Por Salvador I. Reding Vidaña
Cualquier persona someramente interesada en los problemas del mundo contemporáneo, está consciente que no se resuelven solos, y que la acción individual es muy limitada. Hay que trabajar en conjunto, en grupo: la unión hace la fuerza, y hay enemigos muy unidos y muy activos.
Las organizaciones de la sociedad civil, en especial aquellas que luchan por la fe y por la conservación de los valores tradicionales de la humanidad, están en perpetuo llamado para obtener algo de tiempo de mucha, mucha gente.
Pero en general los llamados llegan a oídos supuestamente alertas, pero realmente sordos. Ante la petición de tiempo y público testimonio, la respuesta común, interior o externada es esquiva: “es cierto, pero… ¡no tengo tiempo!”
¿No se tiene el tiempo? Normalmente es una evasión a la responsabilidad comunitaria, una excusa para dejar que “otros” hagan nuestro trabajo, que luchen dando la cara por la fe, la paz, el respeto al medio ambiente, por la familia, por la vida, por la educación, contra la corrupción y por una larga lista.
Supongamos sin embargo que algunos que dicen no tener tiempo están realmente muy ocupados. Pero habría que ver en qué se ocupan ¿en la familia, el trabajo, en obras de misericordia, en educación, en atención médica propia o de gente cercana, o en qué?
Lamentablemente, muchos no tienen tiempo para luchar por su fe, por sus ideales, por aquello que consideran más valioso, porque… tienen que descansar, que ver el futbol, ir al cine, o al café con los amigos, o… nueva pero insulsa lista.
Lo malo del caso es que muchos que dicen no poder participar en acciones colectivas creen que realmente no tienen tiempo, porque no se toman la molestia de analizarlo. Piensan que los que sí se dedican a mejorar la educación, defender la vida, la familia, los principios religiosos, la paz y la honestidad en el gobierno, por ejemplo, son personas que no tienen nada o muy poco que hacer. Ilusos.
La gran mayoría de las personas comprometidas viven ocupadas, pero hacen algo clave, muy simple: administran su tiempo, lo valoran y establecen prioridades. En general también, quienes organizan su vida y dedican parte de ella a lo que es primordial, no dejan tampoco de hacer lo que les gusta, de descansar y divertirse.
Los líderes sociales y los operadores de organizaciones para la defensa de los valores son personas con muchas actividades, pero dentro de ellas programan tiempo para esas causas, trabajando en común.
Quienes se niegan a reflexionar siquiera si pudieran dedicar algo de tiempo a lo anterior, y quienes con gran facilidad, por pereza mental o por indolencia, rápidamente concluyen que no tienen el tiempo que se les pide, olvidan la enseñanza evangélica que Lucas nos escribió (6, 38): “Dad y se os dará”.
Algunas veces, quienes se preocupan por la pérdida de la fe, de los valores de solidaridad, del deterioro de la vida social ante el embate de los enemigos de Dios, la vida, la familia y la responsabilidad compartida, no dan tiempo, ofrecen dinero y tranquilizan así su conciencia: “¡ya puse mi parte!”
Por supuesto que dar dinero u otros bienes ayuda, pero solamente a mantener la vida organizacional, se cubren gastos. No basta, esto ni siquiera suple la necesidad de la acción personal compartida con otros. Se necesita tiempo, aunque sea para rezar por las causas en las que se cree, algo en sí muy valioso.
Es importante reflexionar sobre la importancia de dar tiempo –a veces testimonial –, para la defensa de los valores trascendentes y humanos, observar cómo los más dedicados siempre tienen algo o mucho de tiempo para el compromiso, y no por eso dejan de vivir sus vidas. Además, los enemigos de Dios y del hombre tampoco descansan.
Cada vez que alguien a quien compartamos nuestras inquietudes nos diga, “si, pero… no tengo tiempo”, debemos ayudarle a reflexionarlo y animarle a ocupar parte de ese supuestamente limitado tiempo, en parte ocioso, a comprometerse en acciones colectivas, y confiar en que Dios mueva su corazón.
Así, quienes sí tienen tiempo, pueden servirse de parte de él para dar a otros ese ánimo de servir, contagiar entusiasmo y compromiso público, y recordarles esa frase evangélica: “dad y se os dará”: tiempo y testimonio en este caso.
Que al término de su vida, no se presenten con las manos vacías en cuanto a su responsabilidad colectiva: “es que… Señor… ¡no tuve tiempo! y… eso de comprometerse… que había que dar testimonio público, que por los pobres, los refugiados, los nonatos y no sé quienes más, pues… ¡no era tan fácil!”
Hay que recordar que si Cristo nos ofrece que si dos o más juntos piden algo al Padre en su nombre, les será concedido, qué mejor manera de poner nuestra parte al orar que con la acción de esos dos o más, reunidos en defensa de la fe y todo aquello de valor humano.
