martes, 29 de noviembre de 2016

TRUMPOPULISMO




Alain de Benoist

El Manifiesto, 17 de noviembre de 2016  
        
Entrevistas realizadas por Yann Vallerie para Breizh-info.com
y por Nicolas Gauthier para Boulevard Voltaire.
Traducción de Jesús Sebastián Lorente.

¿Cuál es su sensación tras el anuncio de la elección de Donald Trump?

9 de noviembre de 1989: caída del muro de Berlín. 9 de noviembre de 2016: elección de Donald Trump. En ambos casos, el fin de un mundo. Nuestro último Premio Nobel de Literatura, Bob Dylan, finalmente, se habría revelado como un buen profeta: ¡Los tiempos están cambiando! Es, en todo caso, un acontecimiento histórico al que estamos asistiendo. Durante décadas, la elección presidencial americana se presentaba como un duelo de floretes entre dos candidatos del “Establishment”. Este año, por primera vez, ha sido un candidato “anti-Establishment” el que se presentaba –y el que ha ganado–, “a pesar de sus excesos”, como decía un periodista. Más bien a causa de ellos, hubiera debido decir, ya que el electorado de Trump estaba cansado de lo políticamente correcto.

De hecho, en esta elección, no es el personaje de Trump lo importante. Es el fenómeno Trump. Un fenómeno que, como el Brexit hace unos meses, pero con una fuerza incluso superior, ilustra de forma espectacular el irresistible empuje del populismo en el mundo. Nacha Polony ha dicho con razón: este fenómeno “no es sino la traducción de un movimiento de fondo que sacude a todas las sociedades occidentales: la revuelta de las pequeñas clases medias desestabilizadas en su identidad por la ola de una mundialización que había arrastrado ya a las clases obreras”. El hecho dominante, en el momento actual, se encuentra, en efecto, en la gran desconfianza que manifiestan los pueblos hacia las élites políticas, económicas, financieras y mediáticas. Los que votaron por Trump, inicialmente, votaban en contra de un sistema del que Hillary Clinton, símbolo decadente y decrépito de la corrupción institucionalizada, es un ejemplo representativo. Votaron contra la “marioneta de Washington”, contra lo políticamente correcto, contra George Soros y Goldman Sachs, contra la arrogancia de los políticos de carrera que buscan confiscar la democracia en su propio beneficio, contra el “show business” que los Clinton querían rescatar. Es esta ola de ira la que ha resultado irresistible. 


Más allá de esta victoria, el voto identitario es considerable. ¿Cómo se explica? ¿Es el último suspiro de los blancos y los indios de América, amenazados demográficamente por los negros y los latinos?

En los Estados Unidos el voto popular es una cosa, la de los “grandes electores” (el “colegio electoral”) es otra. Lo más extraordinario, y lo más inesperado, es que Trump también ha ganado en los “grandes electores”. Por supuesto, se puede estimar que, sobre todo, ha hecho pleno entre la clase obrera blanca, donde un cierto número de sufragios se habían decantado previamente por Bernie Sanders (en este sentido, el voto en su favor es también un voto de clase).

Pero, si esto es interesante, un análisis del voto en términos étnicos sería quizás bastante reduccionista. Los análisis que seguramente aparecerán en las próximas semanas mostrarán que Trump también ha obtenido el voto de los latinos (los “trumpistas”), e incluso de los negros. La auténtica brecha está en otra parte. Está entre los que consideran América como un país poblado por gentes que se definen, primero y sobre todo, como americanos, y los que sólo ven un campo político segmentado en categorías y en grupos de presión, todos ellos deseosos de hacer prevalecer sus intereses particulares en detrimento de los intereses del resto. Hillary Clinton se dirigía a los segundos, Trump a los primeros. 

La línea política de Donald Trump podría ser descrita, a grosso modo, como
bastante liberal hacia el interior de sus fronteras y bastante proteccionista hacia el exterior. ¿Este liberalismo “interior”, que está presente en el Front National, puede penetrar en Francia?

