sábado, 31 de agosto de 2013

¡NO LO DESPIERTES!


El verdadero terror empieza cuando una buena mañana
te despiertas y descubres que los que están dirigiendo el país
son tus ex-compañeros del colegio secundario.

Kurt Vonnegut


Denis Martos



¿Les gustaría saber quién usó realmente armas químicas en Siria? ¿Les interesaría saber quién es el responsable por la muerte de más de medio millar de personas inocentes? ¿Quisieran saber por qué decidió utilizar armas químicas el que las empleó; sea quien fuere el que lo decidió?

Olvídenlo.

Ya está decidido y establecido que eso no es lo que importa; que eso no es lo que les tiene que interesar. Suceda lo que suceda en los próximos días, todas esas preguntas quedarán casi seguramente sin una respuesta cierta del mismo modo en que todavía se sigue discutiendo sobre qué pasó realmente aquél famoso 11 de Setiembre del 2001 y hasta el día de hoy no sabemos quién mató a John F. Kennedy, y – sobre todo – seguimos sin saber por qué lo mataron.

En todos estos casos no son los hechos los que importan. Como que tampoco importó si hubo o no armas de destrucción masiva en Irak. Lo que importa es el pretexto que se puede construir sobre la base de los hechos, sean éstos ciertos o no. No son los hechos los que sirven de pretexto. La cosa funciona al revés. Si lo que necesitamos es un pretexto, construimos los hechos que pueden servir de base a ese pretexto buscado. Y como al pretexto no conviene mencionarlo – sería demasiado burdo – hacemos una gran alharaca con los supuestos hechos para justificar el pretexto. Es un poco complicado pero, al fin y al cabo, nada tan imposible de entender.

Buena parte de la plutocracia norteamericana y Barack Obama en el estrado visible están buscando desesperadamente una oportunidad para atacar a Siria. ¿Por qué? Simplemente porque necesitan hacerlo. Sencillamente porque evaluaron que ya no tienen más remedio. Porque entre una serie de malas opciones ésta seguramente les parece la menos mala. Porque la situación se ha estirado por demasiado tiempo sin una definición clara y amenaza con descontrolarse. Porque la aventura de la "primavera árabe" les salió para el demonio, al menos en su mayor parte. Porque a Israel no le hace ninguna gracia tener un foco de incendio al otro lado de la calle con el fuego alimentado por cuanto fanatizado delirante anda corriendo por ahí entre las dunas y las mezquitas matando gente en nombre de Alá mientras los estrictos ortodoxos hebreos, con el mismo delirante fanatismo, impulsan a hacer lo mismo y hacen los mismo pero con otras personas en nombre de Yahveh. Porque a los saudíes no les hace ninguna gracia que les embarren el negocio petrolero; como que tampoco a ninguno de los demás petroleros – sean de dónde fueren – les hace gracia que les desgreñen la generación tranquila de los dólares que pagan el petróleo.

Después de los mamarrachos geopolíticos y militares que la conducción norteamericana le hizo cometer a George W. Bush en su afán de lograr el control de la región, Barack Obama arrancó, en un principio, con la misión expresa de gerenciar la tranquilización de los ánimos. Por eso fue que recibió el Premio Nobel de la Paz sin haber hecho absolutamente nada relevante para merecerlo. Para eso fue que le diseñaron un catálogo de promesas. Prometió solucionar el problema de Afganistán, prometió una democracia iraquí viable, prometió liquidar Guantánamo, prometió transparencia y racionalidad política, prometió remontar la crisis financiera del 2008.

Prometió. Como lo hacen todos los políticos, en todas las democracias, todas las veces en que hay que salir a recolectar votos. Prometió lo que la mayoría bovina de votantes norteamericanos y los ovejunos opinólogos internacionales querían oír: paz mundial, valores democráticos, entendimiento, distención, libertad, progreso, bienestar, trato justo, honestidad, racionalidad, previsibilidad … El etcétera es largo.

Y ya aburre.

Porque, como era casi previsible, nada de eso se cumplió. Las promesas perdieron su credibilidad con el Wikileaks; con el fiasco de la "primavera árabe"; con el desastre de Egipto; con el asesinato de Gaddafi y la conversión de Libia en un campamento de frenéticos trastornados; con el enfrentamiento fogoneado desde el exterior y magnificado desde el interior entre islamistas y laicos árabes, y entre mahometanos de distintas sectas.

A todo lo cual, para colmar el vaso del descreimiento, se agregó el último "Wikileaks" de Edward Snowden cuyas informaciones terminaron engrosando el banco de datos de la KGB.

