lunes, 17 de mayo de 2010

MARXISMO Y CRISTIANISMO SON INCOMPATIBLES


Por Javier Úbeda Ibáñez

La actitud de un cristiano frente al marxismo se presenta hoy en circunstancias y modos diversos. No es ya el problema del voto a un candidato filocomunista, sino la respuesta general ante fenómenos que reflejan una inspiración global de signo marxista, ante la utilización del análisis social marxista en términos científicos o prácticos.
Como es sabido, los juicios de la Iglesia pueden operar en un triple plano: a) dogmático: proclamación de una verdad o condenación de una doctrina, b) moral: afirmación de que una realidad, en unas circunstancias determinadas, está o no en consecuencia con el mensaje evangélico y c) disciplinar: articulación práctica del juicio moral, con su posible sanción canónica.
Ante el marxismo, la Iglesia ha hecho un juicio dogmático y una condenación moral, que lleva consigo una sanción canónica: la excomunión ipso facto establecida con carácter general para toda forma de apostasía (excomunión reservada por el derecho común de modo especial a la Santa Sede, Decreto S. Oficio, 1 de julio de 1949). Este triple juicio sigue hoy plenamente vigente.

Históricamente, desde que por vez primera es mencionado el comunismo por el Magisterio pontificio, con Pío IX, hasta nuestros días, ha sido siempre condenado por la Iglesia.
No sólo por su ateísmo, sino por su negación de los derechos naturales de la persona humana y por su carácter destructor de la convivencia social (Pío IX, Enc. Qui Pluribus).
La Iglesia condena, no sólo el ateísmo y una acción política negadora de los derechos más fundamentales de la persona, sino además, los mismos presupuestos y desarrollos filosóficos e ideológicos que determinan aquella acción, los principios del pensamiento marxista (Pío IX, Enc. Quanta cura). No deja de insistir en que “en semejante doctrina es evidente que no queda ya lugar para la idea de Dios: no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma; ni sobrevive el alma a la muerte, ni por consiguiente puede haber esperanza alguna de otra vida” (Pío XI, Enc. Divini Redemptoris).
La condenación del marxismo se sigue haciendo, no sólo por motivos doctrinales o dogmáticos, sino también por motivos prácticos o morales: porque lesiona gravemente fundamentales derechos humanos, porque destruye la sociedad misma. Y así lo confirma quizá el hecho de que esa nueva reprobación del comunismo aparezca en documentos, por ejemplo, como Gaudium et Spes y Populorum Progressio.
La conclusión se impone por sí sola: marxismo y cristianismo siguen siendo incompatibles, en la doctrina y en la práctica; nadie puede ser a la vez cristiano y marxista. Y, en conciencia, un cristiano no puede profesar, defender, ni siquiera colaborar a la difusión de las doctrinas marxistas, ni en sus afirmaciones teóricas, ni en sus aplicaciones prácticas, científicas, culturales o políticas. En caso contrario, además –como sanción disciplinaria- incurre ipso facto en la excomunión de los apóstatas, reservada por el derecho común de modo especial a la Santa Sede.
No ha cambiado, pues, el juicio de la Iglesia sobre el marxismo y el comunismo. Cosa, por lo demás, lógica, si se tiene en cuenta que tampoco ha habido cambio sustancial alguno en el marxismo.

Centro Tomás Moro, 17-5-10