jueves, 19 de noviembre de 2020

EL PLAN MUNDIAL GLOBALISTA

 


DESARROLLADO EN ESTADOS UNIDOS

 

 Marco Tosatti, 16 de noviembre del 2020

 

 

Entrevista que el arzobispo Carlo Maria Viganò dio a Katholisches.info. Disfru­ten de la lectura.

 

Durante años Vuestra Excelencia fue nuncio apostólico en los Estados Unidos. Conoce muy de cerca a ese país, primera potencia mundial, especialmente del mundo libre. ¿Qué está sucediendo allí?

Los Estados Unidos de América asisten en estos meses a la implantación del plan mundialista, en el cual participan todas las naciones del mundo. Dicho plan no puede dejar de incluir también a la que es la más importante democracia de Occidente, tanto por su poderío económico como por el papel protagonista que desempeña en el equilibrio político internacional. Con Donald como presi­dente en Estados Unidos y una mayoría republicana en el Congreso y en los estados de la unión se concre­taría la oposición, la voz discordante del pensamiento único, y eso la dictadura mundialista no lo puede tolerar. No olvidemos que la ideología de la izquierda mundialista no acepta voces disidentes que la pongan en tela de juicio. Lo que estamos viendo es un ataque planificado y sumamente orga­nizado que se sirve de la colaboración de sectores importantes de las instituciones y de la práctica totalidad de los medios informativos, y que está financiado por poderosas multinacionales y organi­zaciones internacionales. Por otra parte, es evidente que también hay interferencias externas, tanto en términos económicos como en lo que se refiere a apoyo por parte del candidato demócrata.

 

Me gustaría señalar además el papel desestabilizador llevado a cabo por movimientos próximos al Partido Demócrata como Black Lives Matter y Antifa, todos ellos financiados por Soros. El lapso de tiempo transcurrido entre el anuncio extraoficial de la victoria de Joe Biden y la confirmación del verdadero vencedor podría ser aprovechado por la izquierda para provocar alteraciones y disturbios, según el conocido guión del estado profundo.

 

 

A finales de octubre V.E. dirigió al presidente Trump una carta abierta de tono bastante apo­calíptico. ¿Considera adecuado ese tono? ¿Cree que, una vez concluidas las elecciones, ha que­dado confirmado? ¿Están justificadas las acusaciones y la preocupación porque haya habido un fraude sistemático?

 

El empleo de la palabra apocalíptico en este contexto me parece totalmente acertado, porque se refiere a la batalla final entre Dios y Satanás anunciada en las Sagradas Escrituras. Los sucesos que estamos presenciando tal vez no sean los del enfrentamiento definitivo, en el cual parecerá que el Anticristo se impondrá y la Iglesia y la sociedad tradicional serán objeto de una despiadada persecu­ción. Lo que sí es seguro es que esta fase histórica tendrá repercusiones directas en los modos y tiempos en que se instaurará el reino del Anticristo. En este sentido, la presidencia de Trump puede suponer un serio obstáculo contra el estado profundo y el mundialismo, que en su esencia ideológica es antihumano y anticristiano. Si el destino del mundo está en juego, yo diría que el tono no puede ser otra cosa que apocalíptico.

 

Por lo que respecta al fraude electoral que está saliendo a la luz en los últimos días, creo que es imprescindible que los organismos responsables aclaren la situación para garantizar la regularidad del recuento. La democracia no se puede invocar alternadamente, deslegitimándola como populis­mo en cuanto la voluntad popular se aparta de lo que quiere imponer la élite. Para alcanzar el poder y mantenerlo, la izquierda internacional siempre se ha valido exclusivamente de la violencia de las armas o de fraudes: pensemos en el totalitarismo socialista, en sus variantes nacionalsocialista, fas­cista y comunista.

 

 

¿Cómo es posible que en los Estados Unidos, país prototipo de las democracias representati­vas, pueda manipularse una elección?

 

La posibilidad de que las elecciones sean objeto de manipulación me parece confirmada por la evidencia. Los numerosos videos posteados en las redes sociales en los que se ve a encargados del escrutinio manipulando las boletas, así como sacos de votos arrojados a contenedores de basura o abandonados en las aceras, o a fanáticos que se jactan de haber falsificado votos por odio a Trump, no dejan lugar a dudas. Lo que habrá que verificar no es la existencia de esos fraudes, sino su natu­raleza y gravedad. No olvidemos tampoco las manipulaciones descubiertas en los programas com­putacionales de recuento de votos y de los accionistas y dueños de las empresas encargadas de la gestión de los mismos.

 

No estamos hablando de algún pequeño tejemaneje en un condado desconocido, sino del siste­ma en su conjunto, en el que las interferencias externas están resultando ser sistémicas, deliberadas y siempre coordinadas a favor de Biden y en perjuicio de Trump. Independientemente de quien sea ganador al final, el resultado de estas elecciones no puede seguir envuelto en dudas sobre tan graví­simas irregularidades. Por algo están actuando los tribunales en base a centenares de denuncias para verificar lo sucedido.

