acerca de la
conciencia social católica
Por Germán
Masserdotti
La Prensa,
10.08.2025
Es posible hablar
de la “cuestión social” en tiempos de Jesucristo, como lo demuestran los
Evangelios.
A primera vista
podría llamar la atención plantear la existencia de una “cuestión social” en
tiempos de Jesucristo. ¿Acaso la Doctrina Social de la Iglesia no responde a
problemas sociales concretos y ella, entonces, comienza en 1891 con la carta
encíclica Rerum novarum (15 de mayo de 1891) de León XIII a propósito de la
“cuestión obrera”?
Podría decirse, en
cambio, que, dado que el hombre es social por naturaleza, siempre existió una
potencial “cuestión social” a partir del pecado original. Porque dicha
“cuestión” o “cuestiones” sociales no son otra cosa que la falta de conformidad
de las acciones y estructuras sociales con la Revelación divina y la ley moral
natural.
Hecha esta
aclaración, puede hablarse de más de una “cuestión social” en los años de
Jesucristo. Basta repasar los Evangelios para comprobarlo. Valgan algunos
versículos: “Buscad primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará
por añadidura” (Mt 6, 33); “Entonces Jesús les dijo: «Dad al César lo que es
del César, y a Dios lo que es de Dios»” (Mc 12, 17); “Después, levantado los
ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas
monedas de cobre, y dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que a
nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba,
pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir»” (Lc 21, 1-4);
“Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo
soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz»” (Jn 18, 37).
RESPUESTA
De esta manera, como puede apreciarse, la
temática de la Doctrina Social de la Iglesia es algo más amplia que la mera
referencia a lo socio-económico, en particular lo atinente a la riqueza o la
pobreza. En este sentido, un texto de san Pablo VI en la carta encíclica
Populorum progressio (26 de marzo de 1967) es ilustrativo como respuesta a una
mirada reduccionista: “Se puede también afirmar que el crecimiento económico
depende, en primer lugar, del progreso social; por eso la educación básica es
el primer objetivo de un plan de desarrollo. Efectivamente el hambre de
instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimentos: un analfabeto es
un espíritu subalimentado” (PP, 35; las negritas son mías).
En la carta
encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), Benedicto XVI señala que
“…se ha de subrayar que no basta progresar sólo desde el punto de vista
económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e
integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no
soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre…” (CinV, 23).
Por otra parte, en
todo conocimiento y acto de amor, “el alma del hombre experimenta un «más» que
se asemeja mucho a un don recibido, a una altura a la que se nos lleva. También
el desarrollo del hombre y de los pueblos alcanza un nivel parecido, si
consideramos la dimensión espiritual que debe incluir necesariamente el
desarrollo para ser auténtico.
Para ello se
necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión
materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo
ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir
aquel desarrollo humano e integral, cuyo criterio orientador se halla en la
fuerza impulsora de la caridad en la verdad” (CinV, 77; las negritas son mías).
MIRADA SALVIFICA
Esta temática integral de la que se ocupa la
Doctrina Social de la Iglesia, a su vez, es considerada desde una mirada
salvífica, es decir, teniendo en cuenta que ella es “instrumento de
evangelización” (CA, 54), como enseña san Juan Pablo II en la carta encíclica
Centesimus annus (1° de mayo de 1991).
A partir de lo
dicho, puede entenderse mejor qué significa “conciencia social católica”. Ella
se forma a partir de los principios sobrenaturales y naturales de la vida
social. En un hombre con conciencia social católica conviven el espíritu de
justicia con el de caridad, el amor por el bien común con el afecto por la
iniciativa propia, el espíritu solidario con la búsqueda de la excelencia en
las obras, el respeto por las capacidades del prójimo y de las familias con la
actitud de auxilio en la necesidad.
Al fin de cuentas,
un hombre con conciencia social católica contempla en su prójimo, pobre o rico,
rústico o instruido, salvaje o cultivado, al mismo Jesucristo. Ver a Jesucristo
en su prójimo lo aleja de todo prejuicio racista o clasista, de todo a priori
condenatorio que no profundiza en las causas de la miserable condición humana.
Deudores antes que acreedores, obremos la justicia animados por la caridad.