a través del belén del Aula Pablo VI
Brújula cotidiana, 18_12_2025
Hay un belén a
contracorriente en el Vaticano, pero no se trata de la habitual “innovación”
que desea romper esquemas. Además del belén “tradicional” (que, por cierto, no
siempre es obvio) de la Plaza de San Pedro, en la Sala Pablo VI se expone la
obra titulada Nacimiento Gaudium de la artista costarricense Paula Sáenz Soto,
que presenta una “figura de la Virgen embarazada y un conjunto de 28.000 cintas
de colores, cada una de las cuales representa una vida preservada del aborto
gracias a la oración y al apoyo brindado por organizaciones católicas a muchas
madres en dificultades”, tal y como se lee en el comunicado de presentación de
la Gobernación de la Ciudad del Vaticano.
De hecho, “aunque
respeta la tradición”, continúa el comunicado, “la obra introduce un elemento
original: dos representaciones diferentes y alternables de la Virgen. Durante
el Adviento se expondrá una estatua de María embarazada, símbolo de la espera y
la esperanza; en la noche de Navidad, esta será sustituida por una imagen de la
Virgen arrodillada en adoración al Niño recién nacido. En la cuna de Jesús
se depositarán además 400 cintas con oraciones y deseos escritos por los pequeños
pacientes del Hospital Nacional de Niños de San José”.
Mensaje recogido y
difundido por León XIV, que ha inaugurado el belén el 15 de diciembre
recordando que “cada una de las veintiocho mil cintas de colores que decoran la
escena representa una vida preservada del aborto gracias a la oración y al
apoyo prestado por organizaciones católicas a muchas madres en dificultades.
Agradezco a la artista costarricense que, junto con el mensaje de paz de la
Navidad, haya querido lanzar también un llamamiento para que se proteja la vida
desde el momento de la concepción”. Si la verdadera originalidad consiste en
volver a los orígenes, como decía Antoni Gaudí, la originalidad del belén de
Paula Sáenz remite directamente a los orígenes de la vida en el seno materno.
La artista
costarricense no es del todo nueva al otro lado del Tíber: de ella es, de
hecho, el mosaico de Nuestra Señora de los Ángeles, patrona de su país, en los
Jardines Vaticanos, que ella misma describió en una entrevista de 2023 a la
Fundación Cari Filii como “un ejemplo de cómo Dios puede elegir a cualquiera;
no hace falta ser un artista famoso”. También es significativa su vocación
artística, surgida de un retorno a la fe tras un periodo de alejamiento, así
como de un “milagro de la vida”: un hijo (hoy con más de veinte años) que no
llegó hasta que se abandonó a los designios de Dios.
“Lo que hacemos
los pintores de arte sacro es escribir oraciones”, sostiene Paula Sáenz, que se
remite a la Via pulchritudinis (el “camino de la belleza”, definido como “reto
crucial” en un documento del Pontificio Consejo para la Cultura de la era
geológica ratzingeriana) y afirma sin rodeos que la Iglesia “no puede aceptar
todas las tendencias que se presentan sin ofrecer primero su propia
perspectiva”. De lo contrario, el arte sacro pierde —literalmente— incluso su
fisonomía: “Erigen piedras sin rostro y las llaman Sagrada Familia” u otro
ejemplo en Estados Unidos en el que la Sagrada Familia “no tenía rostro, porque
decían que no podía tener género” (algo similar se ha visto también
recientemente en Bruselas).
Inevitablemente,
el pensamiento se dirige a ciertos experimentos ya vistos también en el belén
más famoso del mundo, el de la Plaza de San Pedro. Como en 2017, cuando un
pastor desnudo le robó el protagonismo al Divino Infante. Peor aún fue la
operación de modernización de 2020, cuando se expusieron las estatuas
realizadas entre 1965 y 1975 por los alumnos del Instituto de Arte de Castelli,
en la provincia de Teramo. Fuesen cuales fuesen las intenciones y las inspiraciones,
la escena, más que del cielo en sentido espiritual, hablaba de otro planeta,
probablemente Marte.
El belén de Paula
Sáenz rompe los esquemas, sí, pero en un sentido completamente diferente. Esa
Virgen embarazada y esas cintas —“cada una de las cuales”, recordemos y
repitamos, “representa una vida preservada del aborto gracias a la oración y al
apoyo prestado por organizaciones católicas a muchas madres en dificultades”
—mandan al baúl de los recuerdos la época en la que los provida, además de los
previsibles ataques del mundo, eran también objeto de desprecio mal disimulado
por parte de algunos obispos a los que no les gustaban, por citar al más
conocido, “los rostros inexpresivos de quienes rezan el rosario frente a las
clínicas que practican la interrupción del embarazo”. O el cardenal Blase
Cupich, que como obispo de Spokane prohibió a los sacerdotes estar presentes
frente a las clínicas abortivas, pero durante la última campaña electoral
estadounidense asistió a la convención demócrata sin decir una palabra sobre lo
que ocurría a pocas manzanas de allí, en la clínica móvil de Planned
Parenthood. Y sin mencionar el caso más reciente, el de la ley del aborto
definida como “un pilar de nuestra vida social” por el (ahora) expresidente de
la Pontificia Academia... ¡para la Vida! A ellos habría que preguntar si les
gusta el belén. Pero tememos la respuesta.