martes, 27 de marzo de 2012

EL TRABAJO LIBERA, EL SUBSIDIO ALIENA


Alberto Buela (*)

Algunos de mis mejores amigos me han dicho que después de leer mi último artículo “La última elección” tendrían que suicidarse. Y yo les digo que no, que esperen un poco.
Mi tesis es, comentando la última elección y ateniéndonos a los resultados, que Cristina ganó con la fusta bajo el brazo. Ganó muy bien y hay que respetar los resultados. No podemos caer en el error gorila de sostener que “el pueblo se equivocó”. Los pueblos votan lo que le ponen. La elección por sufragio nunca es una elección sino una opción. Y entre Cristina y los opositores (la oposición no existió) hubo una diferencia abismal, tanto en el discurso político cuanto a la conducción unificada y la clientela política.


Y el triunfo por el 50% barrió con todo. Si los opositores tuvieran dos dedos de frente se tendrían que ir a su casa.
Pero también quedó claro, que una cosa es el kirchnerismo y otra es el peronismo. De este último, del peronismo auténtico queda un 10% del electorado, si es que llega a eso, porque ni siquiera son todos peronistas los que votaron por Duhalde o Rodríguez Saa, que además están más confundidos que turco en la neblina.

Pero, ¿cuál es el rasgo distintivo entre kirchnerismo y peronismo?. Que para el peronismo hay solo una clase de hombres: el que trabaja. No hay ni burgueses ni proletarios como para el marxismo ni especuladores y rentistas como para el liberalismo. La máxima obra teórico-política del peronismo fue la Constitución del Chaco de 1951, donde en su preámbulo afirma: Nosotros el pueblo trabajador….y no como las Constituciones del 53, del 49, del 56, del 94: Nosotros el pueblo…al típico estilo liberal, hijo de los juristas de la Revolución Francesa.
Es que para el peronismo el pueblo suelto no existe, sino solo el pueblo organizado sindicalmente, en tanto pueblo trabajador.
Mientras que para el kirchnerismo gobernar ya no es crear trabajo sino otorgar subsidios y puesto en el Estado. Y este es su poder y la fuente de su caudal de votos: los once millones y medio constituidos por la multiplicación del empleado público, estatal, provincial y municipal, la masa enorme de subsidiados de todo tipo, desde los sindicatos hasta los piqueteros y desde las Madres hasta los no-combatientes de Malvinas. (Me acabo de enterar que está subsidiado un grupo de ocho a diez personas por ser ex militantes de la resistencia peronista del 55).


El kirchnerismo ha contribuido a quebrar el ideal de la liberación por el trabajo, piedra angular del peronismo. Seguro que no va a faltar algún buey corneta que salga a decir que las circunstancias económicas y sociales han cambiado y que entramos en la época del no-trabajo. Pero esto no es un justificativo para dejar de predicar la liberación por el trabajo y salir por la tangente de solucionar el tema del desempleo con empleo público o planes “descansar”.
Es que el trabajo, en una época desacralizada como la nuestra, pues lo sagrado desapareció de nuestra conciencia habitual. El trabajo decimos, es lo único que puede crear virtud, al menos por la repetición de actos de levantarnos todos los días temprano aunque no nos guste. De lavarnos la cara y peinarnos. De tener que escuchar al compañero de trabajo con sus diferencias y acostumbrarnos a convivir con el otro, aunque más no sea por ocho o seis horas diarias. El trabajo limita y morigera el capricho subjetivo.


Los subsidios al no-trabajo eliminan todo esto y terminaron creando ya dos o tres generaciones de amantes del no-trabajo. De ahí a la molicie, de ahí a la droga, de ahí a la trata de personas, hay un pequeño salto nomás.
Por eso es que afirmamos en el artículo de marras que Cristina ganó porque es otro el hombre argentino, es el hombre post crisis del 2001, que no cree en nada ni en nadie y solo busca su satisfacción individual. Hoy el hombre argentino no honra el trabajo. Trabajar con las manos, trabajar con el espíritu, ya no es motivo de orgullo.


El viejo argentino, a aquel del gusto al trabajo, al ahorro y al aseo de los sábados por la tarde para esperar el domingo como día de fiesta se fue por el albañal de la historia. Como dijera el cura Castellani: Se le acabó el caviar y la vita bona, se lo llevó de un golpe de tranca, la Pelona. ( Y la Pelona en este caso, son los ocho años de gobierno de la exaltación del no-trabajo)
Todo este 50% del kirchnerismo o socialdemocracia, con el que convergen, en cuanto a los ideales, los neoliberales de Macri, los liberales clásicos del radicalismo, Duhalde y sus ideólogos (socialcristianos con chiripá), los socialistas a la violeta de Binner, los socialistas telúricos de Pino Solanas y la izquierda internacionalista, forman una masa ideológica que constituye el 90 ó 95% del electorado argentino actual. Y a esto no hay con qué darle. No podemos desarmar ese mundo de disvalores que en la vida práctica de todos los días hacen la apología de nuestro no-ser.


Tenemos kichnerismo para rato y también la multiplicación de alcahuetes que van llegando a último momento, que son los peores. Por aquello del fanatismo de los conversos.
Obviamente que esto va a pasar, como pasa todo en política, que forma parte más del reino de la contingencia, de lo opinable que el de la necesidad, de ahí que sea muy difícil constituirla o realizarla como ciencia. Esto de la existencia de la ciencia política ha sido un desliz de la filosofía para que puedan trabajar en ella, filósofos fracasados.
(Carlos Strasser, Horacio Cagni y Juan Gabriel Toklatlian se van a enojar pero, amicus Plato, sed magis amica veritas).


En el mientras tanto, hay seguir trabajando y que cada uno realice bien su oficio o tarea. Hay que saber y poder correr el riesgo tanto de la sana libertad filosófica cuanto del riesgo laboral. Lo que no podemos es “dejar de trabajar para vivir de la segura teta del Estado”, presentada por el kirchnerismo hoy bajo la figura “del subsidio al no-trabajo”, porque este ha sido el principio de la destrucción del viejo hombre argentino.

(*) alberto.buela@gmail.com
www.disenso.org