(con post scriptum de los prof.
J. Regnasco y Yemil Harcha)
Alberto Buela (*)
Hace ya muchos años en 1975 publicamos uno de nuestros primeros
artículos en la revista Bancarios del Provincia sobre la subordinación de la
economía a la política donde enunciábamos el principio de reciprocidad de los
cambios. Pasados cuarenta y cuatro años pareciera que todo sigue igual, ni los
economistas han acusado recibo de la idea ni los políticos se han honrado en
meditarla. Nosotros hemos escuchado hablar por primera vez de este principio en
el curso de economía política que nos dictara el honorable Dr. Ciccero como
materia del último año del secundario, allá lejos y hace tiempo.
El asunto consiste en lo siguiente: El proceso económico inicial nos
muestra que el hombre puede producir uno o algunos productos o brindar uno o
algunos servicios, pero no todos. Y como para vivir se ve obligado a consumir
muchos productos o utilizar muchos servicios que él no realiza o produce, el
hombre ( varón o mujer) se ve obligado a intercambiar sus productos o servicios
por el de los otros.
De este hecho elemental surge la ley primera de la economía: la de la
oferta y la demanda, la que sostiene que existe una relación de mutua
dependencia entre el valor de los bienes y la demanda que de ellos se hace.
Así, bienes que existen en cantidad reducida y muy demandados suben de valor,
mientras que bienes poco demandados y muy ofertados bajan de valor.
En las sociedades donde rige un minimum
de justicia los intercambios se realizan entre individuos diversos y bienes
diversos y esto no puede ser reglado por la justicia correctiva expresada en la
ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Por otra parte se necesita
algo más que la ley de acero de la oferta y la demanda pues muchos cambios
económicos afectan e implican un cambio social.
Así mientras, que tanto en la justicia distributiva como en la
conmutativa el acto de la justicia aparece representado verticalmente por la
acción del juez, en la justicia recíproca el acto de justicia es horizontal lo
realizan las partes interesadas o en juego. Aquellas que intercambian.
La justicia correctiva o conmutativa, aquella que regula las relaciones
entre las personas privadas hace que los cambios se efectúen según la ley de
igualdad aritmética sin consideración de las cualidades o méritos personales
(una mercadería y su precio; un trabajo y su salario). En cambio en la justicia
distributiva que regula las relaciones entre la sociedad y sus miembros se
debería asegurar una distribución de los bienes, proporcional a los méritos y
capacidad de cada uno.
A diferencia de estas dos clases de justicia, la ley de reciprocidad de
los cambios que venimos a estudiar acá, enunciada por Aristóteles en su
Etica Nicomaquea dice así: “la
reciprocidad (de los cambios) debe ser según la proporción y no según la
igualdad aritmética” 1132 b 33, nos muestra un
aspecto postergado por los economistas profesionales y jueces en lo económico.
La importancia del análisis de la reciprocidad de los cambios para el
problema de la justicia económica estiba en que se aplica en transacciones
voluntarias, al contrario de la ley del Talión, que se aplica generalmente a
transacciones involuntarias.
Lo justo en toda transacción económica es que cada parte ofrezca
“proporcionalmente” a lo que recibe y no “igualmente”, de ahí que es injusto
cambiar un paquete de cigarrillos por un automóvil o una computadora por una
cerveza, incluso más allá de la razón de necesidad que pueda obligar al
intercambio, habida cuenta que cada hombre en el ámbito económico reviste el
doble carácter de productor y consumidor.
En el intercambio de bienes económicos el valor del producto o servicio
está dado no solo por la calidad y cantidad de trabajo humano para su
realización (hecho rescatado por la teoría económica marxista) sino también por
la capacidad del bien de satisfacer una “necesidad humana”.(verdaderas o, en su
defecto, falsas, como son las creadas por la publicidad).
