domingo, 31 de enero de 2010

LA CARENCIA DE UNA ESTRAGEGIA EN LA POLÍTICA EXTERIOR



La reciente decisión de la presidente Cristina Fernández de Kirchner de suspender su programado viaje a China por razones domésticas no ha sido un hecho aislado. Por el contrario es parte de una política sin estrategia internacional y centrada en la política interna de corto plazo. El gobierno de Néstor Kirchner se concentró en la atención de los temas internos, lo cual era indispensable e inevitable, considerando la grave crisis económica y política que atravesaba el país en aquel momento. La política exterior tuvo un papel secundario, estuvo focalizada hacia el Mercosur y, en general, de respuesta ante situaciones externas. La recuperación de la economía y los cambios que se produjeron en el escenario internacional plantearon la necesidad de emprender una política exterior activa, con orientaciones de largo plazo y prestando atención, en particular, a la emergencia de China como potencia global. Sin embargo, la orientación general se mantuvo y, dentro de ella, la falta de iniciativas consistentes para abrir mercados en Asia.

De hecho, los empresarios vinculados con Asia y los especialistas en el tema señalan desde hace muchos años en forma insistente la debilidad de la política comercial exportadora hacia esa región y el hecho de que otros países, como Chile o Brasil, tienen una presencia diplomática más fuerte y activa. En el caso de China es significativo que, si bien en los últimos años las exportaciones aumentaron, están compuestas en su abrumadora mayoría por productos del complejo sojero, con escasa presencia de otros productos. Más aún, desde hace dos años, el país tiene déficit comercial con el país asiático.

La cancelación de la visita presidencial a China, que había sido trabajosamente programada desde hace un año, es parte de ese cuadro y constituye un desaire al Gobierno de la segunda potencia económica mundial, que tendrá seguramente costos económicos y diplomáticos para el país.

La cultura china, de la cual participan tanto el Gobierno como los empresarios de aquel país, valora el ceremonial, la negociación minuciosa, el respeto de las jerarquías, la presencia o la garantía de los gobiernos en las negociaciones económicas, y la previsibilidad. Esta suspensión abrupta y de último momento de la gira presidencial choca con esa realidad y va afectar las relaciones con China y la posibilidad de concretar negocios. Pero no se trata sólo de China. El Gobierno ha vuelto a enviar al mundo un mensaje con el cual reafirma la percepción existente de que Argentina es un país impredecible.

En recientes intervenciones públicas, la Presidente se quejó de las alabanzas que realizaron numerosos comentaristas sobre la civilidad de la política chilena y sobre el penoso contraste con las prácticas dominantes en la Argentina y, en particular, con el confrontacionismo y la agresividad de la política oficial.

En el tema de las relaciones con China, la referencia a Chile es nuevamente inevitable. El país trasandino lleva adelante, desde hace décadas, una muy activa política comercial en todo el mundo y especialmente en Asia. Esto le ha permitido colocar productos que también fabrica o podría fabricar Argentina, pero que tienen escasa o nula presencia en esos mercados.

La Argentina necesita asumir que una política comercial no se puede agotar en un tipo de cambio favorable y que es necesaria una estrategia para mejorar la inserción comercial en el mundo. El primer requisito para ello es que el Gobierno revierta su política pequeña de internismo localista, para impulsar una proyección estratégica del país con la región y en el mundo.

La reciente suspensión del viaje presidencial a China ha vuelto a colocar a nuestro país en una situación incómoda en el exterior, como evidencia de una política que carece de una orientación estratégica de inserción internacional. Se perdió una oportunidad y se envió al mundo un mensaje que confirma las percepciones de la Argentina como país impredecible. Con una visión estratégica para el país, estos traspiés no deberían ocurrir.

Clarín, Editorial, 31-1-10