domingo, 26 de febrero de 2012

LAS PASIONES PESAN SOBRE LA GEOPOLÍTICA



Por Felipe De La Balze


Los Estados actúan en el escenario internacional, en teoría, a partir de una evaluación fría de sus intereses. Los responsables de la política exterior de un país definen metas y estrategias a partir de un análisis razonado de la realidad.

Intentan controlar sus “pasiones” para no introducir más irracionalidad en un mundo por naturaleza desordenado y conflictivo.

La geografía, los intereses económicos, los cálculos de equilibrio de poder, las amenazas a la seguridad, las capacidades militares propias y ajenas, así como la acumulación de prestigio (valores culturales y simbólicos) contribuyen a definir la hoja de ruta del interés nacional.

A partir del siglo XX se quiso regular y contener el juego de las emociones a través de una red creciente de tratados internacionales (bilaterales, regionales o multilaterales) y de un grupo amplio y heterogéneo de instituciones internacionales (entre otras la Unión Europea, el Mercosur o las Naciones Unidas). Estos, a su manera, intentan proveer una estructura de previsibilidad a un universo de naciones siempre tentadas por maximizar sus márgenes de maniobra y en puja permanente por promover intereses individuales .

Detrás de la racionalidad siempre se esconden emociones -y no pocas veces los prejuicios- que influencian el juego político internacional: desde el rapto de Helena y la Guerra de Troya, hasta la destructiva irrupción de los nacionalismos europeos en el período que va de la Revolución Francesa (1789) hasta la Segunda Guerra Mundial (1945).

Entre la Revolución Rusa de 1917 y la caída del Muro de Berlín (1989), las ideologías (fascismo y comunismo) tomaron vuelo y parcialmente reemplazaron a las pasiones nacionalistas.

Detrás de las ideologías es fácil detectar un universo de ambiciones y resentimientos que favorecieron la instalación de gobiernos totalitarios que impulsaron comportamientos intolerantes y fanáticos.

Hoy, la revolución de la información y las comunicaciones crea una nueva vuelta de tuerca en la relación entre política internacional y emociones . El mundo se volvió más intenso.

La esperanza, la ambición, el temor y la humillación impactan profundamente en las decisiones de los actores internacionales, inclusive de las grandes potencias.

La globalización , entendida como un proceso de mayor integración económica mundial (a través del comercio, la inversión y las migraciones) y de una intensificación de los contactos personales, sociales y culturales (a través de las telecomunicaciones, la televisión e Internet), aumentó la importancia de las emociones en el juego político mundial.

Los sistemas mediáticos juegan un rol privilegiado de caja de resonancia y de espejo de una realidad donde se entremezclan lo concreto y lo virtual, la realidad, la apariencia y los deseos. En un mundo cambiante con fronteras geográficas y culturales fluidas, la crisis de la identidad (personal, grupal y nacional) se vuelve aguda. La conectividad y la inmediatez generan una búsqueda respecto al “quién somos”, “cuál es nuestro lugar en el mundo” y “qué perspectivas de futuro tenemos”.

La capacidad de manipulación por parte de aquellos que tienen poder se incrementó y masificó. Vivimos un mundo donde el acceso a la información es fácil, pero la observación individual se empobreció.

Miramos mucho y vemos poco . Los relatos se tornan más relevantes que las vivencias y la realidad virtual sustituye la realidad a secas.

La identificación del patriotismo con la competencia deportiva, las guerras percibidas como un juego de Internet, el terrorismo como la fuerza oscura y trágica de la globalización y la demonización del adversario son hechos recurrentes en la escena contemporánea.

La afanosa búsqueda de la identidad genera entre los perdedores del nuevo sistema reacciones de profundo rechazo.

Algunos de los signos de las nuevas circunstancias son: el terrorismo islámico, la existencia de territorios sin Estado y el fortalecimiento de redes criminales internacionales.

Los movimientos de protesta contra la globalización están tomando auge como resultado del agravamiento de la crisis financiera y económica. Para muchos de los críticos, la creciente integración de la economía y la cultura mundial equivale a una “americanización” del sistema.

Si observamos con cuidado, notaremos que la globalización actual corre por dos carriles dispares y contradictorios . Por un lado, somos testigos de la americanización cultural del mundo y de un triunfo cuasi universal del capitalismo y, por otro lado, presenciamos el veloz surgimiento económico y demográfico de Asia, que está erosionando gradualmente el modelo de progreso occidental. Recordemos que el extraordinario progreso de China ocurrió sin democracia y sin imperio de la ley.

La globalización ya no es dominio exclusivo de norteamericanos y europeos. En un mundo donde regímenes autoritarios son exitosos en términos de estabilidad y crecimiento, la supremacía democrática de Occidente se está deteriorando.

Por primera vez en dos siglos (desde el inicio de la Revolución Industrial), Occidente está perdiendo su centralidad y su primacía.

Sin duda, la influencia cultural norteamericana/europea es inmensa, pero desde un punto de vista económico, el Occidente está siendo superado por las nuevas potencias asiáticas.

La fase actual de la globalización refleja la entrada de Asia al escenario central de la economía y la política mundial. Hay un gradual desplazamiento de un mundo occidental y atlántico (dominado por los Estados Unidos) hacia un mundo asiático y del Pacífico, donde la influencia de China y la India crecerá durante las próximas décadas. Si el siglo XX fue el siglo de los Estados Unidos y de las ideologías, el siglo XXI será el siglo de Asia y el de la búsqueda de la identidad . En un mundo integrado y profundamente diverso, las pasiones y las emociones ocuparán la primera fila del escenario.

Clarin, 26-2-12