por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado
El prestigioso columnista Mariano Grondona acaba de realizar una de sus incursiones, típicamente escolásticas, en el juego de la política argentina. Maneja, muy hábilmente como siempre, los recursos que provee la lingüística y la lógica, para reflexionar sobre la conducta del poder KK ante el resultado de los comicios. Habla, por un lado, de que en su conferencia de prensa la Presidente pareció mostrar el afán de “engañar” al país sumando y combinando recursos verbales y estadísticos (por ej. “ganamos en Calafate”), y, por el otro, revelando un estado de confusión o distorsiones neuronales que la llevaron a presentarse víctima de una trampa psicológica : el “autoengaño”.
Nos parece que lo que es bueno para una clase magistral en la universidad, no le conviene a la función del periodista que se esmera en ayudar al pueblo a comprender una situación política. Algo importante si se trata de reconstruir la conciencia cívica del conjunto de la sociedad que, desde hace años, viene tan deteriorada y sometida a manipuleos sucios y perversos de parte de ciertos centros formadores de opinión; ante todo los oficiales. De otro modo no se explica que en los altos cargos públicos (electos y designados) figuren, reiteradamente, cuantos atorrantes desocupados consiguen lugares en “las listas”.
No es exagerar afirmar, pues, que aún viniendo de lejos, los hábitos y artimañas con que se reconstruyó la democracia luego del interregno militar, denuncian la falta de respetabilidad en que viene cayendo el cuerpo electoral. Un status psico-político que se le podría atribuir al “ejército de reserva” (desocupados, marginales, sumergidos y otros sectores afines) si no fuera que a la Argentina la están corrompiendo unas elites donde figuran profesionales de una y otra especialidad, algunos con supertítulos de universidades europeas y americanas, además de empresarios, literatos y filósofos de igual rango. Por eso cada tanto resulta santificado (“salvador del pueblo”, le dicen) algún “doctor” (o similar) con un diploma útil para enmascarar el afán de riqueza mal habida o, acaso peor, la absoluta ineptitud para conducir al Estado.
Entonces, con todo respeto por los que razonan por otra vía, más directo y franco para no esquivarle a la verdad es enfrentarse con los hechos. En 2003, por obra y gracia del pleito miserable que había entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde, más el estado de “duda metódica” que suele gobernar las predisposiciones de Carlos “Lole” Reutemann, en la Argentina se instaló en el poder una modalidad mafiosa que se encarnó en el “gang” que todos tenemos a la vista. Si se trata de encontrar un precedente de lo que ahora pretende subsistir, habría que recordar aquella frase de un alto funcionario alemán : “No me hablen de la constitución, tenemos el poder y no vamos a soltarlo”. (Hermann Goering, 1934)
Pese a que se mantuvieron formalmente las principales ramas del sistema político (tres poderes y las gobernaciones) nadie desconoce que, en la práctica, fue ejercido un régimen autocrático con la humillante subordinación de la mayoría de los representantes y titulares de esas entidades. Y de ello han sido aprovechados alcahuetes la mayor parte de los lamentables personajes que hoy, apenas conocido el desastre electoral, han sido comisionados para oficiar de falsos gestores de conciliación y de un “diálogo amplio”.
Ahora bien : ¿Cuál puede ser la autoridad moral y política del actual gobernador (reciente “candidato testimonial”) de la provincia de Buenos Aires para tan delicada misión…? ¿Acaso es posible ignorar que, para el presente y sobre todo el futuro de la democracia argentina, es indispensable y urgente que el movimiento mayoritario, el peronismo, ponga en marcha un profundo y enérgico proceso de transformación interna, de limpieza de buena parte de su “dirigencia”, para ofrecer garantías de que no habrá nuevas reincidencias en los “regalitos” que cada tanto le endilga a la Nación…?
La Sra. Presidente tiene que asumirse como algo más y mejor que la esposa sumisa del principal autor y actor del desastre. No puede ser que siga recorriendo las capitales del mundo y dando discursos en los foros internacionales, como si alguien ignorara que es apenas una modesta vocera y ejecutora del “poder detrás del trono”. Y que es su consorte el que verdaderamente ejerce los “superpoderes” que, en violación del art. 29 de la Constitución, le fue brindado por la mayoría regimentada del Congreso. ¿A qué extremos de crisis de la legalidad y de la convivencia pretende al Sra. Presidente llevar la difícil situación a que se enfrentan los argentinos..? Ya no hay conspiraciones dentro o fuera de los cuarteles, pero si la crisis sigue acumulando energías contenidas nadie puede imaginar a dónde vamos.
Parte de esa toma de conciencia para la Sra. Presidente consiste en advertir que el pronunciamiento de la soberanía del pueblo en los comicios no se agota en un mero agregado aritmética como quien suma porotos cuando juega al truco. El kirchnerismo ganó en Calafate y perdió en la provincia de Santa Cruz; y esto, al margen de números, es un tremendo indicador de la caída. Las provincias y capitales del interior que realmente forman la tendencia pesada de la realidad política, casi sin excepción votaron en contra. Al régimen le estalló la de Buenos Aires luego de usar y abusar mafiosamente de los recursos públicos; y, cuando eran los últimos minutos del escrutinio provisorio, le estalló “la Matanza” donde se esperaba (pobres y marginados de por medio) el “vuelco favorable de las urnas”. Llegó la hora, pues, de limpiarse la boca y mirar hacia delante.