 

Con todo, no puedo menos que destacar un elemento muy significativo: la izquierda entiende la democracia como un instrumento de poder: si la ciudadanía, astutamente persuadida por los medios informativos, se deja convencer y la votan, triunfa el pueblo; si no cede al adoctrinamiento macha­cón y las promesas utópicas de los políticos, si vota por un partida o un candidato que no sea de iz­quierda, el pueblo se vuelve incapaz de escoger a sus gobernantes, y entonces una élite, una aristo­cracia, decide en su lugar qué está bien y qué está mal para las masas.

 

 

¿Podemos dar por concluidas las elecciones, como sostienen Biden, el Partido Demócrata y la mayor parte de los medios de prensa?

 

Las elecciones están reguladas por leyes y reglamentos precisos: si uno no se fía de las proyec­ciones que los canales de TV presentan como datos definitivos, corre el riesgo de vérselas con quie­nes quieren imponer sus propios deseos como una realidad irrebatible. Hemos entendido perfecta­mente de qué bando están los dirigentes mundiales, los medios, las multinacionales de la informa­ción, la banca mundial, los organismos humanitarios y la propia iglesia bergogliana. Pero no por ello es menos cierta la existencia de irregularidades ni menos urgente la necesidad de un escrutinio escrupuloso que respete las normas. Eso sí, siempre que para los demócratas tenga sentido el respe­to a las normas.

 

 

V.E. también ha hecho un llamamiento a los católicos y a todos los estadounidenses de buena voluntad. ¿Cree que ha sido escuchado? ¿Cuál ha sido el voto de los católicos, los cuales histó­ricamente hacía mucho tiempo que estaban más próximos a los demócratas?

 

Por lo que podido comprender hasta ahora de los resultados de las elecciones, el electorado ca­tólico se ha expresado mayoritariamente a favor de Trump. A pesar de la campaña de denigración emprendida por la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y por intelectuales progresistas que se dicen católicos, con la aberrante orquestación de Jorge Mario Bergoglio y el círculo mágico vaticano, los católicos estadounidenses han entendido que es preferible un candidato protestante que defiende la vida y la familia a un autoproclamado católico que promueve el aborto hasta los nueve meses de embarazo, la ideología de género, la ideología LGTB y las propuestas mundialistas.

 

Lo que está se está produciendo, indiscutiblemente, es la desorientación de los fieles ante el traicionero sometimiento al mundialismo de la cúpula de la jerarquía católica, así como la cada vez más evidente brecha entre el pueblo cristiano y sus pastores, que están demasiado ocupados en ha­blar de la acogida indiscriminada de inmigrantes clandestinos y de cerrar los templos en obediencia a las órdenes de los comités de salud pública.

 

Es indudable que los escándalos financieros y sexuales por parte de tantos miembros del episco­pado progresista, su laxitud moral y sus desviaciones doctrinales son plenamente coherentes con el respaldo político a los demócratas de Estados Unidos y en general de la izquierda internacional. Respaldo que es ampliamente correspondido y debería hacernos reflexionar.

 

 

Desde hace cuatro años Trump es objeto de escarnio y ridiculización, pero ha conseguido (da­tos actuales) ocho millones de votos más que en 2016, es decir, más votos que Barack Obama, que es para la izquierda una especie de mesías secular. ¿Se podría decir que Trump es en rea­lidad el más popular de los presidentes de Estados Unidos desde la época de Ronald Reagan?

 

Aun siendo obligado esperar al cómputo definitivo de los votos para evaluar la popularidad de Trump, podemos tener en cuenta su capacidad para aunar los valores y sentimientos de sano patrio­tismo de los que quieren renegar los demócratas y que éstos quieren eliminar en nombre de la adhe­sión incondicional al plan mundialista. Trump ha sabido hacerse portavoz de la mayoría del electo­rado; de ahí su popularidad. Es una pena ver que en otros contextos –como por ejemplo en Italia– parece que quiere relegarse al papel de guardameta que en otros tiempos realizaban movimientos que actualmente gobiernan. A mí me parece el preludio –a no ser que a última hora hayan cambiado de parecer– de un incomprensible suicidio político.

 

 

Se dice que en los cuatro años que lleva Trump en la presidencia no habría conseguido el pleno dominio de su aparato federal. ¿Existe eso que llaman estado profundo? En caso afir­mativo, ¿se ha activado también para las elecciones?

 

Quien después de varios años de gobierno demócrata accede a la presidencia de los Estados Unidos no puede pensar en reformar en poco tiempo un complejo sistema institucional. Lo que ha hecho Trump hasta ahora demuestra su loable empeño, pero al mismo tiempo revela la infiltración capilar del estado profundo en las esferas de poder. El control de las instituciones, de la magistratura y de los medios por parte de la izquierda –como podemos observar también en Italia– es el fruto de déca­das de actividad soterrada, de nombramientos, de chantajes y de conflictos de intereses. No pode­mos pretender que en cuatro años sea posible corregir una situación tan generalizada, y menos cuan­do se actúa con el debido respeto a la ley y no, como hacen otros, vulnerando de forma sistemática el derecho y la justicia.

