lunes, 12 de noviembre de 2018

COMENTARIO


 a Oeconomicae et pecuniariae quaestiones


Tradición viva, 09/11/2018

Javier de Miguel

El pasado mes de mayo, concretamente el día de San Pascual Baylón,  se publicó un breve documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), cuyo título es el citado en el encabezamiento de estas líneas, y cuyo subtítulo, que reproduzco por su valor sintético, es  Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero.

Como economista y analista de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), creo no poder soslayar un breve comentario sobre este documento, dada su oportunidad en el contexto económico en que nos encontramos, tras el paso de una grave crisis originada en gran medida por las inmoralidades descritas en el documento.

Señores lectores, como corresponde a un católico, no soy liberal. Tampoco en lo económico. Esto último es obvio, pues sería una contradictio in terminis defender la DSI en lo político y social, pero declararme liberal – o libertario, como dicen otros- en economía. Pese a la obviedad, insisto en subrayarlo por cuanto este fenómeno acostumbra a darse con relativa frecuencia. Ser anti-liberal no es una opinión más, sino la expresión más genuina de la fidelidad al Magisterio y la Tradición en materia social. Desde esta advertencia al lector, procedo pues, a emitir este breve juicio acerca del documento.

El texto, por un lado, expresa numerosos principios tremendamente útiles para la comprensión en clave cristiana del sistema económico, y se pueden resumir en:

La caridad como fundamento de la actuación en el campo económico (2).
Apelación (suave) a la Ley Natural como principio unificador de la actuación ética (4).
Limitación de los principios liberales de propiedad privada: condiciones a la legitimidad del beneficio.
La libertad económica no puede estar separada de la verdad (12).
Se vuelve a refutar la tesis del “Estado como mero árbitro”, promoviendo las alianzas político-económicas (12)
Se reconocen, aunque de manera diplomática, las deficiencias estructurales del sistema capitalista actual: existe un grado de correlación apreciable entre el comportamiento no ético de los operadores y la quiebra del sistema en su conjunto: (30), aunque se evita emplear la palabra “capitalismo”, sustituida por el término “mercado”, lato sensu.

Reiteración de la doctrina pontificia constante acerca de la imposibilidad de la regulación automática de los mercados (13) (21).
Una de las ideas más contundentes posiblemente sea la siguiente: La participación del sistema financiero moderno constituye una ocasión próxima de pecado (denominada en el texto inmoralidad próxima). (14)

El mundo académico está monopolizado por la idea del lucro como finalidad principal de la economía, “cosa que hoy se señala como un hecho generalizado incluso en prestigiosas escuelas de negocios (business schools), toda instancia ética viene de hecho percibida como extrínseca y yuxtapuesta a la acción empresarial”(23)

Importancia de la moralidad de los actos de consumo (33).
Se trata, pues, de graves principios, largamente expresados por el Magisterio Social desde S.S. León XIII, pero con la virtud de ser adaptados a las características del sistema económico de hoy. No obstante, no podemos obviar que el documento tiene algunas lagunas en temas, a mi juicio, muy relevantes como son:

Referencias continuas al bienestar integral, desarrollo integral y a la calidad de vida como objetivo de la actividad económica: se habla del bien común, pero no hay referencias al progreso moral y espiritual.
No hay referencias a que el fin de la economía, aunque sea un asunto temporal, es dar Gloria a Dios.
No entra a una crítica estructural profunda del capitalismo, sino mayoritariamente de las actuaciones abusivas en su seno. Esta ausencia podría excusarse por la brevedad del documento.

Se omite nuevamente (y van más de dos siglos) el tema de la usura tal como la desarrolló la escolástica tomista y la Escuela de Salamanca: se habla de crédito cooperativo o microcrédito como alternativa “ética”, pero sin profundizar en la idea de que estos créditos también pueden ser usurarios. Implícitamente se asume la teoría modernizante de que la usura equivale a tipos de interés excesivos, y no a la misma exigencia de interés (16).

No referencia a la idea de pequeña propiedad como mecanismo de distribución, muy empleada en el Magisterio de Juan XXIII.
En definitiva, podemos concluir que no se trata de un mal texto. Tampoco un texto excesivamente brillante. Por un lado, contiene exhortaciones que pueden revolver muchas conciencias de católicos que, a menudo sin mala fe, pero por desconocimiento o deficiencias formativas, operan en los mercados mediante prácticas que, realmente, no son cristianas, o que basan sus acciones en un mero probabilismo moral desinformado y poco fundamentado. 

tos anteriores de temática similar, ni una fundamentación demasiado sólida en el Derecho natural, si bien es evidente que su extensión y rango magisterial, y por tanto, su intención, son totalmente diferentes a las de los clásicos documentos de la Doctrina Social de la Iglesia. No pasará a la historia de los grandes textos en su aspecto doctrinal (aunque paradójicamente provenga de la CDF), pero tiene la virtud de poner, en sus líneas, la dimensión moral de ciertas cuestiones técnicas de reciente aparición. Podría ser mucho más; pero menos es nada.