Peter Goodman
La Nación, economía, 10 de junio de 2018
Esta ciudad en el valle central de California funcionó
por mucho tiempo como muestrario de los problemas desgarradores que aquejan la
vida de EE.UU. La crisis inmobiliaria que convirtió a Stockton en un epicentro
del desastre nacional de las expropiaciones dejó quebrada la ciudad. Gente sin
hogar hacinada en carpas junto a las vías del tren, tiendas tapiadas sobre
veredas quebradas, violencia de pandillas.
Ahora Stockton es lugar de un experimento simple, pero
no ortodoxo. Prepara planes para entregar sin condiciones US$500 por mes a unas
100 familias. La prueba podría comenzar en el otoño boreal y seguiría alrededor
de dos años.
Como primera ciudad estadounidense en probar el
ingreso básico universal, Stockton verá lo que sucede. Lo mismo harán gobiernos
y científicos sociales de todo el mundo, al explorar cómo compartir más
ampliamente las riquezas del capitalismo en tiempos de creciente desigualdad
económica.
¿Las madres solteras usarán el dinero para pagar por
el cuidado de sus niños y, así, tomar clases universitarias? ¿La gente que se
enfrenta a la opción entre comprar útiles escolares y pagar la cuenta de la luz
tendrá más estabilidad económica? ¿Las familias agregarán comida más sana a sus
dietas?
La lógica del ingreso básico universal es que si todos
reciben dinero -ricos y pobres, ocupados y desocupados- se elimina el estigma
de los planes tradicionales y se asegura el sustento para todos.
No parece accidental que una ciudad de California se
haya convertido en el lugar para probar la idea. El Estado ha probado desde
hace mucho nuevos enfoques de gobernancia y la desigualdad económica es una
preocupación.
El concepto de ingreso básico ha ganado adherentes en
el mundo como potencial estabilizador, frente a una insurrección populista que
acecha al orden económico liberal nacido en la Segunda Posguerra Mundial. Es
abrazado por pensadores sociales que buscan reimaginar el capitalismo para
distribuir mejor sus ganancias, y por tecnólogos preocupados por el poder
destructor del empleo de sus creaciones. La idea cautivó a activistas e
intelectuales desde hace siglos.
En el siglo XVI, la novela Utopía de Thomas More
sugirió que los ladrones se verían disuadidos mejor por la asistencia pública
que por el temor a una sentencia de muerte. En tiempos más modernos, el
reverendo Martin Luther King Jr. proponía "el ingreso garantizado".
El legado de King pesa en Stockton, gobernada por un alcalde que hace historia,
Michael Tubbs, de solo 27 años.
Tubbs se crió en el sur de Stockton, donde los
prestamistas y las tiendas de empeño explotan la desesperación de los pobres.
Su padre estuvo en prisión por un crimen vinculado con las pandillas. Su madre
trabajaba en servicios al cliente de un centro médico y tenía dificultades para
pagar las cuentas y dependía de los subsidios del Estado. Su madre lo mantenía
dentro de la casa, temerosa de los peligros que existían al otro lado de la
puerta.
Recuerda estar parado junto al buzón de su casa
abriendo una carta que anunciaba su aceptación a una universidad, mientras
llegaban autos policiales, con las luces destellando, para arrestar al hijo de
un vecino por tráfico de drogas. Se enroló en la Universidad de Stanford. En su
anuario de la escuela secundaria, sus amigos anotaron felicitaciones por
"haber escapado de aquí". Fue pasante en la Casa Blanca del
presidente Barack Obama. Tras graduarse del college en 2012 enseñó estudios
étnicos, gobierno y sociedad en un secundario y fue concejal de la ciudad de
Stockton.
El día que fue elegido el presidente Trump, los
votantes de esta ciudad de 300.000 habitantes pusieron a Tubbs al mando. Creada
como centro de abastecimiento durante la quimera del oro del siglo XIX,
Stockton evolucionó para convertirse en un centro de trabajadores migrantes de
las explotaciones frutícolas y de vegetales del valle central de California.
Para el nuevo milenio se había convertido en ciudad dormitorio, con hogares
accesibles para trabajadores de lugares caros como San Francisco y Silicon
Valley. La crisis inmobiliaria llegó de modo salvaje. La tasa local de
desempleo subió al 19% en 2011.
Cuando asumió Tubbs, casi uno de cada cuatro
residentes era oficialmente pobre. El ingreso medio de los hogares era de
alrededor de US$46.000. Solo 17% de los adultos de 25 años o más tenía título
universitario.
"La pobreza es el mayor problema -dijo el
alcalde-. Todo lo que enfrentamos deriva de eso".
Cuando asumió, su personal recomendó el ingreso básico
como un medio para atacar la pobreza. En contraste con los programas del
gobierno que estipulan cómo debe gastarse el dinero, el ingreso básico supone
que la gente pobre sabe cuál es el uso más apropiado del dinero. En vez de
llenar formularios y esperar a ser entrevistadas, las personas pueden dedicar
sus esfuerzos a buscar trabajo, capacitarse o pasar tiempo con sus hijos.
En el otro lado del mundo Finlandia iniciaba su
proyecto piloto. La provincia canadiense de Ontario se preparaba para un
experimento. Una organización sin fines de lucro, GiveDirectly, daba dinero a
gente pobre en zonas rurales de Kenia.
En una conferencia en San Francisco, en la primavera
boreal, Tubbs fue presentado a Natalie Foster, cofundadora del Proyecto de
Seguridad Económica, que promueve el concepto de ingreso básico universal.
Chris Hughes, cofundador de Facebook, es parte del proyecto.
En Silicon Valley, el ingreso básico se había vuelto
una idea de moda para responder a la angustia colectiva por los efectos
sociales de la tecnología. El Proyecto de Seguridad Económica estaba en busca
de una ciudad que sirviera como base de prueba.
Stockton es diversa, con más de 40% de sus residentes
hispanos, alrededor de un 20% asiáticos y un 14% afroamericanos. El grupo de
Foster acordó entregar US$1millón para un nuevo proyecto: SEED, Stockton
Economic Empowerment Demonstration (Demostración de Empoderamiento Económico de
Stockton). Esa cifra ni de cerca basta para financiar nada universal, pero
sirve como experimento.
Para quienes desarrollan el plan, si este se considera
una muestra solo debe darse dinero a la gente más responsable. Pero si se trata
de un experimento científico, el dinero debe dispensarse al azar, con la
probabilidad de que algunos malgasten en drogas.
En una reunión en la intendencia, la jefa del proyecto
SEED, Lori Ospina, urgió a diseñar el plan de modo que rinda datos científicos.
Eso implica elegir participantes sobre la base de criterios demográficos
estrechos.
La prueba de Stockton buscará rechazar la noción de
que la gente que necesita ayuda es porque no se esforzó lo suficiente. "Se
trata de cambiar la narrativa respecto de quién es merecedor", según
explicó el alcalde. El tiempo dará los resultados.