Por monseñor Giampaolo Crepaldi*
Dos noticias de gran interés han tocado recientemente el problema demográfico en relación con el desarrollo. La primera es recientísima y tiene que ver con el Informe World Population Ageing 2009 del Department of Economic and Social Affairs de las Naciones Unidas. Como lo ha recogido en una recensión adrede el Observatorio Internacional cardenal Van Thuan (http://www.vanthuanobservatory.org/), el Informe de la ONU certifica un envejecimiento de la población mundial.
Las conclusiones del Informe son las siguientes: “En conclusión, a causa de la transición de una alta fertilidad a una baja fertilidad y de la continua disminución de la mortalidad infantil, la población de muchos países está envejeciendo.
Este cambio demográfico sin precedentes, que comenzó en el mundo desarrollado en el siglo XIX y que ahora afecta a los países en vías de desarrollo, está transformando ya muchas sociedades. Se considera que el proceso de envejecimiento debe aumentar en el futuro próximo, sobre todo en los países en vías de desarrollo. Dado que estos paises tienen un lapso de tiempo más breve para adaptarse a los cambios relacionados con el envejecimiento de la población, es urgente que los gobiernos de los países en vías de desarrollo den pasos para afrontar los desafíos y aprovechar de la mejor forma las oportunidades que el envejecimiento de la población trae consigo”.
Ya en tiempos de la conferencia de El Cairo sobre Población y Desarrollo de 1994 y de la Conferencia de Pekín de 1995 sobre la mujer, la Santa Sede, cuya delegación estaba entonces guiada por el arzobispo, hoy cardenal, Renato Raffaele Martino, sostenía que el desarrollo habría favorecido la disminución de los nacimientos, unida en esto a las delegaciones de los paises pobres.
Se contrastaba de esta forma la tesis oficial de la ONU según la cual era necesario invertir los términos: disminuir, incluso forzadamente, los nacimientos para favorecer el desarrollo. El World Population Ageing 2009 da hoy la razón a la Iglesia.
Pero hay más. No somos demasiados, somos demasiado viejos. El envejecimiento de la población plantea varios y serios problemas que invitan a retomar políticas natalistas.
Cuando, a finales del pasado mes de diciembre, nació el africano número mil millones y que, haciendo cuentas se calcula que los africanos llegarán en 2050 a los dos mil millones, no todas las voces se han quedado en la típica tesis neomalthusiana de que semejante aumento de la población habría frenado el desarrollo.
Alguno ha dicho que África está subpoblada, dado que tiene el 20% de las tierras del mundo y el 13% de la población del planeta. Tener muchos jóvenes y gozar de un crecimiento demogrático superior es visto cada vez más como ocasión de desarrollo más que como lastre. Bastaría centrarse en infraestructuras y en instrucción para hacer fructificar este inmenso potencial humano.
Examinando estos nuevos datos y valorando estas nuevas tendencias se encuentra amplias confirmaciones de la perspectiva anunciada por la Caritas in veritate de Benedicto XVI.
Esta encíclica une sistemáticamente la ética de la vida y la ética social (n. 15) de modo que la ofensiva laicista contra la vida y la familia puede ser considerada contraria al desarrollo, como pusimos en evidencia en el Primer Informe sobre la Doctrina social de la Iglesia en el Mundo redactado por nuestro Observatorio.
El párrafo 28 de la CV dice entre otras cosas que “la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar ya las motivaciones y las energías necesarias para trabajar al servicio del verdadero bien del hombre.
Si se pierde la sensibilidad personal hacia la acogida de una nueva vida, también otras formas de acogida útiles a la vida social se vuelven áridas. La acogida de la vida templa las energías morales y hace capaces de ayuda recíproca.
Cultivando la apertura a la vida, los pueblos ricos pueden comprende mejor las necesidades de los pobres, evitar emplear ingentes recursos económicos e intelectuales para satisfacer deseos egoístas entre los propios ciudadanos y promover, en cambio, acciones virtuosas en la perspectiva de una producción moralmente sana y solidaria, en el respeto del derecho fundamental de todo pueblo y de toda persona a la vida”.
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TRIESTE, viernes 5 de febrero de 2010 (ZENIT.org)
*Monseñor Giampaolo Crepaldi es arzobispo-obispo de Trieste, presidente del Observatorio Internacional cardenal Van Thuan