domingo, 22 de septiembre de 2024

GUIÓN REALISTA

 

 para opositores

 

Eduardo Fidanza

Perfil, 21-9-24

 

La discusión sobre la democracia empezó antes del cristianismo y no parece que fuera a concluir, o concluirá si el sistema se convierte en un trasto de la historia, lo que es una amenaza real en esta época. De ese debate nos interesa un aspecto: la contraposición entre la democracia normativa y la democracia efectiva. Dos versiones conceptualmente enfrentadas. Subyace a ese conflicto el modo en que se concibe la política, que constituye su herramienta. Platón y Maquiavelo permiten ver, con simplicidad pedagógica, la distancia entre estas concepciones: el griego pugnaba por un gobierno de los sabios; el florentino enseñaba a príncipes astutos la despiadada naturaleza del poder. Considerando esa polémica, interesa enfocar a la oposición en un momento de anomia ante el fenómeno novedoso y disruptivo de los libertarios.

 

La cuestión pragmática es qué debe hacer para recuperar el gobierno. Buscando resolver ese enigma, Platón servirá menos que Maquiavelo. El realismo político, que trata con crudeza sobre la lucha por la hegemonía, tal vez posea la clave que aproxime la solución al problema de los opositores. Una premisa es que ante la mala fortuna debe adecuarse la conducta al tiempo histórico; frente a la adversidad, enseña Maquiavelo, “es dichoso aquel cuyo modo de proceder se halla en armonía con las circunstancias, y es desgraciado aquel cuya conducta está en discordancia con los tiempos”.

 

¿Cuáles son los rasgos de la política en este tiempo? Abstrayendo, elegiremos dos: la imagen seductora y la polarización. O, en otras palabras, el carisma y la grieta. Constituyen los medios indispensables para conquistar el poder. Ambos pertenecen a la cantera de la irracionalidad, los sustentan la fe ciega y una agresividad que la retroalimenta. Es una reedición, en clave religiosa, del combate entre justos y réprobos, la convicción de que existen el bien y el mal irreductibles y que, según procedamos, nos aguarda el cielo o el infierno. ¿Quién nos salva de la desgracia? El redentor carismático, que les declara la guerra a los impíos y promete la liberación. La ultraderecha es la que interpreta mejor esta sociodicea hoy en Occidente. Protagoniza una saga que está matando a la democracia liberal.

 

La lógica de esta se asienta, según sus fundadores, sobre la división de poderes y la deliberación razonable entre iguales, que buscan la equidad para resolver los diferendos. Los medios son adecuados a los fines y la transparencia de los procedimientos resguarda la calidad institucional. El realismo político invalidó, hasta cierto punto, estos ideales, al recordar los rigores de la dominación, el papel determinante de las pasiones, el inevitable recurso a la violencia, la opacidad de la administración, la existencia estructural de las élites. Con eso mostró que la vocación por el poder en democracia no podía eludir el mal. El “pacto con los poderes diabólicos”, que Max Weber vinculó a la política, trata en cierta forma de eso.  

 

El realismo viene a decir algo que suena escandaloso: en la lucha perpetua entre el bien y el mal no hay que ser ingenuo, porque no siempre del bien se deriva el bien y del mal surge el mal. ¿Hicieron el bien Rodríguez Larreta y Bullrich disputando una interna para determinar quién sería el candidato a presidente de la oposición? Aparentemente tuvieron buenas intenciones, usaron un recurso legítimo para dirimir al más apto; sin embargo, el daño ocasionado a la coalición a la que pertenecían, debido a lo largo e impiadoso de la competencia, fue una de las principales razones de la derrota. Lo que era el bien terminó produciendo el mal. A la inversa, el extremismo de Milei, que es algo malo, produjo, para él y los millones que lo votaron, el bien; ganó las elecciones y domina la escena, con chances de consolidarse en los próximos años.

 

Si acepta las reglas que impone la historia, la oposición deberá superar al menos dos desafíos para regresar al poder. El primero es poseer líderes seductores que penetren en los sentimientos del votante, que lo conmuevan con magnetismo emocional, que sean capaces de colar consignas banales y pegadizas en TikTok e Instagram, porque antes de los votos vienen los likes. El segundo desafío es polarizar, organizar a los desilusionados detrás de un significante vacío absolutamente contradictorio con el adversario, que, si resultara inevitable, será convertido en enemigo. El trago amargo de la razón populista es ineludible para la oposición. Eso significa que no podrá esquivar el trato con el mal, presentado bajo la forma de lo irracional, el rasgo trágico que, paradójicamente, la democracia liberal venía a conjurar.

 

El poder del periodismo herido

 

Para polarizar existe un requisito: superar la fragmentación. Los que polarizan son dos; si polariza uno contra varios, como ocurre ahora, el indiviso vencerá. ¿Se puede reunir la oposición en términos electorales? ¿Cómo acercar al peronismo, derrotado y dividido, a republicanos también vencidos que durante años lo combatieron? ¿Los dos tercios constituyen una mera contingencia o adelantan una articulación letal para el oficialismo? ¿Alguna vez sonará el teléfono rojo y hablarán Cristina y Macri? Se dirá que son aproximaciones inverosímiles, pero deberían intentarlo. La unidad de la oposición es la clave de su ventura.

 

Establecer la división irreconciliable con los libertarios instauraría una verdadera grieta, un “ellos” y “nosotros” donde no puede haber acuerdo. Significaría el no rotundo a los que erosionan la democracia y buscan transformar la sociedad, no la economía, en un mercado, donde desaparezcan la fraternidad y la justicia social, una ideología que la mitad de los argentinos repudia. Para lograrlo, los opositores tendrían que convencerse del daño irreparable que los libertarios puede inferirle a la cultura.

 

La oposición, sin embargo, debe adecuarse a la época, como aconsejaba Maquiavelo. Para eso quizá necesite entender qué termina y qué comienza con los libertarios. Lo que podría cesar, si se unificara, es la amenaza más grande al liberalismo político en cuatro décadas, pero lo que ya empezó, y se profundizará cada vez más, es una sociedad regida por algoritmos polarizadores, ilusiones de libertad, consumo de imágenes, liderazgos emotivos y rechazo a las élites.

 

Estos son aspectos del complejísimo problema que enfrentan los opositores. Para acotarlo, acaso deban escribir un guion realista que posibilite lo que hoy parece imposible: recuperar el poder y gobernar bien –porque el buen gobierno existe– después de haber pactado con la cara oscura de la política.