POR RICARDO ARRIAZU
Todas mis columnas
recientes estuvieron dedicadas a evaluar temas aparentemente aislados pero, que
en realidad, forman parte de importantes megatendencias que inexorablemente
definirán las futuras características de la mayoría de las economías .
Específicamente me refiero a los cambios demográficos y al crecimiento de las
demandas de alimentos y energía.
Sin alimentos no
habría vida, y sin energía ni trabajadores no habría economía en el sentido
moderno de la palabra.
Pero, ¿no son aun más
importantes para la vida el oxígeno y el agua? La repuesta es obviamente
afirmativa, pero la administración económica de estos elementos esenciales para
la vida está todavía en sus etapas de gestación. Los tratados para la reducción
de la emisión de gases nocivos, el pedido de Brasil de una compensación
económica por parte de los “países beneficiados” para detener la deforestación
del Amazonas y las incipientes discusiones sobre el agotamiento de los
acuíferos en algunas partes del mundo son parte de una creciente preocupación
por estos temas, pero con avances que no son aún significativos.
Sin embargo, un
análisis más detallado de los factores que influyen sobre estas tendencias
permite identificar los avances en el conocimiento y los cambios culturales
como los principales motores de estas dinámicas.
Las tendencias
demográficas están dominadas por tres factores : a) la reducción en la tasa de
mortalidad infantil; b) la notable reducción en la cantidad de hijos que
procrea una mujer fértil; y c) el aumento de la expectativa de vida en casi
todos los países. Los avances en el conocimiento permitieron la reducción de la
mortalidad infantil y el aumento de la expectativa de vida, hechos que
-conjuntamente con la emergencia del Estado como proveedor de seguridad social-
generaron el debilitamiento de la familia y la tendencia a tener menos hijos.
Estas tendencias se
están dando en forma universal, pero sus características varían entre países,
dando lugar a importantes cambios en la estructura de la población y de la
economía mundial.
Todos estos factores
afectaron también tanto la producción como la demanda de alimentos y de
energía. Como señalé en mi última columna, el crecimiento de la producción
mundial de alimentos durante los últimos cincuenta años permitió no sólo
alimentar a la creciente población mundial sino también aumentar en casi un 30%
la disponibilidad de alimentos por habitante y reducir en forma significativa
el porcentaje de personas que pasan hambre . Los cambios demográficos influirán
en el crecimiento de la demanda de alimentos en las próximas décadas, la que
seguirá creciendo en términos absolutos, pero a un ritmo muy inferior al de las
últimas décadas porque la población crecerá menos, y porque los viejos comen
menos que los jóvenes .
En el campo
energético la tendencia es similar: el crecimiento económico y de la población,
y los cambios culturales, llevaron en las últimas décadas a un crecimiento
enorme de la demanda de energía – total y por habitante-, pero este crecimiento
no ha sido uniforme. La proliferación de las ciudades dormitorios y el
fanatismo por el transporte individual (y en vehículos grandes) han determinado
que el consumo energético por habitante en los Estados Unidos sea casi el doble
que en Alemania, a pesar de tener ingresos por habitante similares. Más aún,
este consumo viene bajando en forma persistente en Alemania desde 1980,
mientras que en los Estados Unidos recién se redujo a partir del año 2000.
Las proyecciones para
las próximas décadas muestran una atenuación del ritmo de crecimiento de la
demanda, con bajas en el consumo por habitante en los países industrializados y
subas en los países emergentes .
Los impactos
económicos y sociales de estos desarrollos no son uniformes a lo largo del
tiempo ni entre países, reflejando no sólo diferencias demográficas sino
también en calidad institucional y en la eficacia de las políticas económicas.
Si nos concentramos
exclusivamente en los factores demográficos se puede verificar que existen tres
etapas claramente diferenciadas; una primera en la que la población se
incrementa rápidamente (generando alarma por la “explosión demográfica” y su
potencial impacto sobre la disponibilidad de alimentos y recursos), al mismo tiempo
que se incrementa también la cantidad de jóvenes y la población en edad de
trabajar (contribuyendo, por lo tanto, al crecimiento económico) y crece
gradualmente la población de ancianos . Una segunda etapa en la que disminuye
la porción de niños, se desacelera el crecimiento de las personas en edad de
trabajar y crece la porción de ancianos.
Estas tendencias se
acentúan en la tercera etapa en la que la cantidad de niños cae en términos
absolutos, disminuye la participación de los trabajadores y se incrementa
rápidamente la porción de ancianos.
Desde un punto de
vista económico, en la primera etapa crecen la tasa de ahorro, la tasa de
inversión, el PBI total, la recaudación, la demanda de bienes públicos
(educación, salud e infraestructura, y la demanda de todo tipo de productos, al
mismo tiempo que planes de retiro generan excedentes de fondos (sean estatales
o privados). Estos impactos comienzan a cambiar en una segunda etapa, al
estabilizarse la tasa de ahorro e inversión, lo que lleva a una desaceleración
de la tasa de crecimiento, se debilita el crecimiento de la recaudación, los
sistemas de retiro dejan de generar excedentes de fondos y las cuentas fiscales
comienzan a debilitarse. Esta dinámica se acelera en la tercera etapa,
generando serios problemas fiscales y financieros, al bajar bruscamente el
crecimiento económico y al crecer los gastos sociales.
Europa es un buen
ejemplo de esta dinámica perversa, si no se toman los recaudos necesarios para
contrarrestar los efectos económicos del envejecimiento.
Todas estas
tendencias muestran claramente que los hoy llamados “países emergentes”
dominarán la economía mundial en el futuro.
Clarín, 20-5-12