Por un Compromiso Ciudadano en el Bicentenario de la Patria
Queridos Hermanos en Cristo:
Hoy nos encontramos en el sitio que la Virgen María eligió como lugar querido hace 380 años, mucho antes que el simple sueño de ser Nación empezara a ser concebido.
Su imagen presente en Luján es para nuestro pueblo certeza de la bendición de Dios para aquellos que habitamos estas tierras y signo de Esperanza.
Esa Esperanza que, transformada en compromiso con la historia, hizo que en mayo de 1810 un puñado de patriotas creyera, en medio de la oscuridad de los tiempos que les tocó vivir, que podíamos ser una Nación y juntos, como pueblo, iniciaran el trabajoso camino, que llevó a nuestra independencia en 1816. Una Esperanza que impulsó a Belgrano y a San Martín a encomendarse a vos, Virgen Gaucha, a encender la antorcha de la Libertad, y a defenderla cuando su luz parecía apagarse.
La Esperanza que actuó para que vinieran hombres y mujeres de todo el mundo buscando libertad, convivencia, trabajo y lo consiguieran. La Esperanza de todos ellos es la que nos hizo a nosotros ARGENTINOS.
Nuestros antepasados fueron forjando, a pesar de las dificultades, una Patria abierta a todos los hombres del mundo, transformándola en un crisol de razas, una tierra de convivencia religiosa y étnica y una tierra de trabajo, cuyos campos generosos devolvieron el sudor de sus frentes con cereales y animales que se multiplicaron para transformarla en el granero del mundo.
Una Nación donde cada padre y madre creía que el futuro de sus hijos sería mejor que el suyo y que la educación era el instrumento para alcanzarlo.
Cuando Argentina festejó el centenario de la Revolución de Mayo era creencia generalizada que seríamos uno de los países más prósperos y poderosos de la tierra y por eso la euforia de esos días.
Sin embargo, esa euforia no estaba sustentada en la Esperanza sino en una vana ilusión. Graves fallas corroían el espíritu nacional; una cultura donde claudicaba la honestidad y el respeto por la ley, donde era más importante derrotar y destruir al enemigo político que lograr consenso en aras del bien común.
Una sociedad donde millones de personas, mujeres y hombres, no podían elegir a sus autoridades libremente y sin fraude.
Una sociedad con una mesa opulenta donde millones de habitantes no alcanzaban las condiciones básicas para ser incluidos en ella.
Esas fallas ensombrecieron nuestra historia hasta llegar a la página más oscura de la última dictadura militar. A pesar que en 1983 recuperamos la democracia y con ello nuestra capacidad de elegir libremente nuestras autoridades y nuestra libertad de expresión, hoy, entrando al Bicentenario y no habiendo superado las otras fallas que nos corroen, una amarga sensación de desánimo y mezquino individualismo nos embarga.
Sin embargo, más profundamente, late aún en cada uno de nosotros y en la Patria toda, una tenue Esperanza.
Debemos hacerla crecer, no como una ilusión vana e ingenua, sino basada en lo que ya hemos conseguido como Nación, para potenciar así su desarrollo.
En este punto queda clara la maravillosa responsabilidad cívica de los que tenemos Fe en Dios. La Fe le da vida a la Esperanza. Es como el soplo que prende la llama y la aviva, es la certeza de lo que se espera, prueba de lo que aún no se ve. Es la sal viva.
La Fe verdadera no es sólo para cada uno de nosotros, exige ser vivida en medio de nuestro pueblo argentino. No es un privilegio, sino un don que debe ser ofrecido y compartido.
Así, los hombres y las mujeres de Fe junto con todos los argentinos de buena voluntad, debemos comprometernos en este inicio del Bicentenario a que en nuestra Patria salga a la luz una Esperanza transformadora, hacia una Nación Argentina que incluya dignamente a todos sus hijos.
