lunes, 11 de septiembre de 2017

COMO SI A LA ARGENTINA LES FALTARAN CONCLICTOS



Por Edgardo Moreno
La Voz del Interior, 10-9-17



Mientras la tensión entre Cataluña y el resto de España aumenta, Ignacio Torreblanca, jefe de opinión del diario El País, de Madrid, sostiene una mirada optimista.

Asegura que los españoles ya sufrieron tres nacionalismos. Que dos de ellos, el castellano y el vasco, ya fracasaron, y que el catalán también lo hará. Todavía más: que de ese fracaso, España saldrá fortalecida, como la Europa comunitaria nació del fracaso de sus nacionalismos.

Torreblanca recuerda que el nacional-catolicismo de Francisco Franco intentó sin éxito la dominación cultural de los españoles. Y que, por el contrario, fue el franquismo el que vacunó a los españoles contra esa ideología y los condujo a europeizar su identidad.


El nacionalismo vasco, que emergió con furia después de la transición española a la democracia, perdió legitimidad cuando justificó al terrorismo. El catalán era uno de los más abiertos e incluyentes. Pero ha caído en la tentación del supremacismo, que lo lleva a anteponer independencia a democracia.
Estas derivas desglobalizadoras del primer mundo no deberían repercutir tan ajenas en Argentina y en Chile. Como si anduviesen escasos de conflictos, ambos países comparten ahora el desafío de un brote de nacionalismo inesperado en torno de la identidad mapuche.

Héctor Llaitul dice en Chile que no es chileno. Facundo Jones Huala repite que no es argentino. La proclama deja de ser pintoresca cuando quema camiones. Mucho más si se termina comprobando que, para responderle, algún agente del Estado promovió la desaparición de una persona.

En los glosarios de la ciencia política, se define al nacionalismo como la demanda de una necesaria correlación entre la unidad nacional y el Estado, que organiza la política.

Los nacionalistas orgánicos tienden a construir con la tradición una comunidad mística, en la que nación y Estado separados sólo son un destino trágico.

Pero como esa idea del “espíritu del pueblo” condujo siempre a la exclusión de minorías culturales, el nacionalismo liberal no funda la legitimidad del Estado sobre el legado cultural previo o en la identidad de una etnia, sino sobre el proyecto político a futuro.

La Constitución de 1853 es el texto central que ordenó nuestra vida política adoptando esa aspiración. No es plurinacional, como pretenden imponer por la fuerza Jones Huala y la Resistencia Ancestral Mapuche. La Nación argentina es una sola. Y lo es precisamente porque su identidad es reconocida, de manera explícita, como esencialmente diversa.

Esa es la ley. ¿A nadie le extraña en el país que un juez federal deba abstenerse de ingresar a un territorio bajo su jurisdicción porque sus habitantes lo consideran sagrado? ¿Se hubiese salvado de la prisión José López si en lugar de tirar sus bolsos se refugiaba con ellos en un convento?

En la noche del jueves 11 de agosto de 1994, la presente generación política ratificó por unanimidad la idea fundante de la Nación Argentina al aprobar en la última Convención Constituyente el nuevo artículo 75 de la Carta Magna.

Allí se decidió reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos; garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano, y asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afectan, entre otras garantías.

Al momento de su instrumentación, cayeron en el pozo argentino de la excepción permanente. Desde 2006, rige una norma de emergencia.

Refiere la periodista Norma Morandini que cuando le cupo la responsabilidad de articular consensos en el Senado nacional para una legislación definitiva, el kirchnerismo en el poder prefería prorrogar esos acuerdos de emergencia para manipular la representación de las comunidades con sus punteros políticos.

Félix Díaz, referente Qom, tenía que enfrentar en una interna al delegado de Gildo Insfrán.

Mientras el populismo enarbolaba el discurso del nacionalismo antiimperialista hacia afuera y alentaba hacia adentro las pulsiones por una Constitución plurinacional, obstaculizaba en los hechos el progreso del proyecto integrador sancionado con la Constitución.

Que era el más sabio de todos: reconoce la imposible estatalización de todas las unidades comunitarias ante el inevitable solapamiento de sus territorios con el de las provincias preexistentes al Estado federal.

El optimismo de “Nacho” Torreblanca es el de la Europa que antes tuvo que superar el nacionalismo franquista y el terrorismo etarra. Es preferible compartir la preocupación de un colaborador de su diario, Jorge Marirrodriga, que se enojó con una decisión reciente del ayuntamiento de Los Ángeles, California: la de cambiar la festividad del Día de Colón por el nuevo Día de los Pueblos Indígenas.

Dice que esa damnatio memoriae sólo ocurre cuando se combinan el exceso de corrección política y la ignorancia histórica.


Concluye en que no falta mucho para que la inquisición moderna reclame que la tierra vuelva a ser plana. Que entonces en América todo era paz.