viernes, 18 de octubre de 2013

LA EXTRAÑA VOCACIÓN PAGADORA PRESIDENCIAL


Por Juan Manuel Lozita*


Los argentinos asistimos a momentos cruciales en los cuales la dirigencia política tiene la posibilidad de darle solución integral a un problema estructural como lo es la deuda pública. No hay solución a los déficits crónicos que tiene la realidad social nacional sin resolver la lógica perversa de esa deuda que condiciona el ­desarrollo y la gobernabilidad de la Argentina.

Intentaré demostrar cómo este problema ha sido “pateado para adelante” en este decenio kirchnerista 2003-2013, y derribar el mito del desendeudamiento del Estado argentino.

Hace poco, la presidenta Cristina Fernández se ha calificado como una “pagadora serial” y nos ilustró con una cifra de 173 mil millones de dólares pagados a la fecha por la Argentina a diversas entidades bancarias internacionales, orga­nismos públicos y organismos multilaterales de crédito.

El tema es serio porque –a falta de datos– hay que dar por aceptado, en principio, los dichos de la Presidenta en el sentido de que nuestro país pagó efectivamente esa extraordinaria suma por servicios de deuda entre 2003 y 2013 (aunque no se sabe si comprende sólo amortizacio­nes de capital o también el pago de inte­reses).

Sin embargo, este punto no se entiende de manera lineal. Si los pagos hubieran sido cancelatorios y definitivos, el stock de la deuda en cabeza del Estado central debería haberse extinguido, porque abonar en 10 años más de 173 mil millones de dólares tendría que haber eliminado la deuda post canje 2005 declarada por el Gobierno y, en consecuencia, haber terminado con el problema.

Obviamente no fue así, porque el stock actual de la deuda suma –último dato del Minis­terio de Economía, del 31 de diciembre de 2012– 209 mil millones de dólares.

Nuevas deudas
Lo que pasa es que la Presidenta, cuando dice que el país ha pagado el récord de 173 mil millones de dólares, omite decir algo sustancial: que esos pagos no se han hecho con recursos genuinos sino con nuevas deudas; es decir, que se ha privilegiado el pago de unos acreedores a costa de pasarle la deuda –una deuda impagable, por cierto– a otro/s deudor/es, que en este caso son organismos del propio Estado (Anses, BCRA, BNA, Afip, Lotería, etcétera).

La deuda intra Estado constituye hoy el 58 por ciento de la deuda pública performing o regularizada (114.800/197.500 millones de dólares) porque el gobierno del matrimonio Kirchner –al privilegiar el pago a acreedores privados y a organismos financieros internacionales– le ha venido traspasando la carga de una masa de deuda que no tiene capacidad de repago a las agencias del propio sector público, lo que en buen romance es equi­valente a decir que “le pasó el muerto” al pueblo argentino.

Esto significa descapitali­zación del Banco Central de la República Argentina (que tiene préstamos al Tesoro por 66.400 millones dólares: el 58 por ciento de su activo), desfinanciamien­to del sistema previsional (que tiene el 60 por ciento de los fondos de jubilados prestados al Gobierno), desafectación de créditos oficiales del sector productivo por parte del Banco de la Nación Argentina (que tiene la mitad de su cartera prestada al Tesoro) y virtual desvío de fondos de las agencias oficiales que sostienen el reciclado permanente de los préstamos a corto y mediano plazo del fisco.

La deuda intra sector público se ha transformado así en una suerte de vaciamiento financiero potencial del Estado, porque el Gobierno no tiene fondos para pagarla. Para 2014, ha previsto destinar al pago de intereses de la deuda “eterna e ilegítima” de la Argentina la “módica” suma de 80.300 millones de pesos o 12.700 millones de dólares (a la cotización oficial prevista para 2014).

Además, deberá cancelar vencimientos de capital por 9.855 millones de dólares, que tomará de las reservas del Banco Central, para continuar con el eufemismo del “desen­deudamiento”.

Por lo tanto, el servicio de la deuda pública se va a llevar nada menos que el nueve por ciento del total del presupuesto y ocupa el tercer lugar de erogaciones nacionales luego del gasto efectuado en el sistema previsional argentino y del superpoderoso Ministerio de Planificación Federal.

Estos montos pueden compararse no sólo con el presupuesto destinado a la asignación universal por hijo, sino también con los haberes infringidos y postergados de los jubilados, con las necesidades de inversión en seguridad ciudadana, en salud, educación, transporte y en energía, para recuperar el autoabastecimiento perdido de petróleo y gas con una YPF verdaderamente nacional y con sus propias capacidades institucionales (y no con entrega de soberanía a una multinacional contaminante como es Chevron). Y podríamos seguir con una lista larga de necesidades insatisfechas del pueblo argentino.

Modelo en problemas
Con este panorama, Cristina Fernández se encuentra jaqueada por una nueva y más grave instancia dentro de la crisis de deuda que vive la Argentina desde el fracaso del Megacanje Néstor Kirchner-Roberto Lavagna 2005-2010, atenazado por los fallos de Nueva York favorables a los holdouts y habiendo llegando aparentemente a un límite de sus posibilidades en el manejo de la deuda intra Estado.

Al mismo tiempo, la pérdida de los superávits gemelos –fiscal y externo–, que compromete la continuidad del llamado “modelo k”, el agravamiento del perfil de vencimientos de la deuda y la presión financiera interna y externa, podrían acelerar la vuelta argentina al mercado internacional de capitales en caso de que se arregle la cuestión de los holdouts y la deuda con los países del Club
de París (hoja de ruta propuesta por Amado Boudou antes del caso Ciccone), lo que implicaría nuevamente caer en el error histórico e inducido de la trampa de deuda perpetua y eterna en que sigue sumido el país.

Frente a estas condiciones, la mejor alternativa para la Argentina sería dejar que el nuevo fallo de la Cámara de Apelaciones “arrastre” al país a un nuevo default , de modo que ello conduzca a un replanteo de los términos de negociación de la deuda y que el Gobierno utilice la suspensión de pagos previa a las futuras discusiones para encarar la investigación integral –a través de una auditoria pluripartidista y con mandato especial– y bloquear la lógica prioritaria de los servicios de la deuda pública como política de Estado, en desmedro de las urgencias sociales que realmente tiene la Argentina.

Estas urgencias son el hambre, la pobreza, una educación con estándares de calidad, una salud pública accesible, la se­guridad-defensa nacional del territorio y el desarrollo de la infraestructura de transporte multimodal, de energía y de las telecomunicaciones.

Por último, la Presidenta ­debería cumplir el requisito que fija la Constitución Nacional –artículo 75, inciso siete y otros– relativo a la participación real y efectiva del Congreso de la Nación en el arreglo de las deudas interna y externa, y evitar que este se transforme en una “chequera en blanco o escribanía de lujo” del Ejecutivo nacional.

No puede ser que este negocie lo que quiera y como quiera, pues hasta hora lo hizo de manera sistemática en línea con los intereses de los acreedores antes que con los intereses nacionales. Ejemplos: los arreglos Proceso-Wehbe en las postrimerías de la dictadura cívico-militar, los acuerdos de Nueva York 1985 y 1987, bajo la administración de Raúl Alfonsín; el Plan Brady 1992-1993, bajo la administración de Carlos Menem; el Blindaje 2000 y el Megacanje 2001, de Fernando de la Rúa-Domingo Cavallo, y también el Megacanje Kirchner-Lavagna 2005-2010.

*Politólogo, presidente de la Fundación “20 de Noviembre”.


La Voz del Interior, 6-10-13