lunes, 31 de mayo de 2010

CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

La XXIV Asamblea Plenaria

Diferentes intervenciones del Santo Padre Benedicto XVI han puesto el tema del compromiso de los fieles laicos en la vida pública dentro de las urgencias actuales de la agenda eclesial.

A las fuertes exhortaciones expresadas en la inauguración de los trabajos de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Aparecida, en mayo de 2007, donde Benedicto XVI declaró que «conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas», les siguieron las palabras pronunciadas en Cerdeña, durante la visita pastoral en Cagliari, en septiembre de 2008. En aquella ocasión, el Santo Padre pidió a los fieles evangelizar, en los diferentes ambientes, el mundo de la política «que necesita una nueva generación de laicos cristianos comprometidos».

El Papa volvió después al argumento en su discurso a los participantes en la Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, el 15 de noviembre de 2008, encomendando al dicasterio la tarea de seguir «con diligente cuidado pastoral la formación […] de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y celo de servicio para el bien común».

El Consejo Pontificio para los Laicos quiere responder eficazmente al Santo Padre, y para ello dedicará la próxima Asamblea plenaria, que tendrá lugar en Roma del 20 al 22 de mayo de 2010, a este ámbito tan particular y delicado de la misión de los fieles laicos.

La preparación de esta cita ya se ha iniciado con encuentros y diferentes consultas. Entre los momentos más significativos se encuentra la reunión – a la que nos referiremos después – que tuvo lugar en la sede del dicasterio con los responsables y representantes de los movimientos y nuevas comunidades.

Card. Stanislaw Rylko
Presidente

Fieles laicos y compromiso en la vida pública:

Exigencias y desafíos actuales

Llamados a interesarse también por los diferentes ámbitos de la vida pública, los movimientos eclesiales y nuevas comunidades, a la luz de su riqueza carismática, educativa y misionera y de experiencias de compromiso político que ya han sabido promover y animar, pueden dar una contribución notable a la reflexión que el Consejo Pontificio para los Laicos ha hecho sobre este argumento. Con esta convicción, los superiores del dicasterio invitaron a los responsables y representantes de diferentes realidades eclesiales internacionales a un encuentro, que se organizó en su sede para el 16 de mayo de 2009, en el cual intervinieron ponentes y testigos particularmente implicados en el mundo de la política.

La ponencia fundamental, que dio pie después a un amplio debate entre los presentes, fue solicitada a S.E. Mons. Rino Fisichella, presidente de la Pontificia Academia por la Vida, invitado principalmente por el servicio que desempeña en Montecitorio como rector de la capellanía de la Cámara de los Diputados. “Exigencias y desafíos actuales puestos a los fieles laicos con respecto al compromiso político” fue el tema al que le siguió una rica reflexión. En un tiempo en el que «se nota un distanciamiento de la responsabilidad pública», hay que reafirmar, dijo Mons. Fisichella, cuánto «el compromiso en la política es para el creyente una acción de verdad “pastoral”; ésta pertenece al tejido mismo de la fe que se hace testigo responsable para la construcción de la sociedad».

La primera exigencia es, por lo tanto, la de «comprender el momento que se está viviendo». Hoy en día, los cambios son de tal modo que determinan «el modo de pensar y concebir la existencia personal para los próximos siglos». El prelado advierte que, en esta fase, «se puede estar en la ventana observando los cambios, o sumergirse en una tarea directa para intentar entenderlos y orientarlos hacia un objetivo positivo». Otra exigencia determinante es poner al centro de la acción cultural y política el binomio de la dignidad de la persona y el bien común. «Pensar que la realidad de la vida mejora sólo porque se califican algunos servicios del bienestar, es ilusorio y decepcionante si después la concepción misma de la vida se deja al arbitrio individual». Por ello es necesario que «ante algunas leyes ya aprobadas por diferentes parlamentarios o en vías de resolución, se haga un juicio carente de ambigüedad, que haga emerger la instancia ética como elemento fundamental, para verificar si se está respetando la dignidad de la persona y el bien común. Este tipo de hacer política es eficaz – afirmó Mons. Fisichella – y es capaz de disipar el recelo y el velo de la indiferencia, extendido especialmente entre las jóvenes generaciones, que no consiguen captar la pasión por el compromiso político».

