Horacio
Giusto Vaudagna
Fundación
Libre, 12-1-18
Dentro
del mundo jurídico se considera que una persona puede dañar a otra tanto por
accionar en su contra como por omitir la realización de una acción debida. Esta
analogía resulta ser perfecta para comparar la década ganada del kirchnerismo
con los primeros dos años de mandato del macrismo.
Dejando
de lado los bastos actos de corrupción del anterior gobierno, lo cierto es que
su forma de entender la política se centraba en la constante creación de
antagonismos. Amparado en un discurso populista que se focalizaba en el
“Pueblo”, todo aquello que fuere contrario a los intereses del partido
justicialista de turno era calificado de “enemigo”.
Bajo dicha lógica, todo el
armado político consistió en vulnerar de forma sistemática los derechos
individuales, especialmente los vinculados a la propiedad privada y la libre
expresión. La noción de República (división de poderes, transparencia de los
actos de gobierno, alternación de poder y resguardo de ciertas prerrogativas
individuales) se fue diluyendo conforme pasaban los años y el ciudadano era
invadido en su persona por un Estado cada vez más grande e ideologizado.
Notoriamente, el kirchnerismo usó recursos estatales para accionar en contra
del sector productivo y así favorecer sólo a los sectores que les eran
funcionales. Como simple ejemplo bastaba ver que Organizaciones de Derechos
Humanos tomaban posturas oficialistas en contra del sector agropecuario o
supuestos pueblos originarios combatían los grandes medios de comunicación para
así hacerse con pautas oficiales en sus pequeñas difusoras.
En
el año 2015 la mayoría de los argentinos votan por un cambio del anterior
régimen, y volviendo a apostar a la actual gestión en las elecciones
legislativas del 2017. Sin embargo, así como el kirchnerismo dañó las
libertades y derechos de las personas mediante acciones que realizaban
utilizando el poder estatal, el Pro sigue dañando al ciudadano por omitir
realizar aquellas acciones que le corresponden como gestión.
La pasividad que
presenta el gobierno actual frente a las protestas sociales que cercenan las
libertades y la seguridad de los trabajadores, su inacción para disminuir los
empleados públicos ineficientes e irresponsables que le cuesta muy caro al
Estado mantener, su incipiente voluntad de abrirse por completo al mundo para
que todas las empresas compitan libremente mejorando las opciones del
consumidor, son algunos ejemplos de que
el macrismo teme más a la opinión adversa de la oposición que en defraudar a
sus propios votantes. Quien votó al Pro lo hizo buscando un cambio, no sólo en
lo económico, sino en lo cultural.
Para que se dé tal cambio sería preciso y
oportuno que el gobierno de Macri dejara de querer complacer a sectores que
siempre lo van a repudiar y atendiera la agenda que le solicita sus propios
adherentes, es decir, la gente que trabaja de sol a sol y sólo buscan una
sociedad ordenada, segura y sin privilegios especiales para ningún sector.
Fortalecer esa visión de un Gobierno que favorezca el mérito individual por
sobre los favores políticos, repartidos muchas veces entre negociaciones con
opositores y contratos con militantes propios, es el camino a seguir para que
el Estado vuelva a ser una Institución confiable cuya principal función es
proteger a la Persona.