sábado, 2 de septiembre de 2017

EL PAPA PODRÍA TENER QUE APLICAR EL JUS SOLI EN EL VATICANO


Carlos Esteban, 31 Agosto, 2017
Infovaticana

La policía italiana no puede desalojar a las 60 familias que han ocupado el atrio de una basílica romana por ser “territorio vaticano”, así que la policía del Papa debe hacer ese trabajo, si quiere evitar que nazca un niño pronto en el país más pequeño del mundo.

En una Italia sumida en el caos de seguridad, al superar este verano a Grecia como principal destino de los inmigrantes ilegales subsaharianios, el Papa ha venido a revolver un debate enconado en el país al defender el ‘ius soli’ como criterio para conceder la nacionalidad.

Francisco, que ha reiterado estos días su compromiso con “los más humildes de la tierra”, está irritando a los gobernantes italianos, algunos de los cuales no han vacilado en hablar de “injerencia” en un momento de grave crisis.

Pero la casualidad ha querido que se le ofrezca a Su Santidad una ocasión de hacer gala de la esperable coherencia: la ocupación por un grupo de inmigrantes eritreos de la Basílica de los Santos Apóstoles. Porque si bien la basílica en cuestión está fuera del Vaticano, en la plaza del mismo nombre, es territorio vaticano desde los Tratados de Letrán que dieron nacimiento al diminuto Estado que rige el Papa. De modo que si alguna de las mujeres refugiadas diera a luz en la basílica -y parece que hay ya algunas embarazadas-, el niño debería ser el primer ciudadano vaticano por nacimiento.

Este desconcertante caso legal ni siquiera de plantearía en el caso de que cualquier otro pontífice ocupara la Sede de Pedro, pero Francisco no es cualquier otro pontífice. Nadie en la escena internacional, quizá con la escepción del banquero internacional George Soros, se ha destacado tanto en la ardorosa defensa de una Europa sin fronteras, abierta de par en par a los pobres del Tercer Mundo.

Recordábamos aquí que, ya en los inicios de la llamada crisis de los refugiados, había pedido que “toda parroquia, que toda comunidad religiosa, que todo monasterio, todo santuario de Europa acoja a una familia, comenzando desde mi diócesis de Roma”.  Y a medida que la oleada de recién llegados anegaba nuestras costas y desbordaba la capacidad logística de los países para acogerles, Su Santidad, lejos de moderar su discurso, no ha dejado de elevar la apuesta.

Recientemente, Su Santidad ha propuesto un audaz plan de 20 puntos para hacer frente a la emergencia humanitaria que ha desconcertado a la mayoría de los observadores, católicos o no. Un punto en concreto, en el que Francisco aventura la idea de que la dignidad del recién llegado tiene primacía sobre la seguridad nacional, ha suscitado numerosas críticas desde planteamientos tanto políticos como de teología moral, por cuanto supondría primar la ‘dignidad’ de quienes llegan por encima de la vida de los nacionales de los países de acogida.

Y no es un riesgo teórico o remoto, como por desgracia hemos experimentado de forma brutal en Barcelona. Según Gilles de Kerchove, coordinador aniterrorista de la Unión Europea, hay en el continente 50.000 ‘radicales’, es decir, islamistas dispuestos a cometer masacres como las de Barcelona, París, Bruselas, Birmingham…

Tampoco parece que la extraordinaria generosidad desplegada por el Papa le haga en absoluto inmune a las acciones terroristas. Por el contrario, el último vídeo difundido por el ISIS el pasado 24 de agosto mostraba a sus combatientes pateando imágenes de Jesús, rasgando fotografías del Papa y prometiendo llegar hasta Roma.

Uno de los combatientes, un tal Abu Jindal, mira directamente a la cámara y dice en inglés: “Recuerden esto, infieles [kuffar, un término insultante]: estaremos en Roma, estaremos en Roma, inshallá [Dios mediante]”.

Las autoridades italianas se toman esta amenaza muy en serio, y fuentes de las fuerzas de seguridad creen altamente probable que, en efecto, miembros del Califato intenten un ataque en o cerca del Vaticano.

No hay mucho que pueda hacerse para prevenir ataques, al menos en el sentido de limitar en lo posible la llegada de inmigrantes de modo que pueda ejercerse un mínimo control de seguridad sobre ellos. De hecho, las autoridades se vieron hace tiempo obligadas a reconocer que una parte importante de los recién llegados ‘desaparecen’ a poco de llegar. Pero si su ‘dignidad’ y libertad para instalarse en nuestros países está por encima de nuestra seguridad colectiva, poco puede hacerse.


Y poco puede hacer el Vaticano para, siendo coherente con esta doctrina que muchos califican de extrema, negar la nacionalidad vaticana a cualquier inmigrante nacido en su suelo, como podría ser pronto el caso en la Basílica de los Santos Apóstoles, donde se hacinan sesenta familias.
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