domingo, 11 de agosto de 2013

EN HOMENAJE A LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES



SANTIAGO DE LINIERS, PATRIOTA Y CABALLERO

                   Prof. Javier Ruffino


Quisiera referirme en este breve artículo a un gran héroe que defendió con valor a la ciudad de la Santísima Trinidad (más conocida como Buenos Aires), evitando la humillación de una conquista deshonrosa por parte de una potencia extranjera, pero sobre todo preservando la identidad católica de la urbe.


     ¡Qué distinto resulta mirar a nuestra Patria desde esta perspectiva: a partir de los Santos, de los Héroes, de sus esencias fundacionales; y aquella a la que nos tiene acostumbrados la cultura oficial con sus voceros y sus medios!

      Volvamos entonces la mirada a otros tiempos y admiremos la estampa de un noble caballero: Santiago de Liniers y Bremond. Ezequiel Ortega lo definió como un hombre del Antiguo Régimen[1], con todo lo de honorable y digno que dicha expresión encierra.

     En efecto, don Santiago no fue un hombre preocupado por proclamar derechos y reclamar libertades e igualdades. Por el contrario, su educación se fundó en el Honor, el cumplimiento del Deber, el Servicio y la Fidelidad a Dios, al Rey y a su Patria adoptiva.

   Perteneciente a la nobleza de provincia francesa, recibió una educación caballeresca[2]. Ingresado en la Orden de Malta en 1765, terminó dedicado a la náutica. Pasó al Servicio de Su Majestad Católica, el Rey de España, ya que en ese momento las Casas reales de Francia y de España se hallaban unidas por los llamados “Pactos de Familia”. Mantuvo  su fidelidad al Rey al que eligió servir hasta el final de su vida.  Este servicio lo llevó a embarcarse en 1776 en la flota de don Pedro de Cevallos, primer Virrey del Río de la Plata. Vuelto a España, se estableció definitivamente en el Río de la Plata en el año 1789, convirtiéndose estos Reinos en su Patria definitiva. Aquí fue donde prestó  sus más destacados servicios.

     Habiendo enviudado se ligó a una familia tradicional de Buenos Aires a través del Matrimonio con María Martina de Sarratea, de quien también enviudaría poco después. Fue padre de una prole numerosa. Gobernador de las antiguas Misiones entre 1803 y 1804, como  Capitán de Navío aprendió a conocer los secretos del Río de la Plata. En 1806 el Virrey Sobremonte lo destinó al puerto de la Ensenada de Barragán, para fortificar la zona ante un eventual ataque. Éste se produjo a los pocos días. Los ingleses desembarcaron por Quilmes, y a los pocos días el pabellón británico flameaba en el fuerte de Buenos Aires. Este hecho le brindó  la ocasión para demostrar su lealtad y su fidelidad.

     Cuenta el Padre Cayetano Bruno que encontrándose Buenos Aires invadida por los ingleses “había decaído lastimosamente el culto religioso en el histórico templo (de Santo Domingo) por la prohibición de exponer el Santísimo durante las funciones de la Cofradía y efectuar por las calles la procesión acostumbrada con el Señor Sacramentado”. Fue entonces que el bravo caballero “se acongojó al ver que la función de aquel día no se hacía con la solemnidad que se acostumbraba. Entonces, conmovido de su celo pasó de la iglesia a la celda prioral, y encontrándose en ella con el Reverendo Padre Maestro y Prior fray Gregorio Torres, y el Mayordomo primero, les aseguró que había hecho voto solemne a Nuestra Señora del Rosario (ofreciéndole las banderas que tomase a los enemigos) de ir a Montevideo a tratar con el Señor Gobernador sobre reconquistar esta Ciudad, firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección”[3].

     Siendo superado el trance de las Invasiones, Liniers fue designado Virrey en forma interina. Le tocó ocupar este cargo en un momento muy conflictivo, por lo que su autoridad fue cuestionada por diversos sectores, y algunas de sus actitudes despertaron recelos. Incluso, se suele recordar de este período algún desliz moral que no se corresponde con la conducta que caracterizó al resto de su vida.

     Pasado el trance, y siendo reemplazado por el nuevo Virrey, Cisneros, designado por la Junta Central de Sevilla, Liniers se retiró a las sierras cordobesas para poder disfrutar de una vida serena y sosegada.