Centro de Estudios Tomás Moro
Cualquier persona someramente interesada en los problemas del mundo contemporáneo, está consciente que no se resuelven solos, y que la acción individual es muy limitada. Hay que trabajar en conjunto, en grupo: la unión hace la fuerza, y hay enemigos muy unidos y muy activos.
Las organizaciones de la sociedad civil, en especial aquellas que luchan por la fe y por la conservación de los valores tradicionales de la humanidad, están en perpetuo llamado para obtener algo de tiempo de mucha, mucha gente.
Pero en general los llamados llegan a oídos supuestamente alertas, pero realmente sordos. Ante la petición de tiempo y público testimonio, la respuesta común, interior o externada es esquiva: “es cierto, pero… ¡no tengo tiempo!”
¿No se tiene el tiempo? Normalmente es una evasión a la responsabilidad comunitaria, una excusa para dejar que “otros” hagan nuestro trabajo, que luchen dando la cara por la fe, la paz, el respeto al medio ambiente, por la familia, por la vida, por la educación, contra la corrupción y por una larga lista.
Supongamos sin embargo que algunos que dicen no tener tiempo están realmente muy ocupados. Pero habría que ver en qué se ocupan ¿en la familia, el trabajo, en obras de misericordia, en educación, en atención médica propia o de gente cercana, o en qué?
Lamentablemente, muchos no tienen tiempo para luchar por su fe, por sus ideales, por aquello que consideran más valioso, porque… tienen que descansar, que ver el futbol, ir al cine, o al café con los amigos, o… nueva pero insulsa lista.
Lo malo del caso es que muchos que dicen no poder participar en acciones colectivas creen que realmente no tienen tiempo, porque no se toman la molestia de analizarlo. Piensan que los que sí se dedican a mejorar la educación, defender la vida, la familia, los principios religiosos, la paz y la honestidad en el gobierno, por ejemplo, son personas que no tienen nada o muy poco que hacer. Ilusos.
La gran mayoría de las personas comprometidas viven ocupadas, pero hacen algo clave, muy simple: administran su tiempo, lo valoran y establecen prioridades. En general también, quienes organizan su vida y dedican parte de ella a lo que es primordial, no dejan tampoco de hacer lo que les gusta, de descansar y divertirse.
Los líderes sociales y los operadores de organizaciones para la defensa de los valores son personas con muchas actividades, pero dentro de ellas programan tiempo para esas causas, trabajando en común.
Quienes se niegan a reflexionar siquiera si pudieran dedicar algo de tiempo a lo anterior, y quienes con gran facilidad, por pereza mental o por indolencia, rápidamente concluyen que no tienen el tiempo que se les pide, olvidan la enseñanza evangélica que Lucas nos escribió (6, 38): “Dad y se os dará”.
Algunas veces, quienes se preocupan por la pérdida de la fe, de los valores de solidaridad, del deterioro de la vida social ante el embate de los enemigos de Dios, la vida, la familia y la responsabilidad compartida, no dan tiempo, ofrecen dinero y tranquilizan así su conciencia: “¡ya puse mi parte!”
Por supuesto que dar dinero u otros bienes ayuda, pero solamente a mantener la vida organizacional, se cubren gastos. No basta, esto ni siquiera suple la necesidad de la acción personal compartida con otros. Se necesita tiempo, aunque sea para rezar por las causas en las que se cree, algo en sí muy valioso.
Es importante reflexionar sobre la importancia de dar tiempo –a veces testimonial –, para la defensa de los valores trascendentes y humanos, observar cómo los más dedicados siempre tienen algo o mucho de tiempo para el compromiso, y no por eso dejan de vivir sus vidas. Además, los enemigos de Dios y del hombre tampoco descansan.
Cada vez que alguien a quien compartamos nuestras inquietudes nos diga, “si, pero… no tengo tiempo”, debemos ayudarle a reflexionarlo y animarle a ocupar parte de ese supuestamente limitado tiempo, en parte ocioso, a comprometerse en acciones colectivas, y confiar en que Dios mueva su corazón.
Así, quienes sí tienen tiempo, pueden servirse de parte de él para dar a otros ese ánimo de servir, contagiar entusiasmo y compromiso público, y recordarles esa frase evangélica: “dad y se os dará”: tiempo y testimonio en este caso.
Que al término de su vida, no se presenten con las manos vacías en cuanto a su responsabilidad colectiva: “es que… Señor… ¡no tuve tiempo! y… eso de comprometerse… que había que dar testimonio público, que por los pobres, los refugiados, los nonatos y no sé quienes más, pues… ¡no era tan fácil!”
Hay que recordar que si Cristo nos ofrece que si dos o más juntos piden algo al Padre en su nombre, les será concedido, qué mejor manera de poner nuestra parte al orar que con la acción de esos dos o más, reunidos en defensa de la fe y todo aquello de valor humano.
Centro de Estudios Tomás Moro