sábado, 11 de junio de 2022

LA EPOPEYA DE LOS ÁNGELES


 que suscitó elogios de Nicolás Maduro a Alberto Fernández

 

Andrés Cisneros


Ex vicecanciller argentino


Infobae, 11 de Junio de 2022

 

Apenas ayer, luego de no ser invitado a la IX Cumbre de las Américas, el inefable Nicolás Maduro emitió dos elogios: uno a Alberto Fernández y otro a la Revolución Iraní. No lo hizo desde su país, junto a su excluido pueblo sino en el propio Irán, donde seguramente se habrán sentido muy confortados con su apoyo. Y a Fernández, por haber enfrentado “valientemente al imperialismo” al cantarle cuatro frescas al presidente norteamericano en su propia casa.

 

Por si hiciera falta, Maduro practicó un enlace entre ambas situaciones: “Irán y Venezuela son compañeros de lucha” con el objetivo de “hacer frente al imperialismo”. “Elevaremos las relaciones en todas las áreas estratégicas”, dijo el mandatario venezolano.

 

Una semana antes había anticipado que “vamos a estar bien representados en la voz del presidente Alberto Fernández”. Diosdado Cabello, segundo de Maduro, tiene otra opinión formada: “al Presidente de Argentina no le gusta que le digan que es tibio, pero sí le gusta hacerse el loco cuando a Venezuela la llaman dictadura.”

 

¿Será necesario recordar aquí que Irán es el sostenedor y financista planetario de Hezbollah y que ambos están señalados por la Justicia argentina como principales sospechosos de los atentados de la AMIA y la embajada israelí en Argentina, con nombres y apellidos que tan infructuosamente busca Interpol aunque cualquiera puede verlos en posiciones de gobierno en Teherán? El compañero Maduro seguramente les estrechó la mano. Como antes hicieron el zar boliviano Evo Morales, Daniel Ortega y como lo hace todo el tiempo el cubano Díaz Canel.

 

Esta IX Cumbe en Los Ángeles podría haberse constituido en un momento bisagra, que cambiara la intensidad y el contenido de las relaciones de Washington con los demás pueblos del continente, pero resultó otra decepción más.

 

Desde las primeros encuentros convocados por Estados Unidos bajo la polinterpretada frase “América para los americanos” y la desafiante respuesta argentina “América para la humanidad”, los dos países inauguraron, en 1889, un ya demasiado largo periplo de relaciones poco cooperativas, más signadas por la sordera y la hostilidad mutuas, a diferencia del camino de colaboración y entendimiento que, desde un principio, caracterizó tan exitosamente a la política exterior de Brasil con el gigante del norte.

 

En ese muy extenso período, los Estados Unidos solo enunciaron dos proyectos con alguna coherencia para ofrecer a la región: la Alianza para el Progreso de Kennedy, una esperanza y, años más tarde, el ALCA de Clinton, un fiasco. Las dos fracasaron sin que las partes intentaran rescatarlas procurando su reformulación o mejora.

 

En 1994 Clinton invitó en Miami, con el castrismo huérfano del apoyo financiero que le había estado proveyendo la extinta Unión Soviética y debió cambiar radicalmente su estrategia: en lugar de promover la toma armada del poder pasó a impulsar a los grupos afines para llegar por la vía electoral, sobre la base de presentar al imperialismo externo y las constituciones republicanas internas como las causas centrales de todos nuestros males.

 

Ya para el bochorno de la reunión de 2005 en Mar del Plata (“ALCArajo con el ALCA”) el desarrollo de esa estrategia aparecía nítido: luego de ingresar de la mano de la democracia, muchos líderes iluminados las transfiguraban en férreas dictaduras, algunas tan sangrientas como la de la casa matriz en La Habana.

 

Con lo que esta IX Cumbre encontró a un continente cruelmente dividido en una guerra civil ideológica: populismo versus democracias republicanas. Y de nuevo puede verificarse que ni Washington ni nosotros parecemos haber aprendido nada.

 

Por su lado, Biden presentó un proyecto burocrático, un sopor de buenas intenciones sin otras propuestas prácticas que la de contener las migraciones a su territorio y una beatífica exhortación a que defendamos a la democracia. Por nuestra cuenta, claro. Y de nuestro lado todo indica que, a esta altura de la Historia, seguiremos manteniendo solo actitudes de hostilidad.

 

Estados Unidos tornó a perderse la oportunidad de retomar el liderazgo que se desprende de su ejemplaridad democrática y su potencial económico; y los demás asistentes de dejar pasar la oportunidad de coordinarse y presentar a Washington un esquema factible, con medidas concretas, que permita hacer coincidir temas donde el interés norteamericano enlace con los de América Latina, que son muchos y se encuentran largamente demorados. No solo reclamar, proponer: tenemos mucho para pedir pero también mucho para ofrecer. Y acudimos a estos encuentros solo para plañir siempre la misma jerigonza antimperial.

 

Jair Bolsonaro, que como todo brasileño en política exterior no come vidrio, avisó que no viajaría y, una vez conseguida una fecha de encuentro bilateral con Biden, confirmó su asistencia. Mismo logro que Fernández pero a un costo infinitamente menor, Dios salve a Itamaraty. Y López Obrador practicó una previsible verónica taurina: entusiasmó al presidente argentino para elevar la hostilidad al nivel de armar una patética contracumbre, nada menos que en territorio estadounidense…pero enseguida reculó, limitándose a no asistir, en una especie de prudentísima protesta meramente pasiva (Alberto, vos andá a pegarle que yo te tengo el saco).

 

Un logro involuntario de este papelón como encendido defensor de tiranías consiste en que, a partir de ahora, habría que ser realmente ciego para seguir creyendo que el monto/kirchnerismo tiene algún respeto por los derechos humanos. Nunca lo tuvieron. Era de todos los argentinos en 1983 y lo usurparon a partir de Néstor Kirchner, degradándolo de política de Estado a mera bandera partidaria.

 

Después de esta epopeya de Fernández Alberto by Fernández Cristina esa bandera luce pisoteada por huestes ya claramente en retirada. Por supuesto, Alberto Fernández, asesorado Dios sabe por quiénes, regresa muy orgulloso de presentarse como abogado de tres dictaduras criminales, espontáneo amicus curiae a favor de Maduro, Ortega y los Castro. Con estos amigos ¿quién necesita enemigos? 

Como decía Montaigne: “Nadie está exento de cometer desbarres, lo malo es hacerlo con énfasis”.