     Desencadenados los hechos de Mayo de 1810, no supo ver que una “nueva fidelidad”: el servicio a la Patria naciente, venía a reemplazar a la vieja fidelidad a un Rey que ya no reinaba[4]. Y se opuso a un Movimiento que consideró revolucionario[5]. Encabezó la resistencia contrarrevolucionaria en Córdoba, que fue fácilmente contenida, y los cabecillas capturados y condenados. En  estas circunstancias, y ante la presión de su padre político que no entiende su conducta, le escribe:    “(…) mi amado padre (...) en cuanto a mi individuo; ¿cómo siendo yo un general, un oficial quien en sus treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera Usted que en el último tercio de mi vida me cubriese de ignominia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey; que por esa infidencia dejase a mis hijos un nombre, hasta el presente intachable con la nota de traidor? ¡Ah mi padre! Yo que conozco también la honradez de sus principios, no puedo creer que Usted piense, ni me aconseje motu proprio, semejante proceder (...)    (...) Por último Señor, el que nutre a las aves, a los reptiles, a las fieras y los insectos proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrán presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre que fue capaz por ningún título de quebrantar los sagrados vínculos del honor, de la lealtad, y del patriotismo, y que si no les deja caudal, les deja a lo menos un buen nombre y buenos ejemplos que imitar (...)”

     El Padre Cayetano Bruno nos describe sus últimos momentos: “(luego de conocer la sentencia de muerte) Liniers ya no pensó sino en su alma. (…) (un documento anónimo atestigua que) ‘pidió al Sr. Obispo (Orellana) le sacase de su bolsillo el rosario y paseándose lo rezó y continuó preparándose para la confesión, todo  con tal nobleza y entereza que…, en aquel estado de ignominia y con los brazos atados, parecía más glorioso que en sus victorias de la Reconquista …Este Señor y el coronel Allende hicieron su confesión con el Sr. Obispo (…)

     Liniers rechazó la venda. Luego ‘en voz perceptible (…) imploró el auxilio de María Santísima –bajo el título del Rosario de quien fue siempre muy devoto-, e hincado de rodillas’ dio la señal a los soldados”[6].

    Más adelante, el mismo autor nos describe una experiencia muy particular que tuvo una monja del convento de las Teresas, de Córdoba: sor Lucía del Ssmo. Sacramento. Ésta por orden de su confesor escribió su autobiografía con el título Amores de Dios con el alma. En dicha obra, entre otras experiencias místicas, cuenta que vio las almas de los ejecutados “en la Gloria. Dícele ‘Nuestro Señor de cada una en particular con lo que se habían hecho dignos y merecedores de tal corona’. Conversa con ellas familiarmente. Le encargan comunicar a sus allegados ‘no tuviesen pena, que era tan grande y tal sus felicidades que no se puede explicar …; bendecían y alababan al Dios de las Misericordias que había usado de tanta liberalidad para con ellos, bendecían sus suertes y entonaban cánticos de gracias al Omnipotente…’ (…)

     Sor Lucía frisaba a la sazón en los 39 años de edad. Murió el 4 de mayo de 1824, ‘después de llevar una vida admirable en virtudes y favores del Señor’.”[7]
    
                                                                     Prof. Javier Ruffino
Blog Crítica Revisionista, 2013



[1]Ortega, Ezequiel. Santiago de Liniers. Un hombre del Antiguo Régimen.
[2] “Santiago de Liniers fue el producto natural y lógico de su formación familiar y de su medio. De sus cuatro hermanos varones, tres fueron hombres de armas y uno religioso; de las cuatro hermanas, dos siguieron la vida del claustro”. (Lozier Almazán, B.  Liniers y su tiempo)
[3] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala.
[4] Por otra parte, los Borbones se habían hecho indignos de toda obediencia. América, en efecto, necesitaba continuar su historia al margen de una Metrópoli que había abdicado, hacía tiempo, de los principios que habían impulsado su acción evangelizadora y civilizadora en siglos anteriores. “Puede decirse (…) que para los Austrias estos países eran provincias del vasto Imperio, poblado por vasallos fieles e iguales en sus derechos a los de la península: idea que impregna toda su legislación de Indias. Para los Borbones no es así. Carentes del sentido imperial de sus antecesores, empiezan a mirar dichos territorios como colonias proveedoras de recursos y objeto de combinaciones diplomáticas” (Palacio, Ernesto, Historia de la Argentina); “Al  Imperialismo religioso de los Austrias sucedió entonces una Monarquía preocupada fundamentalmente por desarrollar su marina, su comercio y sus industrias…” (Ricardo Zorraquín Becú, La organización política argentina durante el período hispánico). La consecuencia de estos cambios fue la infiltración de la Corte por ministros masones, la aplicación de reformas conforme a los principios del Despotismo Ilustrado, y la expulsión de los jesuitas. El final de la tragedia del otrora gran Imperio Español se representó en Bayona, cuando los Borbones hicieron entrega de sus Reinos al Tirano de Europa, Napoleón Bonaparte. 
[5] En algunas de las mentes de sus protagonistas, por cierto que lo era. Pero el Movimiento de Mayo tenía su justificación, y entroncaban sus fundamentos, en la auténtica tradición jurídica española.
[6] Bruno, Cayetano. Ídem.

[7] Bruno, Cayetano. Ídem.