Perdón. Sí. Ya sé. Ahora se llama FSB. Deslices que uno tiene …

El hecho es que, unos dos años atrás, allá por el 2011, a Obama le hicieron creer que lo de Siria sería poco menos que un corto paseo por zonas apenas algo escarpadas. Ése fue el escenario que le pintaron sus "think-tanks", sus aliados en la región, las monarquías árabes rescatadas de la masacre "primaveral" y, no en menor grado, los estrategas de esa "única democracia en Medio Oriente" que actúa de portaaviones terrestre del hegemonismo global norteamericano a cuya sombra esos estrategas especulan no solo con sostenerse sino hasta con expandirse para constituir el Gran Israel. En el embrollo resultante, Turquía espoleó el conflicto especulando con conveniencias circunstanciales. Francia y Gran Bretaña recordaron de pronto sus antecedentes coloniales en la zona y sus presiones – o quizás sería mejor decir sus pretensiones – exhortaron en tono arrogante a un "ordenamiento" de la cuestión siria.

Pero hete aquí que el malvado Bashar al-Assad se mantuvo en su puesto. Resultó inútil armar y financiar a una oposición tan heterogénea que de ella lo único que se sabe a ciencia cierta es que pretende el derrocamiento de Assad pero, como ya sucedió en Egipto, no es nada seguro que, una vez logrado ese objetivo, la matanza no siga entre facciones que terminarán disputándose el botín masacrándose entre sí.

Con ello, el riesgo no es menor. Assad será todo lo que dicen de él pero la alternativa tampoco es brillante, por decir lo menos. Una cosa es obvia: a pesar de ciertos descerebrados que quisieran elucubrar lo contrario en función de nebulosas conspiranoias, Occidente no tiene amigos en la zona. Y si los tiene, la fuerza de estos "amigos" no alcanza para contrarrestar a la de los verdaderos enemigos. Si Assad es derrocado, lo que obtendremos es un Afganistán injertado al Oeste de Irak quedando Irán haciendo de jamón del sandwich con fronteras hacia ambos lados.

Miren el mapa. No hace falta ser ningún especialista en geopolítica para verlo con claridad.

Por supuesto, la gran incógnita en toda esta serie de ecuaciones estratégicas es Rusia (y hasta cierto punto China). Pero no nos engañemos con supuestas conjuras internacionales que no existen más que en la corta imaginación de personas a las que les resulta más fácil creer en una confabulación esotérica que en los pedestres hechos concretos de la política real.

Porque lo real es que, a Rusia, Siria le importa un bledo, del mismo modo que le importó un rábano todo el macabro sainete anterior del Norte de África. Lo que a Rusia le importa de Siria es el puerto de Tartús – que es la única base militar de Rusia en el extranjero y además específicamente sobre el Mediterráneo – y lo que le interesa es la vía por la cual el gas de la zona de Medio Oriente puede llegar a Europa a través de Turquía para competir con Gazprom. El gas ruso le calienta el trasero a media Europa desde hace como mínimo 40 años. Por lo menos 22 países europeos (incluyendo Alemania, Polonia, Holanda, Suiza, Austria y hasta Gran Bretaña) reciben gas de Rusia con un volumen total de más de 150 billones de metros cúbicos anuales a un valor promedio estimado en más de 300 dólares por cada 1.000 metros cúbicos.

Saquen la cuenta. ¿Dejarían ustedes que alguien meta las narices impunemente en una posición estratégica de la importancia de Tartús y en un negocio de la envergadura de Gazprom? Putin no está loco. Además, tampoco come vidrio. Maniobrará. Torpedeará iniciativas. Tratará de imponer límites. Se resistirá. Quizás, dado el caso y dependiendo de los errores cometidos por los demás, hasta considere que su mejor opción es agredir. Y, si todo falla, obviamente negociará con todas las cartas que tenga en la mano el mejor resultado que le resulte posible. No hay que ser Merlín el Mago para predecirlo. Es simplemente lo que haría cualquier político con bastante poder y dos dedos de frente.

Pero hay otra cosa más. Vuelvan al mapa. Miren todo el "Cinturón Sur" de Rusia. Fíjense en todos esos países que se extienden sobre ese Sur: Mongolia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Azerbaiyán y Georgia.

Mongolia tiene un 3% de musulmanes;  Kazajistán un 75%; Kirguistán un 80%; Tayikistán un 98%; Uzbekistán un 90%; Turkmenistán un 89%; Azerbaiyán un 95% y Georgia un 7.1%. Son ocho países cuya población, tomada en conjunto y en un promedio simple, arroja un 67% de mayoría musulmana. ¿Alguien cree que el Kremlin puede razonablemente tolerar que se desestabilice todo el Sur geopolítico de Rusia soliviantando a toda esta masa de musulmanes con consignas provenientes de fanatismos trastornados?

Hace un tiempo atrás, en el aeropuerto Sheremétievo de Moscú se podían observar algunos fornidos jóvenes rusos luciendo remeras con el tradicional Oso Ruso impreso en ellas. Debajo de la imagen del oso se podía leer la leyenda: "¡No lo despiertes!"

Apostaría a que, si no lo ha enviado ya, ése es el mensaje que probablemente le mandará Putin a Obama y a los grandes genios de la Casa Blanca en las próximas horas.



Denes Martos
www.denesmartos.com.ar

30/Agosto/2013