En un tiempo en el que los así llamados «derechos individuales» corren el riesgo – y lamentablemente así sucede – de llevar la voz cantante, un verdadero desafío, al que el político está llamado a responder, es el de realizar «una recuperación del concepto de la ley natural como principio de referencia». Esta ley permite afirmar que «los derechos a los que recurrimos no son un invento nacido del ingenio de los hombres de épocas históricas remotas, sino el descubrimiento perenne que cada generación hace de un contenido que se le ofrece como un verdadero don». Es una realidad ya reconocida por los antiguos filósofos griegos y romanos; una realidad que en el mundo bíblico se llama “ley de Dios”, y donde el concepto es enriquecido por una «originalidad propia» con respecto a lo que se entendía en el mundo greco-romano: «la justicia no consiste solamente en el respeto de la norma – explicó Fisichella – aunque fuera la que más perfectamente se pudiera formular, y no se concluye ni siquiera garantizando la igualdad entre todos los habitantes. La justicia que se conjuga con el derecho tiene que ser capaz de hacer emerger las verdaderas necesidades de cada persona, para que pueda encontrar su lugar y desempeñar su rol correspondiente en el seno de la comunidad». Así, «la búsqueda de la dignidad de la persona persiste en la visión bíblica como el verdadero fundamento del derecho, y la justicia no satisface plenamente su fin si no ha realizado esta tarea». El desafío es, por ello, reconocer honestamente que «en épocas diversas y en regiones diferentes surge una idea fundamental y compartida: existe un contenido ético que el hombre conoce por sí mismo, inmediatamente, casi en modo instintivo, como una norma a la que atenerse para poder vivir conforme a lo que él es y que encuentra una respuesta en aquel espacio inmenso y diversificado que es la naturaleza».

Como conclusión, Mons. Fisichella subrayó que los principios como el de la “autonomía” y “laicidad” del Estado son «expresiones de la originalidad del cristianismo y su preciosa herencia para las diferentes democracias», una conquista que ya «lleva la indeleble presencia del cristianismo». Será la conciencia del ciudadano individual, y más en particular el parlamentario individual, el que tenga que tomar decisiones, consciente de que estas decisiones determinarán la propia vida y la de enteras generaciones. «No obstante, la conciencia nunca es neutral. Ésta obliga a elegir en base a principios que, además de estar inscritos en lo íntimo de cada persona, necesitan ser explicitados, motivados y madurados. Es por este motivo – concluye el prelado – que todos estamos llamados a apoyar el compromiso de cuantos dedican su vida al servicio de la política. No es retórica pensar que los que poseen responsabilidad en la política tienen la obligación de poseer referencias decisivas que hay que observar para juzgar las propias acciones. La Palabra de Dios junto con el magisterio vivo de la Iglesia son para el católico un faro que permite acceder a una comprensión más profunda de la propia vocación y actuación política».

Al querer escuchar también los testimonios de quienes en primera persona están comprometidos en la política e intentan vivir el compromiso en coherencia con la fe profesada, fueron invitados al encuentro el ex-presidente del Parlamento Europeo, Mario Mauro, y el diputado italiano, Savino Pezzotta. De las reflexiones y los testimonios de ambos surgió la necesidad de combatir las ideologías que aún amenazan la política, como la del relativismo ético que se puede combatir con una sincera búsqueda de la verdad y de la naturaleza de las cosas; es la necesidad de estar dentro de la comunidad de los hombres para que se combata el miedo y la indiferencia frente a la política; es una dificultad fuertemente advertida en nuestros días, que causa sufrimiento y soledad al que en cambio se compromete.

En modo particular, el diputado Pezzotta puso algunas preguntas que después fueron retomadas en el debate que siguió a la ponencia y los testimonios: ¿Cuál es la unidad que se puede crear entre los creyentes en el pluralismo de las propuestas de los partidos? ¿Cuáles son los elementos de unidad que pueden plantear los católicos? Y por último, ¿Quién forma la nueva clase política?

Durante el debate se presentaron varias e interesantes solicitudes, siendo la más frecuente, sin duda, la necesidad de una nueva formación que implique la colaboración entre las diferentes “instituciones” formativas (familia, escuela, comunidad cristiana…), la atención a las necesidades de todos los hombres y la capacidad de descifrarlas, la valorización de la Doctrina social de la Iglesia, la profundización de los conceptos de institución y autoridad en un tiempo en el que están perdiendo la credibilidad. La corrupción, la práctica de la injusticia y una errada concepción de la política vista exclusivamente como una actividad que permite generosas ganancias, son heridas que hay que curar, por ejemplo en los países africanos, pero no sólo ahí.

Además se habló de la urgencia de eliminar la separación que se ha creado entre la comunidad cristiana y el laico que se quiere comprometer en el campo público. La política se aprende haciendo política, se aprende en el mismo campo, en medio de la gente. Por ello, es importante animar a los jóvenes de los diferentes movimientos y nuevas comunidades a un compromiso concreto, aunque habrá que tener presente la “vocación” al compromiso público de cada joven, discernir quién está de verdad llamado a seguir este camino. Estar en el campo significa también estar con aquellos que sufren, los pobres, porque sólo en base a experiencias de este tipo de puede estar en condiciones de hacer propuestas en su favor.

En un tiempo en el que ya no existe una visión compartida de la ley natural y de los derechos del hombre, es necesario volver a valorizar el diálogo leal con quien piensa de otra manera que nosotros, en la búsqueda de una nueva plataforma para el bien de los individuos y de la colectividad.

Concluyendo el debate, el presidente del dicasterio, cardenal Ryłko, destacó que el Consejo Pontificio para los Laicos es muy consciente de lo delicado del campo que se debe afrontar. Es una tarea nada fácil, a la que hay que dedicar tiempo, escucha y confrontación.