antes que hecho
histórico acreditado fue un arma de desprestigio
Pablo Yurman
Infobae, 06 Abr,
2025
De tanto en tanto
algunos utilizan la frase “Argentina, refugio nazi” como si se tratara de un
hecho histórico acreditado, una verdad revelada que no admitiría revisiones de
ninguna índole y que debe aceptarse dócilmente para vergüenza de los
argentinos.
Dada la gravedad
de la acusación, según la cual nuestro país habría sido una especie de
santuario único en el mundo dispuesto a dar cobijo a criminales de guerra nazis
que huían de Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial, debemos detenernos
a analizar si, acaso, el rótulo no fue la herramienta propagandística de la que
otros estados se valieron para desprestigiar, tanto a nivel internacional como
también puertas adentro de nuestra nación, ciertas políticas de Estado que se
encararon a mediados de la década de 1940.
Es evidente que
hubo criminales de guerra que eligieron nuestro país como refugio, pero de eso
no se sigue automáticamente que existiera una política implementada por el
Estado argentino destinada a ello. Si hubiera existido semejante política por
parte de Argentina, no se explica cómo, derrocado Perón en 1955, los gobiernos
de diferente signo político que se sucedieron en la segunda mitad del siglo XX
no la desmontado. O fueron cómplices o simplemente se hicieron eco del
infundio. No hubo arrestos, ni juicios, ni extradiciones de esos supuestamente
numerosísimos criminales de guerra ocultos en nuestro país. Sólo dos
excepciones conocidas: las de Adolf Eichmann y Erich Priebke, durante las
décadas de 1960 y 1990, respectivamente.
Por otra parte,
cabría destacar que el primer “refugio nazi” fue la misma Alemania, en cuyo
territorio ocupado por las potencias aliadas se encontró a la gran mayoría de
los criminales de guerra y que en no pocos casos gozaron de la complicidad y
encubrimiento de importantes sectores de la población local. El responsable de
la radiodifusión alemana en los países ocupados, Kurt Georg Kiesinger, llegó a
ser canciller de Alemania occidental de 1966 a 1969.
O el muy poco
conocido caso de la neutral Suiza, en donde una comisión parlamentaria, que
elaboró por encargo del propio gobierno en 2002 el Informe Bergier, dictaminó lapidariamente
que las autoridades helvéticas fueron cómplices de la aceitada maquinaria de
guerra nazi durante todo el conflicto, fundamentalmente en lo que refiere a
lavado bancario de activos y bienes robados a las poblaciones judías de buena
parte de Europa.
Debemos ubicarnos
en el contexto marcado por el fin de la 2º Guerra Mundial. Algunos elementos
eran bastante evidentes para cualquier observador atento de la realidad.
Alemania sería derrotada sin que se supiera concretamente qué dispondrían los
aliados vencedores sobre su destino. Pese a esto, ese país contaba con mano de
obra calificada (científicos de primer orden) cuyos esfuerzos se habían
orientado a la producción armamentística y que con la derrota de su país
quedarían literalmente desocupados en virtud de la obligación que se le
impondría a los alemanes de abstenerse de fabricar o incluso diseñar
armamentos.
Y un dato que en
1945 no era tan evidente para el público en general, pero que se manejaba de
modo sigiloso por las autoridades: terminada la contienda, comenzaría un nuevo
enfrentamiento entre, por un lado, los EEUU, y por el otro, la Unión Soviética,
que con el tiempo se conocerá como Guerra Fría, signada por la carrera
armamentística en el plano nuclear, y por el control de espacio exterior,
aspectos éstos en los que los aliados venían retrasados en su carrera respecto
de los investigadores alemanes.
Demás está decir
que los vencedores, Estados Unidos, la Unión Soviética y, en menor medida,
Inglaterra y Francia, pugnarían entre sí por quedarse con la mayor cantidad de
científicos alemanes para el desarrollo de sus respectivos proyectos nucleares
y espaciales. Como veremos, en esta verdadera cacería de cerebros, poco
importaba el pasado nazi de tales científicos. Salvo, aparentemente, para el
caso argentino.
Como señala Ruth
Stanley en su trabajo “Transferencia de tecnología a través de la migración
científica: ingenieros alemanes en la industria militar de Argentina y Brasil”,
“planos y prototipos fueron requisados, mientras científicos e ingenieros
alemanes eran sometidos a interrogatorios en su propio país o llevados al
extranjero, por su propia voluntad o bajo presión, para trabajar al servicio de
las cuatro fuerzas de ocupación.”
Según la autora,
en forma aproximada, 3000 científicos alemanes fueron captados por la URSS,
1600 por EEUU, Francia e Inglaterra acogieron a 800 y 300 respectivamente. En
tanto, y acá el dato llamativo, la Argentina convocó a unos 120, y Brasil 27.
Huelga aclarar que para los aliados resultaba sorprendente e inadmisible que
países como Argentina y Brasil pretendiesen apropiarse de científicos alemanes
para el desarrollo de sus propias industrias bélicas. Las conferencias de Yalta
y Potsdam, por las que se dividiría el mundo de la posguerra, operaban en los
hechos como un selecto club cuyos socios (EEUU, URSS, Inglaterra) no estaban
dispuestos admitir nuevas membresías.
