domingo, 3 de febrero de 2013

EN BUSCA DE UN PRODIGIO QUE NO LLEGA




Por PAUL KRUGMAN
(PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA 2008)

Tres años atrás, algo terrible le ocurrió a la política económica, tanto en Estados Unidos como en Europa. Lo más agudo de la crisis económica había pasado, pero las economías de ambos lados del Atlántico seguían inmersas en una profunda depresión, con un desempleo muy alto. Sin embargo, la elite política de Occidente, en masa, decidió que la desocupación ya no era un problema crucial, y que reducir los déficits fiscales era la gran prioridad.

En columnas recientes, he señalado que los temores sobre el déficit son, realmente, muy exagerados, y he documentado los esfuerzos cada vez más desesperados por mantener vivo ese miedo. Hoy, sin embargo, me gustaría hablar de una desesperación distinta pero relacionada: el esfuerzo desesperado por encontrar algún ejemplo, en alguna parte, de políticas de ajuste que hayan tenido éxito. Porque los “austerianos” (defensores de la austeridad fiscal) hicieron promesas, además de amenazas: la austeridad, sostuvieron, evitaría la crisis y traería prosperidad.

Y que nadie acuse a los “austerianos” de tener poco sentido novelesco: de hecho, ya hace años que vienen buscando al Señor Buendolor La búsqueda comenzó con un affaire apasionado entre los adeptos a la austeridad e Irlanda, que recortó drásticamente el gasto tras el estallido de su burbuja inmobiliaria y que, durante un tiempo, fue enarbolada como el exponente máximo de la virtud económica. Irlanda, dijo Jean-Claude Trichet, del Banco Central Europeo, era el modelo para todas las naciones deudoras de Europa. Los conservadores estadounidenses fueron aún más lejos. Por ejemplo, Alan Reynolds, del Cato Institute, declaró que las políticas de Irlanda le mostraban el camino a EE.UU.

Los elogios de Trichet datan de marzo de 2010. En ese momento, él desempleo de Irlanda era del 13,3%. Desde entonces, cada repunte de la economía irlandesa ha sido considerado como prueba de que la nación se está recuperando, pero el mes pasado el índice de desocupación fue de 14,6%, muy cerca del pico que alcanzó a comienzos del año pasado.

Después de Irlanda fue el turno de Gran Bretaña, donde el gobierno liderado por los Tories – al son de hosannas pronunciadas por numerosos expertos– se volcó a la austeridad a mediados de 2010. A diferencia de Irlanda, Gran Bretaña no tenía ninguna necesidad en particular de adoptar la austeridad: como todos los demás países desarrollados que emiten deuda en su propia moneda, pudo y todavía puede endeudarse a tasas de interés históricamente bajas.

Así y todo, el gobierno de David Cameron sostuvo que una fuerte contracción fiscal era necesaria para tranquilizar a los acreedores y que, al generar confianza, daría impulso a la economía.

Lo que realmente hubo fue un estancamiento de la economía. Antes del vuelco hacia la austeridad, Gran Bretaña se estaba recuperando en forma más o menos paralela con Estados Unidos. Desde entonces, la economía estadounidense siguió creciendo, si bien más lentamente de lo que nos gustaría, pero la economía británica se estancó.

Así las cosas, podría pensarse que los amigos de la austeridad iban a considerar la posibilidad de que hubiese algún error en sus análisis. Pero no. Siguieron buscando nuevos héroes y los encontraron en las pequeñas naciones bálticas, Letonia en particular, un país que crece en importancia en la imaginación de los amantes de la austeridad.

En cierto nivel, esto resulta gracioso: las políticas de austeridad se aplicaron en toda Europa, y sin embargo el mayor ejemplo de éxito que pueden esgrimir los partidarios del ajuste es una nación con menos habitantes que, por ejemplo, Brooklyn. Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional recientemente difundió dos nuevos informes sobre la economía letona que realmente ayudan a poner esta historia en perspectiva.

Para ser justos con los letones, sí tienen de qué enorgullecerse. Luego de experimentar una contracción del nivel de la Gran Depresión, su economía viene experimentando dos años de sólido crecimiento y retroceso de la desocupación. Pese a eso, sólo recuperaron parte del terreno perdido en términos de su producción o empleo, y la tasa de desocupación todavía es del 14%. Si ésta es su idea de milagro económico, los defensores de la austeridad decididamente son hijos de un dios menor.

Ah, y si vamos a invocar la experiencia de países chicos como evidencia de una política económica que funciona, no nos olvidemos del verdadero milagro económico que es Islandia, una nación que estuvo en el ground zero de la crisis financiera pero que, gracias a que adoptó políticas no ortodoxas, ya casi se ha recuperado por completo.

Entonces, ¿qué aprendemos de la búsqueda bastante patética de historias exitosas de austeridad? Aprendemos que la doctrina que ha dominado el discurso económico de la elite durante los últimos tres años está errada en todos los frentes.

No sólo se nos ha gobernado con el miedo a peligros inexistentes, sino que se nos han prometido recompensas que no llegaron ni llegarán nunca. Es hora de dejar de lado la obsesión por el déficit y volver a abocarnos al problema real: el desempleo inaceptablemente alto.

Clarín, ieco, 3-2-13