 

 

¿Cómo es posible que la Santa Sede y el papa Francisco apoyen esta marginalización de Trump? Estamos perplejos; ¿hay algún vínculo entre el Partido Demócrata y la Iglesia Católi­ca?

 

La Iglesia Católica no tiene nada en común con el Partido Demócrata, cuyo ideario es incompa­tible con las enseñanzas de Cristo. Al contrario, es obvio el nada desinteresado apoyo de la iglesia profunda al estado profundo; alianza que alía el progresismo político al religioso con miras a crear una sociedad anticristiana con una religión universal.

 

El vínculo de los progresistas con los demócratas está consolidado, y se remonta al 68, al movi­miento estudiantil y a las llamadas a la renovación que el Concilio hizo suyas en clave no menos subversiva de lo que había hecho la izquierda en el terreno político. Por otra parte, al cabo de déca­das de adoctrinamiento ideológico en las mismas universidades e instituciones católicas eran inevi­tables estas nefastas consecuencias en la sociedad.

 

Es indudable que Begoglio ha sido escogido a nivel mundial como garante espiritual del mun­dialismo en base a las aspiraciones que había indicado John Podesta en su célebre mensaje de co­rreo electrónico a propósito de la primavera de la Iglesia. Yo diría que la labor realizada hasta el momento por el argentino podría ameritar con toda razón el aplauso de los demócratas y, más en ge­neral, de los que quieren instaurar el Nuevo Orden Mundial.

 

 

A escasos días de las elecciones, Nigel Farage decía que Trump lleva un ímpetu que le es favo­rable. Desde el escrutinio de los votos parece ser que es al contrario. ¿Qué opina V.E. que de­bería hacer Trump en este momento?

 

Trump sigue oficialmente en su cargo hasta el 20 de enero de 2021. Esperemos los resultados del recuento de los votos y de las denuncias de fraude, como está previsto en la ley, y como debe­rían esperar también todas las partes en litigio. Entonces se podrá decir si Farage tenía razón. Mien­tras tanto, tal como ha confirmado el Senado, Trump tiene todo el derecho de exigir claridad y recu­rrir a todos los medios que ofrece la ley para tutelar la voluntad de sus electores expresada en las ur­nas.

 

 

¿Estaremos asistiendo también a una guerra psicológica?

 

Esta guerra es esencialmente psicológica: se basa en una patente manipulación de las masas, principalmente por parte de los medios mayoritarios de información. Se han llegado a censurar las declaraciones del presidente de los Estados Unidos en las redes sociales, y hasta en transmisiones de televisión en directo, en aras de un presunto derecho de los órganos de información a silenciar noti­cias arbitrariamente consideradas falsas. Pero esta actitud censora empezó con la revisión de la ver­dad por parte de entidades ideológicamente notorias en una tentativa de calificar como bulos las no­ticias que no se ajusten al discurso oficial.

 

Lo mismo pasa a nivel mundial con las informaciones relativas a la pandemia. Los datos oficia­les desmienten inexorablemente la versión mediática de una catástrofe, y a pesar de ello se obstinan en aterrorizar a la sociedad porque, independientemente de su modalidad, el Covid se utiliza como un medio para imponer restricciones, que en otro contexto serían inaceptables, de los derechos fun­damentales. No tiene nada de extraño que Biden anuncie confinamientos y la intención de hacer obligatoria en todas partes la mascarilla; obedece a los mismos poderes que están tras la emergencia pandémica.

 

Me gustaría señalar asimismo que el anuncio del lanzamiento de la vacuna producida por la compañía Pfizer –de la cual es accionista el mismo filántropo Bill Gates, tan empeñado en reducir la población mundial– se ha pospuesto hasta el anuncio de la presunta victoria de Biden, revelando con ello a las claras el uso político que dan las empresas farmacéuticas a sus investigaciones cientí­ficas. He leído en internet que Sandra Zampa, ex vicepresidenta del Partido Demócratico italiano y actualmente subsecretaria de salud del gobierno de Conte ha agradecido esta operación a la empresa Pfizer.

 

 

¿Qué pueden o deben hacer a su juicio los católicos de Estados Unidos y el resto del mundo?

 

Los católicos de Estados Unidos pueden y deben rezar, porque ante un despliegue tan masivo de fuerzas adversas sólo una intervención de Dios puede sacar la verdad a la luz. Eso no excluye, claro está, renovar el testimonio coherente de los católicos en el ámbito social. Pero tal acción humana, siempre encaminada al bien común, no debe perder de vista la dimensión sobrenatural. Jesucristo es Señor de la Historia y Rey de las naciones. No abandonará a sus hijos en el momento de la prueba si recurren con fe a Él y a su Santísima Madre.

 

 

(Traducción de Bruno de la Inmaculada para Adelante la Fe)