La situación de los dos países no es comparable, y la forma en que puede (o debe) tomar el populismo, tampoco. En los Estados Unidos, el resentimiento “anti-Establishment” es inseparable de la idea misma de los americanos de que el mejor gobierno es siempre el que menos gobierna. Esta aspiración liberal al “siempre menos Estado” forma parte del ADN estadounidense, mientras que en el caso de los franceses, dentro de la actual crisis, ellos demandan, por el contrario, más protección que nunca. Contrariamente a lo que se dice, el Front National, en mi opinión, debería poner más interés todavía en endurecer su crítica al liberalismo.

En cuanto a sostener el liberalismo “en el interior” y el proteccionismo “hacia el exterior”, parece algo propio de un contorsionista. No hay un liberalismo que diga una cosa y, de otro lado, un liberalismo que diga lo contrario. Del hecho mismo de sus postulados fundadores, el liberalismo implica, al mismo tiempo, el librecambismo y la libre circulación de personas y de capitales. Se puede, ciertamente, derogar (o excepcionar) esta regla, pero entonces estaríamos saliendo del juego liberal. Está bien claro que con Donald Trump, los Estados Unidos no van a dejar de ser una de las fuerzas motrices del sistema capitalista en la forma más brutalmente depredadora. Aunque no sea una figura de Wall Street, Trump se corresponde muy bien con la imagen de un capitalismo desenfrenado.


El FN da la bienvenida a la victoria de Trump. La derecha francesa institucional parece desmoronarse. ¿Quién va a sacar beneficio de todo esto?

No muchos probablemente. Marine Le Pen ha sido la primera (con Putin) en felicitar a Trump, y esto es lógico y natural. Lo que resulta bastante cómico es ver a todos los hombres políticos, de derecha y de izquierda, que se habían regocijado ruidosamente avanzando una victoria de Clinton que les parecía tan “evidente”, ver cómo mañana aceptan a Donald Trump como una buena figura de la política, lo acogen entre ellos en las cumbres internacionales, lo reciben, sin duda, en el Elíseo, después de haber vertido sobre él toneladas de insultos y menosprecios.

La clase dominante es la imagen de los maestros del circo mediático. La elección de Trump es tan “incomprensible” para ellos como lo fue el Brexit del pasado junio, el “no” de los franceses al referéndum de 2005, el ascenso del FN, etc. Es tan incomprensible para ellos porque comprenderlo sería algo suicida. Es por esto que no encuentran nada mejor que recitar sus “mantras” sobre el “discurso del odio”, la “demagogia” y la “incultura” en las que se complace el pueblo. Sus instrumentos conceptuales son obsoletos. No quieren ver lo real, a saber, que los pueblos están cansados de una democracia representativa que no representa mas que a una expertocracia que ignora sistemáticamente los problemas a los que la gente del pueblo se enfrenta en su vida cotidiana. Lenin dijo que las revoluciones se producen cuando la base no quiere más y la cabeza no puede más. Pero las élites establecidas son incapaces de darse cuenta de esta realidad, aunque el suelo ceda bajo sus pies. Les escuchamos intentando explicar lo que ha sucedido. Vemos sus caras descompuestas, aturdidas. Después de haber dado a Clinton como ganadora justo hasta el último minuto, se niegan a identificar las causas de sus errores. No comprenden nada. Esta gente es incorregible.



Marine Le Pen, ¿habrá tomado buena nota de todo esto, ella que habla de una “Francia apaciguada” con un discurso bastante moderado en relación con un Trump que juega la carta de la agresividad y la determinación?

Es un error creer que lo que ha funcionado bien en el contexto particular de un país funcionará automáticamente en otro. Trump, el “payaso millonario”, a este respecto, ha mostrado durante su campaña una violencia sideral que sería impensable en Francia. La determinación, por su parte, no implica forzosamente la agresividad. El eslogan de la “Francia apaciguada” se justificaba bastante bien hace unos meses. No se nos debe escapar que ante la proximidad de los plazos electores, la dirección del FN ha abandonado este enfoque.


