miércoles, 27 de diciembre de 2017

CARLOS SACHERI

doctrina y martirio por la «hermenéutica de la continuidad»

Sacheri, como animador de la reforma política y económica según el derecho natural y cristiano, resultaba peligroso para los fomentadores de la dialéctica de contradicción en la vida social.
                       
Germán Masserdotti
Religión en Libertad, 22 diciembre 2017

Los documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965), parte integrante de la Tradición vivificante de la Iglesia, deben interpretarse en la línea de la continuidad y de la reforma y no en la de la ruptura. Como afirma Benedicto XVI, “todo depende de la correcta interpretación del Concilio [Vaticano II] o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación”.

En un contexto de diálogo intraeclesial de acuerdo a lo señalado por Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam, la contribución de Carlos Alberto Sacheri (1933-1974) que abona la “hermenéutica de la continuidad” en armonía con la “reforma” reviste una característica singular.
Su desenvolvimiento intelectual fue simultáneo a la publicación de los documentos del Concilio Vaticano II. Es sabido que aquellos años y los inmediatamente posteriores al desarrollo de las sesiones conciliares se sumergieron en la “contestación” a la autoridad doctrinal y disciplinar de la Iglesia. De esta situación dan cuenta las numerosas catequesis iluminadoras y dolientes de Pablo VI durante los años finales de la década de los 60 y los primeros de los 70. En aquellos años se hablaba del “sentido de la historia”. Por una especie de “clima de época”, numerosos pensadores quisieron ver, en ese “sentido”, rupturas antes que constantes. De este modo, la interpretación que formula Sacheri se valora todavía más. Movido siempre por un espíritu de caridad filial y fraternal, supo señalar las “continuidades” y ubicar las “reformas” en el contexto de la historia de la Iglesia.

El “sentir con la Iglesia” de Sacheri se reveló, principalmente, a propósito de la llamada “cuestión social”. Son notables sus esfuerzos por estudiar, comentar, interpretar y difundir el Magisterio de la Iglesia con el fin de restablecer el orden social según el derecho natural y cristiano. Como ejemplo de síntesis programática merece destacarse El orden natural, una especie de vademécum de la Doctrina Social de la Iglesia explicada de acuerdo al contexto político, económico y cultural de entonces en el mundo y en la Argentina.

Un ejemplo de interpretación tiene creciente actualidad en días de “grieta” como los que se padecen en la Argentina. Sacheri observa que la solución a la “cuestión social” generada por la relación indebida entre el trabajo y el capital no debe resolverse por la supresión de uno de los términos sino por la colaboración entre ellos. A propósito del capitalismo, debe recordarse una distinción presente en las enseñanzas del magisterio eclesial y que Sacheri hace propia: una cosa es el capitalismo y otra el influjo negativo que el liberalismo económico produjo en él. La Iglesia, señala Sacheri, nunca condenó al capitalismo. El liberalismo, en cambio, lo acompañó de hecho, pero no de derecho.

Uno de los tópicos del capitalismo es el de la propiedad privada. En Gaudium et spes, El Concilio Vaticano II sostiene que ella, “como las demás formas de dominio privado sobre los bienes exteriores, contribuye a la expresión de la persona y le ofrece ocasión de ejercer su función responsable en la sociedad y en la economía”. Sacheri reafirma el carácter natural del derecho a la propiedad privada en medio de la discusión suscitada por los “socialistas cristianos” y “tercermundistas” respecto de su legitimidad. Lo reafirma sin perder de vista la función social de la misma propiedad privada.

El mismo Concilio Vaticano II afirma que “el derecho de poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que corresponde a todos”. Sacheri observa que esta afirmación sobre la universalidad del derecho a la propiedad privada deriva del carácter de derecho natural que distingue a la propiedad. De esta manera, dado que es “algo acordado al ser humano por naturaleza, todos y cada uno deben poder participar efectivamente de la propiedad en sus diferentes formas”. El Concilio Vaticano II concluye que resulta “por ello muy importante fomentar el acceso de todos, individuos y comunidades, a algún dominio sobre los bienes externos”. En el mismo sentido, el objetivo de la difusión de la propiedad se logra más eficazmente “cuando toda la economía está organizada profesionalmente por ramas de producción a través de consejos obrero-patronales”, comenta Sacheri.

Los principios y criterios de la Doctrina Social de la Iglesia y las propuestas concretas de Sacheri a fin de consolidar la colaboración entre el trabajo y el capital, y la complementariedad entre la dimensión individual y la función social de la propiedad privada junto con su difusión, están lejos, por cierto, del engañoso recurso a la violencia política como remedio a los males que nos aquejan.

Violencia política que se volvió contra la vida del mismo Sacheri. El 22 de diciembre de 1974, en presencia de su familia y saliendo de la misa celebrada en la catedral de San Isidro –provincia de Buenos Aires–, le dispararon en la cabeza.

“Días después –señala un editorial aparecido el 23 de diciembre de 2014 en el diario argentino La Nación–, un oscuro y cínico comunicado adjudicado al Ejército Revolucionario del Pueblo-22 de agosto (ERP 22) se atribuyó el asesinato, aunque las investigaciones judiciales no avanzaron demasiado”.

Sucede que Sacheri, como animador de la reforma política y económica según el derecho natural y cristiano, resultaba peligroso para los fomentadores de la dialéctica de contradicción en la vida social. Podría decirse que él no era “funcional” ni a los de “derecha” ni a los de “izquierda”, si fuera posible utilizar categorías caducas. “Sacheri se opuso a los violentos de cualquier ideología política –afirma el mismo editorial de La Nación–, sólo armado intelectualmente por su profundo conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia”.


¿No debería recordarse, tanto en el ámbito político como eclesial, el aporte intelectual de Sacheri para un orden social más justo en la República Argentina y, así, no tropezar nuevamente con la misma piedra por no haber aprendido de la Historia, magistra vitae?