lunes, 4 de septiembre de 2017

LOS DOBLES ESTÁNDARES DEL CASO MALDONADO


Por Pablo Esteban Dávila
Alfil, 4-9-17

El nivel de paroxismo del caso Maldonado es preocupante. Primero, porque importantes sectores de la política argentina dan por supuesto cosas que no se encuentran comprobadas en absoluto; segundo, porque exhibe impúdicamente el doble estándar moral de la izquierda nacional.

A nadie le consta que Santiago Maldonado haya sido desaparecido por la Gendarmería Nacional. Sólo hubo dos testigos, encapuchados y sin que aceptaran ser identificados, que sostuvieron esta especie ante la fiscalía interviniente. Fuera de estos testimonios, imposibles de ser considerados como pruebas legítimas, no existe ninguna certeza que vincule a Gendarmería con este hecho.

Sin embargo, el asunto se da por sobreentendido por mucha gente. El progresismo necesita que efectivamente exista una desaparición forzada para mantener su ontología discursiva. Si Gendarmería es la culpable, entonces lo es el gobierno de quién ella depende. ¿Y qué mejor que sea Mauricio Macri el presidente? Esto ratifica que cualquier expresión política que no provenga de su propio distrito ideológico es, forzosamente, algo parecido a la dictadura de Videla y compañía.

El reduccionismo es burdo, pero así funciona la psiquis colectiva de estos sectores. Es un hecho que necesitan estar siempre en lucha y que si el actual motivo es, nada menos, una rémora de los procedimientos de la dictadura, la protesta llega a la epifanía. Lástima que no siempre se muestren dispuestos a protestar, a lo largo del tiempo o de la geografía, con la misma pasión frente a acontecimientos que son objetivamente idénticos.

Tómese, por ejemplo, la desaparición de Julio López, el primer desaparecido en democracia. El señor López había atestiguado contra el comisario Miguel Etchecolatzen un juicio por crímenes de lesa humanidad en 2006. En septiembre, poco después de declarar y un día antes de que se dictara la sentencia condenatoria, López se esfumó. Desde aquél entonces nadie sabe dónde se encuentra, ni cuál fue su destino.
La izquierda, convenientemente adocenada por el kirchnerismo, no pareció entonces escandalizarse en demasía. El gobierno, a tono con su costumbre, repartió algunas culpas entre improbables servicios de inteligencia y mano de obra desocupada, como si los ’80 no estuvieran aun señoreando el almanaque. No se recuerda que Néstor se haya mostrado particularmente atribulado por la desaparición, ni que hubiera ordenado marchar para la aparición con vida del desdichado. López era responsabilidad del oficialismo pero, fiel al arte de quitarse el sayo, los K prefirieron mirar hacia el costado y ensayar explicaciones conspirativas. Los que hoy se escandalizan por el caso Maldonado se mostraron, en aquella oportunidad, llamativamente comprensivos con pasividad de la Casa Rosada.

La falta de coherencia respecto a esta diacronía se magnifica cuando se toma en consideración el silencio ensordecedor de la izquierda respecto a lo que sucede en Venezuela. No hay, que se sepa, manifestaciones en contra de la dictadura bolivariana ni los crímenes de Nicolás Maduro. Tampoco escándalo alguno por la pérdida de los derechos humanos más elementales en aquél país, o por el hecho de que la oposición sea encarcelada o torturada por sus fuerzas armadas. De no ser porque el señor Maduro es un teórico heredero del socialismo del Siglo XXI, podría decirse que es lo más parecido a la reencarnación de los Pinochet o los Videla por estos tiempos.

Pero tal certeza parece no serlo tanto cuando se trata de juzgar lo que ocurre con el particular prisma ideológico de estos grupos, que mezclan indigenismo, derechos humanos y marxismo sin ton ni son. Una muerte (o una desaparición) a manos de lo que ellos consideran “la derecha” es una manifestación de la represión inherente a tal expresión política, en tanto que las muertes o las desapariciones en sistemas nominalmente de izquierda son asumidas como consecuencias necesarias –y hasta cierto punto, inevitables– de sus programas de “liberación” o purificación social.
Esta es la gran diferencia con la sociedad que realmente pretende vivir bajo pautas democráticas, que es lo mismo que decir bajo un Estado de Derecho. Para la ley, las desapariciones no tienen mayor o menor relevancia conforme a la adhesión política de las víctimas; todas son igualmente preocupantes y requieren de los máximos esfuerzos por esclarecerlas. Esto significa que el Estado debe extremar sus acciones para dar con el señor Maldonado y ofrecer una explicación adecuada de lo que ha ocurrido. Tanto su familia como la sociedad en su conjunto necesitan una respuesta, más allá de los atributos que se reclamen del afectado.


Claro que el doble estándar que se manifiesta por doquier no ayuda a que el consenso basado en la ley se derrame pacíficamente sobre la sociedad. La oposición a Cambiemos enarbola el caso Maldonado como una prueba de la maldad inherente del gobierno, en tanto que quienes lo apoyan se muestran particularmente irritables con las manifestaciones, destrozos e iracundia de quienes dicen buscar justicia en su nombre. La tragedia del asunto es, por lo tanto, doble: por un lado (y, por cierto, lo más importante) es que una persona ha desaparecido sin que nada se sepa de ella; por el otro, que la percepción social de este acontecimiento se encuentre dividida en posiciones irreconciliables que muestran, una vez más, los alcances y las dimensiones del enfrentamiento que, con paciencia monacal, los líderes del movimiento Nacional & Popular supieron urdir durante sus largos años en el poder.