viernes, 4 de marzo de 2016

LA REALIDAD ES LA ÚNICA VERDAD

El comprensible dolor de los familiares, no puede hacer ignorar los hechos que muestran que hubo un crimen común.


Vieron a las mendocinas antes del crimen y apoyan la versión oficial

Gisele Sousa Dias
Clarin.comSociedad04/03/16

Montañita es un pueblo de pocas manzanas, calles de tierra y el oceáno Pacífico de fondo. La mayoría de las casas tienen las puertas abiertas y mientras uno camina, puede ver a las señoras cocinado, a los chicos mirando televisión aburridos, a alguien que acaba de despertarse de una siesta. A diferencia de lo que puede pasar en una gran ciudad, acá todos conocían a quien llaman “el moreno”, el hombre que confesó haber matado a las turistas argentinas. Alberto Segundo Mina Ponce era uno de los dos encargados de seguridad del pueblo y pasaba el día entero patrullando a pie, siempre con su uniforme, atento a que no hubiera robos ni peleas. Por eso el pueblo está espantado: creen que lo que pasó es que las chicas confiaron en él, justamente, porque era un encargado de seguridad conocido por todos.

Sociedad - Cecibel Neira, la administradora del Hostel JN, donde estuvieron alojadas las chicas mendocinas asesinadas en Montañita, Ecuador03-03-16Foto: Fernando de la Orden - FTP CLARIN - Reconstrucción397.JPG - Z FTP DelaOrden - DeLaOrden

“Se supone que al señor de la seguridad uno le tiene confianza”, dice a Clarín Cecibel Neira, la dueña del hostel JN, donde Marina Menegazzo y María José Coni durmieron 11 días. Habla Cecibel y por momentos la atención se desvía y su voz se oye como en off: sucede que la puerta abierta detrás de ella es la de la habitación en la que se alojaron las chicas: una cama doble, un ventilador de techo oxidado y una mesita. Pagaban 10 dólares diarios. Desde la ventana de ese cuarto se ve la sede de la comuna, donde “el moreno” arrancaba su jornada laboral cada mañana.

“Eran muy confiadas”, opina Cecibel. Y se refiere a que no andaban perseguidas, sino a que dejaban la puerta abierta de la habitación, los celulares ahí, la billetera. “Yo les decía ‘niñas, tengan cuidado con sus cosas’. Por eso tal vez ellas confiaron en este hombre porque lo conocíamos todos, y él se aprovechó de eso”. Su hipótesis es compartida entre los vecinos: creen que, lo que a los familiares no les cierra, tiene que ver con la desprolijidad de una investigación hecha por la policía de un pueblo en el que jamás había pasado algo así. Eso, sumado al apuro de un gobierno por resolver rápido el caso para no afectar el turismo, una de las mayores fuentes de ingreso del país.

Cecibel fue una de las últimas personas en verlas con vida. De su hostel se fueron el lunes 22 a las 14. “María José me dijo que se iban a Guayaquil, que se quedaban dos días en Perú y volvían a Mendoza”. Y acá es donde aparece en escena José Parrales, un taxista del que no se sabía nada hasta anteayer. “Pasando el muro, unos diez metros más, ahí los vi. Eran como las ocho de la noche. Estaban los cuatro: el moreno vestido con uniforme, el otro y las dos chicas. Me marcaron que pare y paré. Les abrí la cajuela y me pareció que las chicas subieron las mochilas por voluntad propia, las vi tranquilas. ‘El ´Rojo’ (Aurelio Rodríguez) tenía una mochila, se sentó aquí al lado y botó el olor a alcohol. Las chicas se sentaron atrás. El moreno le dijo ´toma las llaves’ y no se subió. Los llevé a los tres hasta la casa amarilla y no hablaron en todo el viaje. La casa es del moreno, acá todos los taxistas lo hemos llevado alguna vez”, cuenta. Pagó “el Rojo”: un dólar con cincuenta.

La aparición en la trama del taxista profundizó la grieta entre los familiares y la versión oficial de los hechos. Para las familias, no fueron por su propia voluntad a esa casa y hasta hablan de una posible red de trata. “Está todo tan emparchado que, cuando necesitaron un taxista en la escena, salieron a buscarlo”, dice Marcos Menegazzo, hermano de Marina, instalado en Ecuador desde hace cinco días. El taxista dice que el domingo, cuando se supo que habían aparecido muertas, él no creyó que tenía algo para contar. Tampoco el lunes. Y que el martes, cuando uno de los detenidos declaró que habían tomado un taxi, la policía fue a las dos paradas del pueblo a buscarlo. “Yo los llevé”, dijo él. Y así se coló, tarde, en una escena que ya estaba contaminada de dudas.