En 1946 el
gobierno de Perón encomendó la tarea de reclutamiento de científicos al
brigadier Juan Ignacio San Martín, director del Instituto Aeronáutico y futuro
gobernador de Córdoba, quien viajó a Europa y logró traer a científicos como
Kurt Tank y Reimar Horten, entre muchos otros. Según Stanley “en Argentina se
iniciaron las actividades para desarrollar aviones de combate transónico y
supersónico, así como la fusión nuclear”. Y agrega: “Todos estos proyectos se
iniciaron a fines de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta y eran
considerados como iniciativas de vanguardia.”
Kurt Tank y su
equipo (trajo consigo colaboradores alemanes, pero el gobierno lo obligó a
formar a ingenieros argentinos) produjo los aviones a reacción Pulqui I y
Pulqui II. Es cierto que su producción fue artesanal, no siendo factible
entonces una fabricación en serie. Pero la Argentina se convirtió en el tercer
país del mundo en producir aviones con tales características y con proyección a
la vanguardia de una de las ramas industriales consideradas “de punta”. Mejor
fue la suerte del avión Huanquero, aeronave multipropósito que llegó a
producirse en serie en la emblemática Fábrica Militar de Aviones de Córdoba.
Incluso Argentina
apostó al desarrollo de la energía nuclear inmediatamente detrás de la primacía
de norteamericanos y rusos. El Proyecto Huemul, a cargo del físico austríaco
Ronald Richter, desarrollado en la isla homónima frente a Bariloche, pese a sus
prometedores inicios, cayó luego en el descrédito. Una comisión investigadora
creada por Perón y encabezada por el físico José Balseiro determinó que el
proyecto de Richter no avanzaba a los objetivos buscados lo que motivó su
archivo. No obstante el inicial traspié, el proyecto nuclear en sí jamás fue
abandonado, y Balseiro, sobre la base de aquél promovió la creación de la
Comisión Nacional de Energía Atómica y en su memoria tenemos al prestigioso
Instituto que lleva su nombre y que funciona en el Centro Atómico Bariloche,
justo frente al Regimiento de Montaña del Ejército Argentino.
Volviendo a la
investigadora Stanley, y a la operación de apropiación de tecnología alemana
tras el fin de la contienda mundial, ella destaca que “todas las potencias
consideraron los prototipos, planos, sistemas de producción de armas y
estaciones experimentales como parte de un botín de guerra del cual era
legítimo apropiarse; en algunos casos ni siquiera fueron respetadas las
fronteras internas que dividían las zonas ocupadas, y algunos profesionales y
equipos fueron trasladados o sustraídos en forma encubierta de una zona a
otra.” Agreguemos que tanto Brasil como la Argentina eran para esta época
países vencedores dado que ambos habían declarado la guerra a Alemania.
De los miles de
investigadores alemanes que fueron llevados a la URSS para desarrollar armas
nucleares destacan Nikolaus Riehl y Manfred von Ardenne, reconocidos como
padres del proyecto atómico soviético, y hasta merecedores de condecoraciones
de la etapa de la Guerra Fría.
Inglaterra
implementó la Operación Epsilon, alojando como “huésped” al prestigioso físico
Werner Heisenberg, Premio Nobel de Física en 1932, y director durante el
período 1942/45 del Instituto Kaiser Guillermo de Física de Berlín, en pleno
gobierno nazi. Tanto él como su equipo de colaboradores residieron en el Reino
Unido todo el tiempo que fue necesario para colaborar al desarrollo nuclear de
dicha nación.
El caso más
emblemático es el de los EEUU. Werner von Braun, creador de los mortíferos
cohetes conocidos como V 1 y V 2, que cayeron sobre la población civil de
Londres y otras ciudades causando gran cantidad de víctimas, pasará a la
historia como el padre del proyecto espacial norteamericano siendo sus trabajos
el embrión de lo que luego será la NASA. Jamás fue acusado por su evidente
pasado nazi, y de hecho se le otorgó la ciudadanía estadounidense, muriendo en
su hogar adoptivo ya muy anciano.
El desarrollo
aeroespacial planteaba toda una serie de desafíos imprevistos. Por ejemplo, en
caso de llevar a un ser humano, por primera vez en la historia, al espacio
exterior, debían conocerse y supervisarse cuestiones médicas vinculadas a una
actividad totalmente desconocida. Para ello EEUU contó con la inestimable ayuda
del médico alemán Hubertus Strughold, conocido como el padre de la medicina
aeronáutica. Aunque más adelante se sabrá que éste científico había comenzado
sus investigaciones en el campo de exterminio de Dachau, utilizando a los
prisioneros como cobayas y sometiéndolos a todo tipo de crueles pruebas como
hidratarlos con agua salada, someterlos a experimentos para comprobar cómo
resistían distintos tipos de presión, entre otros.
Pareciera que von
Braun y Strughold, al cruzar el Atlántico con destino a EEUU mágicamente
borraron su pasado nazi y se convirtieron en héroes de la democracia.
Como bien apunta
Stanley, “es por eso que los Estados Unidos debieron realizar varias embarazosas
contorsiones diplomáticas para trasladar a expertos alemanes de la industria
bélica a su país mientras se los negaba a la Argentina. El reclutamiento de los
científicos por parte de Washington contravenía los acuerdos hemisféricos para
reducir la influencia del Eje en la región.”
En conclusión, la
frase acusatoria con la que comenzábamos, además de carecer de fundamentos
serios y documentados -salvo por los pocos casos ya mencionados- parece haber
sido utilizada como arma difamatoria contra la Argentina por haberse atrevido a
encarar un proyecto industrial autónomo en áreas consideradas sensibles por las
autoridades rusas, norteamericanas e inglesas.