jueves, 1 de marzo de 2012

MALVINAS: INCOHERENCIA HISTÓRICA

Abel Posse

En los últimos meses, las declaraciones del señor Cameron son rotundas: de soberanía ni se habla. Su canciller avaló esta posición que podría ser la base de una política de Estado. La escalada británica de presencialidad en la región y de poder militar es clara. Nos hemos transformado en un país venusino que finge creer que en un pasado ilusorio del relato, la Guerra de Malvinas no fue plebiscitada por el pueblo argentino con inédita pasión patriótica. Hoy se instaló la opinión de que nuestra guerra, incubada por un sentimiento y una diplomacia iniciada desde Rosas en adelante, fue un disparate. La gente se acostumbra a insultar a Galtieri más que a Thatcher y su gabinete de guerra que hundió el Belgrano (publicar ahora el Informe Rattenbach va más bien en este sentido autopunitorio, aunque conocemos su verdad desde hace mucho).
Por su parte, los británicos no dudan de su ancestral política colonizadora. Pese a la moralina, la Historia sabe que la guerra da derechos.

El claro endurecimiento militar con el envío en este año del principe William, coincide con la declaración europea de Lisboa, ubicando a Malvinas como territorio de ultramar británico con las pretensiones de extensión sobre aguas argentinas y con el probable y reciente proyecto de crear un gran círculo “ecológico” con epicentro en las Orcadas.

Cameron está asediado por problemas autonomistas difíciles (Gales, Escocia). Es difícil controlar la irritación antiinmigracional que interpreta el British National Party, un populismo ultranacionalista. Tal vez este despliegue y este “incidente” en Malvinas le sirva en parte para su política interna.
Perón decía “cuando no se quiere o no se sabe cómo resolver un problema, se crea una comisión”. La publicitada presentación ante los Naciones Unidas, Consejo de Seguridad y Asamblea, para frenar el incremento militar británico, equivale, por falta de prestigio y fuerza de nuestro país, a un subterfugio inocuo y tardío, en tiempos que la ONU no puede controlar las guerras desde Irak en adelante, ni recientes políticas intervencionistas descaradas como la de Líbia. Probablemente estamos en el nacimiento de un nuevo órden, un nuevo Nomos de la realidad internacional que no pasa más por el Derecho de Gentes y el respeto de estados y soberanías.

La posición de los kelpers deberá considerarse sin la ingenuidad de la diplomacia de los 90, cuando se los saludaba con postales de Navidad y ositos de peluche. Los isleños quieren ser británicos, protegidos militarmente por Gran Bretaña, y lograr una situación como la de aquellos años 70, de la “negociación eterna”. Los isleños quisieran mantener su renta más alta, su nacionalidad británica , pero poder educarse, hospitalizarse y viajar por esa Argentina que tiene vedada, a un paso. Esta realidad podría tener camino diplomático en el futuro.
No piensan en autonomía independentista, ni en enfrentarse a la política de Londres. Quieren ser ingleses, pero gozar el alivio y la vitalidad de la Argentina.

La frivolidad de los argentinos se pone a prueba otra vez en el Atlántico Sur. Los ingleses instalan su maquinaria extractora de petróleo. Aunque el tango diga que veinte años no es nada, los británicos demuestran que, pasadas tres décadas de las batallas, ellos cumplen con el continuo de su política de Estado y se preparan a cosechar el fruto de aquellas victorias, como un legado de sus muertos.

Por nuestra parte, nos entretuvimos en calificar “como una locura” la Guerra por las Malvinas irredentas.
Habíamos reclamado durante siglo y medio.
Por fin se produjo: el 2 de abril nos despertamos pisando el suelo volcánico de nuestras Malvinas después de un ciclo de dieciséis años de chicanas británicas desde que se recomendó el diálogo en el Comité de Descolonización de la ONU.
Los argentinos en pocas horas reconquistaron el bastión sin el costo sangriento presumible. La primera etapa la ejecutó el almirante Büsser, hoy elogiado por los historiadores extranjeros. La aviación cumplió hazañas que realzan la fibra de coraje y entrega patriótica de un pueblo nacido para un destino mayor.
La reacción de entusiasmo nacional fue triunfalista y casi unánime. La acción de los militares fue aplaudida por casi la totalidad de los dirigentes políticos, sindicales y ciudadanos. Sería bueno que el lector recorriese los diarios de esos días vibrantes. Se reconocía que era una guerra justa realizada con una acción fulmínea e indolora.