“La
ley de reciprocidad de los cambios, decíamos en ese primerizo trabajo de
hace 44 años, viene a responder a la
pregunta que dice: ¿Cómo debe ser el intercambio para que el
productor-consumidor tenga interés y posibilidades de seguir produciendo y
consumiendo? [1] El cambio debe realizarse de tal manera que al final del mismo
tanto el productor como el consumidor, tanto el que vende como el que compra,
puedan conservar, incrementando o disminuyendo aquello que tenían antes de la
transacción en forma proporcional.
Nuestra experiencia en muchas charlas
con economistas, recuerdo una con Eric Calcagno (padre del que fuera embajador
argentino en Francia), prestigioso economista del campo nacional y popular,
quien ante mi ponencia respondió que la economía no se ocupa de los problemas
morales, reduciendo así el principio de la reciprocidad de los cambios a un
postulado ético. ¡Qué grave error!. ¡Qué visión limitada e Ilustrada de la
economía!. Y eso que se trata de un emblemático economista “nacional”,
imagínense Uds. qué sucede con los economistas liberales que son mayoría. Con
justa razón afirmaba don Arturo Jauretche que: la economía es demasiado importante paradejarla en manos de los economistas.
En nuestro último trabajo Notas sobre el peronismo, hemos
sostenido que: “Perón propuso en su libro
de economía Los Vendepatria la
capitalización del pueblo y la morigeración de la ley de oferta y demanda del
capitalismo salvaje, por la vieja ley griega de reciprocidad de los cambios,
según la cual luego de un trueque comercial justo, las dos partes deben quedar
en posiciones medianamente equivalentes de las que tenían antes de dicho trato
comercial, y no una empobrecida y la otra, enriquecida a costa de la primera”.[2]
Así funciona el principio de
reciprocidad de los cambios en la economía y si miramos con atención vemos como
las leyes de defensa del consumidor y la creación de alguna secretaría de
Estado creadas al efecto se apoyan en este principio fundamental de la
economía, aun cuando los economistas no se den cuenta.
Hace ya muchos años afirmaba el P.
Meinvielle, cuyo retrato preside esta sala, que: “La violación de la ley de reciprocidad de los cambios produce en lo
internacional la acumulación de riquezas en el centro y el empobrecimiento
correlativo de la periferia, es decir, convierte en coloniales o semicoloniales
a las economías nacionales. Porque al no retribuirse recíprocamente las
riquezas en el tráfico internacional, se provoca la acumulación en ciertos
puntos a costa del enflaquecimiento de otros. Y así resulta que el efecto
consustancial al capitalismo liberal, de concentrar las riquezas en manos de
una oligarquía multimillonaria a costa del despojo operado contra el resto de
los productores y trabajadores, se traduce en el campo internacional, por el
poderío de la nación más fuerte que opera a manera de bomba aspirante y atrae
hacia sí las riquezas de los débiles. Lo que significó Inglaterra en el siglo
XIX y parte del XX, lo que desempeña hoy los Estados Unidos.”[3]
La moneda
Si bien, dice Aristóteles, “el verdadero valor de cambio es la
necesidad.[4]” y es aquello que determina a un bien como “bien escaso”. Sin
embargo, es la moneda la que realiza la intermediación proporcional entre
bienes diversos, valorando en un dólar un café y en cinco un almuerzo.
Así, la moneda que es una medida convencional viene a traducir la verdadera medida de la necesidad, pues “si
de nada tuviesen necesidad los hombres, o las necesidades no fuesen semejantes
a todos, no habría cambio” [5]
Instituida la moneda como necesidad de los cambios nació la otra forma
de crematística, o sea, de comercio lucrativo, que se opone a la otra
crematística, que es la natural que opera sobre los frutos de la tierra y con
los animales en la adquisición de riquezas.
Se distinguen ambas porque la crematística natural persigue un fin
exterior a sí misma como es el buen vivir, mientras que la crematística
lucrativa usada por aquellos que solo quieren vivir, busca su propio aumento siempre ilimitado, y
allí cae en la usura cuando el dinero se transforma en causa del cambio.
