fidelidad a lo que ya el Papa Pío XII estableció como postura justa y equilibrada en la formación de opinión pública católica. D. Jorge lo sabe muy bien, por experiencia propia.

 

Esto de la opinión es algo muy interesante y delicado. De por sí, la opinión es un grado más bien bajo en cuanto a la certeza con la que se afirma algo. Cuando la Iglesia ejerce su facultad magisterial, por ejemplo, no se dedica a dar opiniones (vamos, no debería dedicarse a ello), sino a afirmar claramente cuál es la verdad de la fe y la moral, con seguridad y contundencia. La opinión entra cuando ante dos o más posturas entre las que no se puede decir algo con seguridad absoluta, se defiende una de las posturas con argumentos que tratan de convencer o persuadir, dado que no se puede demostrar.

 

Pero, claro, aunque el Magisterio normalmente se guarda de defender opiniones, ¿puede (y debe) existir la opinión pública en la Iglesia? Mi postura, siguiendo las enseñanzas de Pío XII, es que sí. Sobre este tema escribió, hace ya bastantes años, Luis Fernando Pérez Bustamante, defendiendo precisamente la existencia de una plataforma como Infocatólica. Ahí es donde cita un clarísimo discurso del Papa Pío XII sobre la prensa católica y la opinión pública.

 

Además de defender la necesidad de la existencia de la opinión pública en la Iglesia, y el bien que supone para ésta, el Papa señala cuál es la postura católica en este tema. La frase es clarísima y vale para aquel tiempo y para el actual: «el publicista católico sabrá evitar tanto un servilismo mudo como una crítica descontrolada». Es decir, el que cree opinión dentro de la Iglesia no ha de buscar principalmente agradar, ni a la jerarquía ni al común de los fieles, ni llegar a un punto de que la crítica (que forma parte necesaria de la opinión) llegue a dañar a la Iglesia.

 

Habría, por tanto, tres posturas en este tema: la del que se dedica a dar gusto a algún sector, normalmente el sector episcopal; la del que se enroca en la crítica que destruye y daña a la Iglesia; y, por último, la del que, huyendo de ambas posturas, busca iluminar la verdad en aquellas cuestiones en las que caben opiniones legítimas, defendiendo una postura frente a otra con argumentos convincentes. Ya les anticipo que los que realmente sufren en la Iglesia de hoy son los terceros, mientras que los primeros son premiados por los halagados y los segundos son temidos y, por tanto, respetados.

 

El apostolado de la opinión

Quedaría por responder una última cuestión. ¿Puede un sacerdote dedicarse a la opinión pública en la Iglesia? No creo que haya una respuesta definitiva así que, curiosamente, nos movemos dentro del campo de lo opinable y, como defiendo que sí se puede, voy a defender precisamente esa opinión.

 

No hay, que yo sepa, ninguna prescripción en el Código de Derecho Canónico que impida a los sacerdotes seculares dar libremente su opinión. Lo único que se pide es que se sometan a censura, es decir, que se enmienden cuando sus posturas vayan en contra de aquellas cosas que no son opinables.

 

Podría decirse que es peligroso que un sacerdote, que tiene como misión enseñar aquello que enseña la Iglesia, mezcle esas enseñanzas con opiniones. Yo creo que ese peligro se evita fácilmente distinguiendo claramente qué es enseñanza segura de la Iglesia y qué es opinión, además de cuidando los ámbitos en los que se desarrollan ambas actividades. Ahí es donde entran, precisamente, medios como Infocatólica, que no tienen como objetivo principal exponer el Magisterio definitivo de la Iglesia. En un medio de opinión como éste, uno puede encontrarse, ciertamente, una defensa del Magisterio de la Iglesia ante los enemigos de dentro y de fuera. Por ejemplo, creo que aquí hemos realizado una defensa excelente de la verdad de lo que la Iglesia enseña ante las interpretaciones heterodoxas de Amoris Laetitia. Pero es claro que estamos en un ámbito de opinión, donde no pretendemos condicionar el juicio definitivo de la Iglesia sobre tal o cual tema, y donde nos atenemos siempre a tal juicio en última instancia.

 

Entonces, sí, creo que un sacerdote puede desarrollar tranquilamente un, vamos a llamarlo así, «apostolado de la opinión». Tomo esta expresión de una indicación muy interesante que nos hacía José Francisco Serrano Oceja en el último programa de La Sacristía de La Vendée cuando nos hablaba del «apostolado de la pluma», ejercido especialmente por un sacerdote de la primera mitad del siglo pasado, Rufino Aldabalde, y al que siguieron tantos otros. La expresión «apostolado de la opinión» no creo que sea original. Me suena que ya la había usado antes, al menos, san Josemaría Escrivá.

 

Terminando esta reflexión, recuerdo un artículo de hace más de un año, firmado por Miguel Ángel Quintana Paz, con el que hace tiempo tuve algún encontronazo (relacionado lejanamente con este tema), que se resolvió afortunadamente gracias a que es una excelente persona. En ese artículo se preguntaba este agudo filósofo: «¿dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos?». Como él mismo constataría un año más tarde, toda la discusión que levantó su escrito quedó al final en agua de borrajas, y eso a pesar de que despertó interés en algunos obispos, como D. Luis Argüello.

 

No se refería Quintana Paz directamente a los sacerdotes, aunque echando la vista atrás a la Historia de la Iglesia, el grupo de sacerdotes que podríamos considerar intelectuales es muy abundante. ¿Quién no consideraría, por ejemplo, al Papa Benedicto XVI como un intelectual? Pero hay un problema: a los intelectuales les suele gustar opinar, porque el camino de la inteligencia no se mueve, normalmente, a través de la seguridad de las proclamaciones dogmáticas. Es más, para llegar a esas proclamaciones las más de las veces ha habido un largo camino de opinión, en el que, por la propia naturaleza de la opinión, caben perfectamente los errores.

 

Erróneamente opinaba Santo Tomás que la Virgen no había sido inmaculada desde su Concepción. Sus adversarios defendían la opinión contraria, aunque con argumentos bastante poco eficaces. El tiempo daría la razón a los adversarios, pero precisamente desde los argumentos de Santo Tomás. Sin la opinión habría sido difícil que hoy podamos alegrarnos de la proclamación de este dogma. Santo Tomás, por tanto, también ejercía el «apostolado de la opinión».

 

Muchas veces se me ha advertido que atreverme a dar mi opinión en público, especialmente cuando esa opinión no es del gusto de “los que mandan", puede acarrear serias consecuencias. Un apostolado como éste, para el bien de la Iglesia, que lleve impreso en sí la persecución y el sufrimiento por la Verdad, no puede ser infecundo y estoy muy orgulloso de ejercerlo, aquí y en La Sacristía de La Vendée. Y mucho más si estoy acompañado de sacerdotes tan excelentes como mis amigos tertulianos.