Por ello queremos hoy anunciar este Manifiesto, que es un verdadero compromiso ciudadano del Bicentenario, para que quede grabado en nuestro corazón y marque nuestro comportamiento cívico.
En él decimos que:
Creemos en la dignidad intocable de la vida humana y nos comprometemos a respetarla y a hacerla respetar integralmente en todas sus etapas.
Creemos en el valor de la transparencia y la honestidad. Nos comprometemos a cumplir con nuestros deberes familiares, cívicos y fiscales y también nos comprometemos a exigir el mismo comportamiento en nuestros representantes políticos; a no votarlos si incumplieren con ello y a movilizar a la opinión pública para que haga lo mismo.
“No robarás” es un mandato para todos, sin excepción.
Creemos en el respeto a las leyes por sobre todo otro interés personal o grupal y nos comprometemos a respetarlas y a hacerlas respetar democráticamente.
“Sin ley no hay verdadera libertad: existen solo pasiones, desorden y anarquía”.
Creemos en el fortalecimiento de nuestra instituciones republicanas, único camino para la construcción de un país para todos.
Creemos en el federalismo que supone y exige la necesaria y justa autonomía política y financiera de las provincias.
Creemos en el diálogo social. Es imprescindible lograr “consensos básicos” sobre un modelo de país, que nos abarque a todos. Trabajaremos y exigiremos a nuestros políticos ese diálogo.
Creemos en la participación ciudadana. Debemos pasar de ser simple habitantes a ciudadanos comprometidos con lo público. Pasar de una democracia delegativa a una democracia participativa y comprometida. No tenemos derecho a quejarnos de nuestros políticos si no participamos en lo público.
“Debemos crecer en la conciencia de ser pueblo”.
Creemos en la importancia esencial de la educación y el trabajo digno como las verdaderas herramientas de desarrollo de nuestros hijos y de inclusión social de todos nuestros compatriotas. Si la máxima del Centenario fue “gobernar es poblar”, la del Bicentenario debe ser “gobernar es educar”.
Queremos ser Nación con mayúsculas, una Nación cuya pasión sea la verdad y el compromiso por el bien común.
Por eso ponemos nuestra Esperanza y trabajo en este compromiso, porque si lo cumplimos
ES POSIBLE que cada vida humana en nuestra Patria sea protegida y respetada desde el momento de la concepción sin ningún tipo de discriminación por sexo, edad, raza, situación socio económica o estado de salud. Que sea tratado siempre como una persona.
ES POSIBLE lograr las condiciones mínimas para la plena integración social de cada habitante de esta bendita tierra, y su grupo familiar con igualdad básica de oportunidades. Que no haya más hermanos nuestros que tengan hambre o estén excluidos. “Que la Patria sea para todos”.
ES POSIBLE que nuestros niños cuenten con un hogar que los contenga y los proteja. Que todas las políticas de inclusión social tengan como eje el fortalecimiento familiar. Que se promueva el matrimonio como realmente es, una comunidad estable de vida y amor entre una mujer y un hombre.
ES POSIBLE que todos nuestros niños y jóvenes reciban la educación que les permita su pleno desarrollo laboral, social y espiritual.
ES POSIBLE que nos consolidemos como pueblo.
Sacudámonos nuestros desánimos, pongámonos de pie y caminemos guiados por nuestra Fe y Esperanza, junto con todos los compatriotas que acepten nuestra invitación.
Jesucristo, el Señor de la historia está con nosotros. María es Madre de nuestro pueblo y nos acompaña.
Nuestros padres y nuestros hijos nos están mirando.
No permitamos que nada nos detenga hasta que los campos y las ciudades de nuestra bendita Patria vuelvan a brillar.
No tengamos miedo. Es posible. Y así será para que con Cristo y María “construyamos una Patria para todos”, para ese pueblo a quien saludamos cantando:
“Al Gran Pueblo Argentino ¡Salud!
Justo Carbajales
Director Ejecutivo del Departamento de Laicos (DEPLAI). CEA – 8-5-10