El griego tóxos= interés, viene de tíxto=engendrar. Del préstamo a interés viene la esterilidad congénita del dinero, que
como decían los antiguos pecunia non parit pecuniam. De todas las formas de crematística esta es la más contraria
a la naturaleza.
Al respecto observa Aristóteles que “algunos
convierten en crematísticas todas las facultades, como si el producir dinero
fuera el fin de todas ellas y todo tuviera que encaminarse a ese fin” [6]
Según Karl Polanyi (1896-1964), para algunos el economista socialista
del Papa Francisco: “La famosa distinción entre economía
propiamente dicha y adquisición de dinero o crematística es la indicación más
profética que se haya hecho nunca en el campo de la ciencias sociales.”[7]
La corrupción de la economía moderna consiste en considerar sus fines
como idénticos a la crematística ignorando que el fin de la primera consiste en
enseñar a usar los bienes,
mientras que la segunda se limita a adquirirlos.
La economía quedó reducida a la crematística ilegítima de adquisición
infinita de bienes que terminó plasmándose en el imperialismo internacional del
dinero, que rige hoy el destino de las naciones y los pueblos.
Vemos como el precio según la ley de reciprocidad de los cambios no
puede quedar librado al monoteísmo del mercado y su ley de la oferta y la
demanda sino que tiene que estar regulado además por la reciprocidad proporcional
de toda transacción económica justa. Y como el valor de los bienes económicos
no es un valor absoluto sino relativo en tanto bien útil dentro de ciertos
límites, que imponen los fines objetivos de la naturaleza humana, nada impide
que los bienes económicos (algunos, sobre todo los estratégicos) sean fijados por una instancia superior
jurídica o política en vista a los verdaderos intereses del bien común general
del pueblo de la nación.
Recordemos a esa cabeza especulativa excepcional que fue Julio
Meinvielle: “No es posible violar la ley de la oferta y la
demanda impunemente, no se puede dirigir esta ley despóticamente, pero se puede
utilizar y dirigir políticamente”.[8]
Addenda
Quisiera terminar con un pequeño comentario acerca de lo que ha sucedido
en economía en este último medio siglo. Surgió la Escuela austríaca de economía
cuyas fuentes principales fueron Mises, Heyek y Rothbard y que lograron su
proyección mundial a través de autores como Huerta de Soto, Woods, L. Read y
Chafuen. La Escuela sostiene un marcado liberalismo económico pero, lo
paradójico, es que sus principales miembros dicen inspirarse en la Escuela tardo
escolástica de Salamanca del siglo de Oro español, que expresó el pensamiento
tradicional católico.
Los austro-libertarios dejan de lado ideas básicas como la de bien
común y justicia. Niegan la Providencia divina a favor del laissez
faire, afirmando que Dios es un
libertario (de Soto); afirman solo la libertad
negativa como auto determinación, al estilo de Kant y Hegel; critican cualquier
intervención estatal en el ámbito privado; afirman un voluntarismo ciego de los
mercados, un subjetivismo amoral y un individualismo exacerbado y un
indiferentismo religioso.
Mientras que la Escuela de Salamanca afirmó el origen divino del poder
civil; negó el primado de conciencia protestante; negó la libertad de profesar
cualquier religión, privilegiando la católica; condenó la libertad de imprenta;
puso como objetivo de la actividad económica y política el bien común sobre el
individual y otorgó primacía a la justicia y a la equidad en estas relaciones;
afirmó la libertad positiva de la persona en sus actos.
Esta transfugada intelectual radica en la incesante infiltración, sobre
todo después del Vaticano II, en el meollo de la teología y la filosofía
católicas por parte de fuerzas no católicas.