Recuerde, lector: Pierina Dealessi, los donativos y colectas en las oficinas, el postre Malvinas, las señoras de Barrio Norte tejiendo los pulóveres marciales, aquellos gritos en las redacciones y en los cafés cuando se hundía al Sheffield o a algún otro exponente de la “perfidia inglesa”. Malvinas fue el único grito que superó al de algún gol de Maradona en el Mundial. Se aclamó a Galtieri en la Plaza de Mayo y fuera de ella. El acto de fuerza justiciera y nacional se sobrepuso a la conducción de una dictadura cuya “guerra antisubversiva” también fue aprobada tácita o expresamente por una mayoría significativa.

En todo caso, en aquellos días esto no frenó el entusiasmo y la cohesión nacional. Hoy, dada nuestra doblez, resulta difícil recordar que nuestra explosión fue de país sano y fuerte. Una reacción honestamente patriótica que dejaba en el plano secundario la ilegitimidad esencial del poder de turno. Habría que ser muy hipócrita para fingir olvido de aquel entusiasmo nacional, unánime y unitivo y desentendernos de la derrota atribuyendo el resultado al general Galtieri como el autor de una travesura. (En la batalla mayor de la Segunda Guerra Mundial, la de Stalingrado, los rusos y los alemanes murieron sin pensar que el jefe de unos era Hitler y de los otros, Stalin…) En el plano latinoamericano, nuestra guerra cobró una dimensión fundacional, en el sentido de asentar una conciencia de cultura y de sentimiento solidario en nuestro continente. Ese espíritu prevalece como se ve en estos días. (Uruguay acepta no dejar atracar a barcos con bandera malvinense británica ¡después que la estupidez argentina les cerró por años el puente de Fray Bentos!).

La fiesta de la guerra viró en contra de nuestra inexperiencia. La táctica diplomática de “las tres banderas” era una sutileza inaplicable para nuestra euforia de advenedizos del azar bélico.
Nuestros pilotos navales y de la aeronáutica conmovieron al mundo con sus proezas. Pero el aparato de conducción militar siguió estúpidamente dividido. El comandante en las islas que había jurado vencer o morir terminó rindiéndose. Los ingleses habían conseguido de los norteamericanos el arma clave para acabar en horas con nuestra aeronáutica. El hundimiento del Belgrano por un submarino nuclear puso en evidencia nuestra endeblez e indecisión en el arma naval. Este hecho concluyó con las esperanzas de soluciones diplomáticas. (Los ingleses demostraban que siguen a Churchill: en la guerra, determinación…)

Después, la enfermedad argentina: dicen avergonzarse de semejante hecho, lloran oblicuamente y fuera de fecha a sus muertos, descubren que los gobernantes eran de facto y dictadores. Se olvidan minuciosamente de aquel fervor... Es la Argentina pequeña, incapaz de concederles la palabra gloria a sus muertos por la Patria. Tan eufóricos en aquellas victorias como ambiguos después, en la derrota.

Lo más grave del episodio Malvinas no es haber perdido lo que con el tiempo sólo será una batalla, sino la enfermedad de no saber defender lo que hicimos con la frente alta y con júbilo de convencidos de una verdad histórica y casi andar susurrando disculpas a los usurpadores, los enemigos…

Perdimos años echándole la culpa a otro, a Galtieri, a los militares. Como perdimos, nos desentendemos y ni siquiera tenemos presencia militar y económica en el Atlántico nuestro. ¿Podremos zafar de nuestra frivolidad? ¿Podremos imponer un sentimiento de patria en este y en tántos otros temas? Porque Malvinas sigue siendo una política de Estado regada, consagrada, por la vida de nuestros soldados.

Y esas jornadas grandes, de lucha por nuestra tierra ocupada, no merece el silencio tembloroso y el intento de meter el tema como un episodio errado de los otros… Todos los jefes políticos, la prensa, los jóvenes y los viejos, los empresarios y todos los sindicatos fueron recorridos por esa honda que sacudió la laguna de mediocridad de esta Argentina que traiciona su ser y su voluntad recóndita.

*Embajador de carrera, escritor.


Perfil.com, 25/02/12