martes, 29 de octubre de 2013

EL ESTADO FRANCÉS QUE PROHÍBE IR A LA ESCUELA CON VELO PERO PERMITE EL MATRIMONIO GAY


Los orígenes de un absurdo.

Stefano Fontana

Los acontecimientos franceses de estos días están poniendo en discusión la versión moderada de laicidad propuesta por el filósofo Charles Taylor. En Francia, los alcaldes no pueden recurrir a la objeción de conciencia frente a los matrimonios entre personas homosexuales, ni por motivos religiosos, ni por opciones filosóficas: la ley no lo permite. Ante estas circunstancias, que se prevé que se difundan cada vez más, debemos repensar una idea de la libertad de conciencia y de religión, que vaya más allá de la versión moderada e iluminada que Charles Taylor ha vuelto a proponer en su libro “La scommessa del laico” ("La apuesta del laico") (Laterza, Roma-Bari 2013) escrito junto a Jocelyn Maclure.

Según Taylor, el Estado debe ser neutral frente a los marcos de referencia religiosos o filosóficos. Pero no puede ser neutral en el compromiso de garantizar a todos los ciudadanos la igualdad de trato y el respeto por sus opciones morales y religiosas. Si no fuese así, no podría garantizar la convivencia. Por eso, el Estado no debe hacerse un paladín de la secularización, combatiendo a la religión. Debe huir de la tentación de hacer de la laicidad el equivalente a una religión laica, sustituyéndola con una filosofía moral laica, una especie de religión civil, que es lo que, según Taylor, está ocurriendo en Francia. Al contrario, debemos superar la vía de los ajustes razonables. 

Si el calendario prevé que el día domingo sea festivo, y no el sábado o el viernes, si en la escuela no se come Kosher como prefiere la tradición religiosa judía, si no se permitiera enseñar con el burka o que haya un policía con turbante, basta prever las excepciones, es decir los ajustes razonables, y todo se ordenaría. Por supuesto, debemos reconocer estos ajustes no sólo a los marcos de referencia religiosos, sino también a los seculares. Una persona vegetariana tiene derecho, en la escuela o en la cárcel, a un menú vegetariano, así como una persona de religión judía tiene el derecho que en su trabajo le permitan permanecer en casa el sábado para cumplir con sus deberes religiosos.

Ahora, las nuevas disposiciones francesas sobre la objeción de conciencia de los alcaldes ponen en crisis esta versión moderada, por una serie de razones.

La primera es que, al aceptar la propuesta de Taylor, cada marco de referencia debería tener derecho al respeto y a la protección del Estado. Si el criterio, como dice Taylor, es sólo la adhesión en conciencia de los miembros, también una asociación de pedófilos, o de pornógrafos, o de mafiosos, tendría derecho a la protección estatal. Se abriría a una proliferación casi interminable de solicitudes de protección de diferentes marcos de referencia. La distinción, en efecto, entre preferencias individuales —gustos, deseos … — y marcos de referencia morales y existenciales es muy sutil. Si vemos uno ¿se trata solo de un gusto subjetivo o de una visión de la vida? Si alguien pretende ser un policía con barba y turbante porque es un Sikh, ¿por qué otro no podría hacerlo peinado con una cresta coloreada y un piercing en la nariz?

Además, los ajustes razonables se pueden lograr cuando se trata simplemente de llevar un símbolo religioso en una oficina pública, pero ¿cómo sería posible hacer frente, por ejemplo, al aborto o al matrimonio homosexual? También aquí se podría apelar a los marcos de referencia que merecen la protección del Estado. Cuando se tocan los problemas de la ley natural, los ajustes razonables saltan, porque admitirlos ya no sería razonable. Y si se admiten derechos y ajustes irracionales, entonces, por coherencia, se debería admitir todo.

Este es el punto: ¿cuándo un ajuste es razonable y cuándo no? Si no se concibiera al Estado como indiferente a los marcos de referencia que se derivan de la ley natural, el criterio sería muy claro. Sí al policía de religión Sikh con turbante, sí al judío que se queda en casa al sábado, sí a la joven musulmana que va a la escuela con el velo, pero no al matrimonio entre dos homosexuales. Sin embargo ocurre lo absurdo cuando, por el contrario, el Estado francés prohíbe ir a la escuela con velo, pero permite el matrimonio homosexual.

La solución moderada de Taylor no es capaz de sostenerse, y se desliza, inevitablemente, hacia la solución radical a la francesa. Sin un criterio, como podría ser el de la ley natural, ya no se entendería cuál sería el ajuste, si no solo en términos de mayoría y minoría. Y entonces la mayoría también podría reclamar el derecho de no conceder ajustes, como está ocurriendo en Francia con la objeción de conciencia de los alcaldes. También esto podría ser un marco de referencia y una visión de vida, y no sólo un gusto o deseo.





Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 28-10-13