La Nación, 20 de enero de 2018
Hay tres
escritores argentinos de auténtica cultura en cuyas letras está la esencia del
ser argentino: José Hernández, Leopoldo Lugones y Saúl Alejandro Taborda.
José
Hernández nació en las chacras de Perdriel, provincia de Buenos Aires, donde su
familia poseía el caserón de los Pueyrredón. La muerte de su madre, a los 9
años, y su salud resentida impulsaron a los mayores al traslado del menor al
campo, a vivir con el padre Rafael Hernández. El niño, que ya lleva el poeta
adentro, renació "en medio de la inmensidad cautivante de la pampa".
Su mente y su ánimo incorporaron las experiencias y las vivencias de la tierra
madre y del gaucho. Salió de allí a los 22 años.
El hombre
de pluma y de acción que fue José Hernández libró luchas del cerebro, batallas
de la inteligencia, e incorporó al gaucho a las letras con su Martín Fierro.
Lugones
vivió la aridez del norte cordobés, con vivencias en Santiago del Estero. Con
solo 9 años, pasó a vivir en Córdoba, pero llevaba la voz de la tierra, y la
impronta, conocida de cerca, del gaucho que ama la libertad, y que es generoso,
culto, cortés y religioso. Y con todo el paisaje montañés y de campo y sus
vivencias que acendradamente incorporó a su destino. Fue el paisaje argentino
de campo en el panorama de las letras, que consagraron al poeta Lugones.
Saúl
Alejandro Taborda nació en la estancia de Chañar Ladeado, donde convergen los
límites de los departamentos San Justo, Río Primero y Río Segundo. Esa región
de la Córdoba, mirando hacia el mar de Ansenuza, y por donde surcaban los ríos
Primero y Segundo, era zona de montes nativos, que la mano del hombre modificó
para la agricultura y la ganadería. En esas feraces tierras entre el bosque
nativo y los pastos naturales, aprendió el oficio de relacionar las fases de la
Luna con los tiempos de siembra, aprendió a convivir con la naturaleza,
calculando los tiempos de lluvia y de seca y viendo la flora y la fauna en su
estado puro.
Saúl
Taborda supo internalizar las vivencias de la vida rupestre que le dieron un
carácter indomable y una voluntad firme como también convicciones fundadas en
la relación con el pasado familiar y la altivez del que se siente dueño de la
mística relación con el medio ambiente. Cuando partió con sus 14 juveniles
años, apoyado por una familia criolla (de hombres de campo) para formarse
primero en Córdoba, luego en La Plata y Rosario y más tarde en el mundo,
aquellos códigos del esfuerzo y los valores familiares lo inmunizaron para que,
sin renegar de sus orígenes, incorporara los valores de la cultura cosmopolita
y produjera la síntesis del pensamiento tal como lo vemos reflejado en su
cosmovisión facúndica, en los vuelos literarios de su prosa y de sus versos, el
análisis crítico de la realidad de su tiempo, el pensamiento filosófico y
pedagógico y las expresiones revolucionarias de la Reforma del 18 en la
Universidad.
Saúl
Taborda realiza una integración de los valores de la cultura criolla que mamó
en su niñez y la expresión de la madurez intelectual que cultivó no solo en su
país sino en la vieja Europa. Salió de allí a los 14 años.
El hombre
facúndico incorporado a la indagación espiritual de su esencia ancestral.
Hernández,
Lugones y Taborda llevaban la tierra madre en sus venas, el paisaje y las
gentes, es decir el mensaje material y fundamental de la Patria. Así le
cantaron y le escribieron, y constituyen arquetipos únicos de argentinidad. Y
así dicen con Fermín Chávez, al final de su V poema en su "Una provincia
al Este":
"Quiero
volver al pueblo y sus crecientes?
Quiero
lavar mi luz cada mañana.
Quiero
entrar en la tierra. Este es mi canto."