Quiero llamar la atención ante este movimiento con fuerte peso
judaizante y protestante, según el economista español Daniel Marín, que estudió
este tema en forma puntual en Destapando al liberalismo, Ed. SND, Madrid, 2018.
Es de desear que nuestros católicos liberales, tipo Romero Carranza o
Gabriel Zanotti, se prevengan de semejante fraude donde se les vende gato por
liebre.
Post
Scriptum
Carta de Josefina Regnasco(*) (19/9/07)
(*) principal investigadora universitaria en tecnología e ideología
Estimado Alberto:
He leído con sumo interés este artículo, aunque no se si lo he entendido
correctamente.
Me parece que el principio de reciprocidad sería un criterio interesante
para contraponer a la voracidad del mercado, pero lo que no se es cómo podría fijarse el valor (o el precio) de un producto para que responda a esta reciprocidad.
No se si esta perspectiva de la reciprocidad tiene algo que ver conla
Economía de Equivalencia, que Dieterich Stefens y Arno Peters
habían comenzado a elaborar, (no se si habrán continuado), reconociendo sus
dificultades. Entre éstas, estaba la dificultad para calcular el valor de un
producto y según éste, fijar su precio (problema que ninguna teoría económica
pudo resolver, por lo que dejaron el tema librado al mercado).
Aunque la teoría marxista reconoce como criterio el valor-trabajo, ¿cómo
calcular el valor del trabajo requerido para producir un kilo de pan?. Porque no sólo hay que calcular el valor del trabajo del panadero:
está el del agricultor, el del obrero de la fábrica de tractores, el del
productor de gasolina, el del chofer del camión que transporta la harina, etc.etc. (Por eso es que Marx reconocía que en este intercambio estaba implícita la equivalencia, aunque los actores económicos no lo supieran ("no lo saben, pero lo hacen", afirmaba, por lo cual reconocía en la categoría de mercancía "supuestos metafísicos").
En efecto, el mercado equilibra, en un proceso extendido en el tiempo,
precio y valor, pero cuando los equipara, ya no hay ganancia, razón por la cual la economía capitalista es un sistema ultra tensionado que no puede estar nunca en equilibrio.
Además, está otro problema, que la teoría económica elude: el de la
externalización de gastos.
Y otro problema: ¿de qué manera calcular el ahorro social para construir
puertos, escuelas, hospitales...?
También veo en la teoría de la reciprocidad, algo que me parece muy
interesante, y es su similitud con el principio de las sociedades originarias, de no tomar nada de la naturaleza que no le sea de alguna forma devuelto, según el también llamado "principio de reciprocidad".
Estas observaciones llevan también a cuestionar el concepto de hombre y
de naturaleza subyacentes a las actuales teorías económicas, dado que los economistas ignoran hasta qué punto sus teorías están condicionadas
por principios filosóficos erróneos.
Bueno, el tema da para seguir charlando... Un abrazo. Josefina
Carta de Yemil Harcha (*) 20/9/07
He leído con sumo interés este artículo, aunque no se si lo he entendido
correctamente.
Me parece que el principio de reciprocidad sería un criterio interesante
para contraponer a la voracidad del mercado, pero lo que no se es cómo podría fijarse el valor (o el precio) de un producto para que responda a esta reciprocidad.
No se si esta perspectiva de la reciprocidad tiene algo que ver con
Economía
Aunque la teoría marxista reconoce como criterio el valor-trabajo, ¿cómo
calcular el valor del trabajo requerido para producir un kilo de pan?. Porque no sólo hay que calcular el valor del trabajo del panadero:
está el del agricultor, el del obrero de la fábrica de tractores, el del
productor de gasolina, el del chofer del camión que transporta la harina, etc.etc. (Por eso es que Marx reconocía que en este intercambio estaba implícita la equivalencia, aunque los actores económicos no lo supieran ("no lo saben, pero lo hacen", afirmaba, por lo cual reconocía en la categoría de mercancía "supuestos metafísicos").
