jueves, 16 de mayo de 2024

EDUCAR EN EL SIGLO XXI


 

POR MYRIAM MITRECE

 

La Prensa, 15.05.2024

 

Los estudios en psicología del desarrollo humano muestran que existen una serie de tareas evolutivas que permiten la maduración de la personalidad.

Por más que las teorías posmodernas insistan en que cada uno se hace a sí mismo, y que la naturaleza humana es solo una imposición socialmente construida de la que habría que desembarazarse, la realidad indica que existe un plan o proyecto básico del cual se parte y para crecer hay que cumplir determinadas tareas preestablecidas: los niños y adolescentes tienen que aprender, descubrir, conocer y apropiarse de lo que su cultura tiene para ofrecerles y los adultos transmitírsela, guiarlos y orientarlos para que puedan marcarla con su sello personal y mejorar el entorno. Así ha sido por siglos y siglos.

 

TECNOLOGÍA QUE AVASALLA

 

Si bien no podemos desconocer sus ventajas, la tarea educativa se ve dificultada por el aceleramiento y la masividad de las tecnologías digitales. Cada vez se tiene menos tiempo para asimilar estas transformaciones y prever el impacto que tienen en el desarrollo humano. La tecnología creció a pasos agigantados pero la naturaleza humana sigue siendo la misma.

 

Los niños se desempeñan fluidamente con ella y los dispositivos y plataformas digitales para la comunicación y diversión son parte de su vida cotidiana. La virtualidad permite experimentar mundos de fantasía como si fueran reales. Por otra parte, la globalización pone cerca culturas distantes, haciendo posible la recepción de mucha información sobre costumbres distintas y ajenas al propio espacio geográfico y cultural.

 

Además, la consciencia sobre la importancia del cuidado de la salud, los avances médicos permiten una vida activa durante más tiempo, así, la juventud se vuelve un ideal de persistencia, no de tránsito. Hace tiempo, los adolescentes eran lo que iban en camino a ser adultos, hoy los adultos no quieren dejar de ser adolescentes. Los vínculos, aún entre los mayores, parecen estar menos atados a formalidades, las jerarquías se desdibujan y las relaciones se horizontalizan.

 

CREENCIAS SOCIALES COMPARTIDAS

 

Estas vivencias inducen a falsas creencias compartidas por la sociedad que se hacen manifiestas a través de frases como “los chicos saben más que los grandes”, porque manejan con más naturalidad los medios digitales. O también que “no existe una verdad universal. Todo depende de la cultura en la que se vive”, “no se puede confiar en los sentidos. La realidad es lo que cada uno construye” o “hay que ser pragmático” y asumir que todo ha cambiado. Los limites se tornan difusos y los parámetros cambiantes. Lo que antes era obvio, ahora es puesto en duda. Quienes no hacen suyo este paradigma, se terminan volviendo, para el imaginario colectivo, viejos, obsoletos.

 

EL CONFUSO LUGAR DEL ADULTO

 

Ante esto el adulto no encuentra fácilmente su lugar y surgen inquietudes: ¿cómo debiera ser un adulto?, ¿qué le corresponde a un niño?, ¿qué función cumple la escuela?, ¿cómo debieran ser los padres? También surgen cuestionamientos sobre las tareas evolutivas de los adultos. ¿Cómo guiar a la nueva generación si aún no se encontró el propio camino?, ¿hacia dónde guiar si no hay una referencia objetiva? Y, si lo viejo ya no es valioso ¿para qué transmitirlo?

 

CORTE GENERACIONAL

 

Quizás nuestra época sea la que presencie por primera vez un corte generacional: una generación de adultos que considera que los niños saben más porque se desenvuelven mejor en el mundo tecnológico y que no tiene sentido transmitir el pasado porque ya no sirve para enfrentar los nuevos desafíos. Adultos inseguros que temen ser juzgados por sus pares, y se sienten incapaces de aceptar el costo afectivo de la autoridad, que se debaten entre la autoridad y el miedo a ser autoritarios, entre el reconocimiento del valor del dialogo y la falta de tiempo, en muchos casos tratando de encontrar su propio lugar.

 

No es raro que, en este contexto, sin un norte cierto, a los chicos se les dificulte soportar las frustraciones y sientan escasa motivación para alcanzar bienes arduos; qué les cuesten los compromisos duraderos, que los vínculos sean cada vez más líquidos y las personalidades tan vulnerables que necesiten de un colectivo que las defienda. El terreno es el propicio para que los organismos de poder siembren ideologías que los hagan sentir libres y “empoderados”.

 

No es solución añorar tiempos pasados. No todo tiempo pasado fue mejor. Ni producir cortes y nuevos comienzos. Nada garantiza que la teoría de un progreso siempre satisfactorio sea verdadera. La vuelta a lo real, al sentido común. Lo más simple y lo más difícil. Como decía Chesterton: “Solo hay una cosa que requiere verdadero coraje para decir, y es una verdad obvia”.