En efecto, el mercado equilibra, en un proceso extendido en el tiempo,
precio y valor, pero cuando los equipara, ya no hay ganancia, razón por la cual la economía capitalista es un sistema ultra tensionado que no puede estar nunca en equilibrio.
Además, está otro problema, que la teoría económica elude: el de la
externalización de gastos.
Y otro problema: ¿de qué manera calcular el ahorro social para construir
puertos, escuelas, hospitales...?
También veo en la teoría de la reciprocidad, algo que me parece muy
interesante, y es su similitud con el principio de las sociedades originarias, de no tomar nada de la naturaleza que no le sea de alguna forma devuelto, según el también llamado "principio de reciprocidad".
Estas observaciones llevan también a cuestionar el concepto de hombre y
de naturaleza subyacentes a las actuales teorías económicas, dado que los economistas ignoran hasta qué punto sus teorías están condicionadas
por principios filosóficos erróneos.
Bueno, el tema da para seguir charlando... Un abrazo. Josefina
Carta de Yemil Harcha (*) 20/9/07
(*) profesor universitario de economía
en Chile
Estimado amigo Alberto:
Soy profesor de economía hace 30 años
y su intuición sobre la reciprocidad económica es muy correcta, con una
salvedad que el tiempo no me permite profundizar ahora: la ley de la oferta y
la demanda no es sino la pantalla ideológica de la guerra económica que los
ricos han declarado a los pobres hace tiempo. No hay en el mundo real nada
parecido. Es mas, mientras más lo pienso, más seguro estoy de que no hay nada
en la vida real que pueda ser llamado mercado, pues este requiere una serie de
condiciones modelisticas que no existen realmente. Es otro cuento más. Y cuando
despertemos va a ser tarde, estaremos en el imperio sonriente y musical de los
imbéciles. Lo que si el modelo podría ser usado en otro ambiente, socialista
por ejemplo. Pero jamás entre bandidos.
Calcagno fue profesor mío y también de
Atilio Borón que Ud. conocerá, y probablemente se inoculó con el bichito "cuentitativista"
que oculta magistralmente a esas consideraciones tan vagas como necesarias: la
ética, el Estado y la justicia.
Todo porque no sabemos suficientes
matemáticas como para mandarlos a freir monos con sus manidas y torcidas
ecuaciones made in usa. Que cualquier
estudiante de matemáticas de doctorado francés con claridad y caridad política,
podría destruir de una plumada. Si gusta podemos profundizar el tema.
Si me permite mandaré su artículo a
los asesores de Chávez porque están justamente trabajando muy constructivamente
este tema. Lo que es Kirchner parece que ya se entrego al sistema...y el
sistema lo perdonó. O estoy muy errado (herrado?). Y el pobre Lula? Y el pobre
Mercosur?
Gracias por sus útiles reflexiones.
Y.H.
(*) UTN (Universidad tecnológica nacional)- Univ. de Barcelona
CeeS (Centro de estudios estratégicos suramericanos)- Federación del
Papel
[1]
Buela, Alberto: La subordinación de la
economía a la política, en Bancarios del Provincia N° 339/40, Bs.As.
oct-nov. 1975
[2]
Buela, Alberto: Notas sobre el peronismo,
Buenos Aires, Ed. Grupo Abasto, 2007, pp.16-17
[3]
Meinvielle, Julio: Conceptos
fundamentales de la economía, Ed. Nuestro Tiempo, Bs.As. 1953, p.75
[4]
Aristóteles: Etica Nicomaquea, “toúto
d´esti te aletheia he jréia” , 1133 a 26.-
[5]
Aristóteles: Idem ut supra, 1133 b 23
[6]
Aristóteles: Política, 1258 a 5.
[7]
Polanyi: La grande transformation, Ed. Gallimard, Paris, 1983 p. 84
[8]
Meinvielle, Julio: op. cit. ut
supra, p. 79