La candidatura de Donald Trump estuvo claramente apoyada e impulsada por la “Alt-Right” (Derecha alternativa) y un ejército de jóvenes militantes que han utilizado montajes de video, reportajes fotográficos y dibujos humorísticos para sostener a Donald Trump con humor. ¿Es el fin del militantismo tradicional? ¿Es éste el comienzo de una nueva era del activismo digital y de la utilización del humor?

Está claro que internet y las redes sociales juegan ahora un papel decisivo en la vida política, pero los partidarios de Trump no son los únicos que las han utilizado. Los partidarios de Hillary Clinton incluso los han superado. Pero si hablamos de “activismo digital” han sido, sobre todo, las revelaciones de Wikileaks las que dan que pensar. Han tenido, como es sabido, un rol decisivo en la campaña electoral americana. Junto a Donald Trump, el gran vencedor del escrutinio se llama Julian Assange.


¿Qué consecuencias se pueden esperar en Europa? ¿Y en el mundo?

Hay muchas razones para pensar que las consecuencias serán tan numerosas como considerables, pero es demasiado pronto para especular sobre eso. Si Hillary Clinton era previsible (con ella la guerra con Rusia era casi segura), las intenciones de Donald Trump siguen siendo relativamente opacas. Deducir las grandes líneas de lo que será su política en la Casa Blanca, de sus atronadoras declaraciones de campaña sería, cuando menos, demasiado audaz, cuando no demasiado ingenuo. Trump no es un ideólogo, sino un pragmático. No debe olvidarse (el paralelo entre Francia y Estados Unidos es también engañoso) que el presidente de los EE.UU., constreñido entre el Congreso y la Corte Suprema, está lejos de tener todos los poderes que se le atribuyen a este lado del Atlántico. Sobre todo considerando que el complejo militar-industrial continúa en su sitio.

Pienso, por otra parte, que los “trumpistas” europeos no deberían esperar grandes sorpresas. Que Donald Trump se preocupe prioritariamente de los intereses de su país es algo bastante normal, pero de ello no se deduce que favorezca los nuestros. “América primero” quiere decir también “Europa lejos por detrás” Tras décadas de intervencionismo sin cuartel y de imperialismo “neocón”, el retorno a un cierto aislacionismo sería una buena noticia, pero también puede tener su reverso, su lado negativo. ¡No olvidemos que ningún gobierno americano, intervencionista o aislacionista, jamás ha sido proeuropeo!


Algunos comentaristas juzgan la elección de Donald Trump como una reacción de la “América blanca”. Algunos se felicitan, otros la denuncian, mientras que Marine Le pen asegura que “no debe racializarse” este escrutinio”. ¿Cuál es vuestra posición?

Los Estados Unidos han sido, durante mucho tiempo, una nación multicultural y, contrariamente a lo que sucede entre nosotros, las estadísticas étnicas son de uso habitual. Con respecto a la última elección presidencial, las cosas son claras: Hillary Clinton ha obtenido el 88% del voto de los negros y el 65% del voto de los latinos y de los asiáticos. Trump no ha obtenido, respectivamente, mas que el 8% y el 29% –lo que no está nada mal (es más de lo que captó Romney en 2012). Esta división no tiene nada de sorprendente, las minorías tienen, desde hace tiempo, el hábito de votar masivamente a favor de los demócratas: desde 1952, sólo Lyndon B. Johnson, en 1964, había cosechado una mayoría de votos de los blancos. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, a este respecto, que Obama mejoró a Hillary, habiendo recogido el 93% del sufragio negro en 2012 y el 95% en 2008.

El electorado blanco está más dividido. Trump ha recogido el 58% de los votos de los blancos (64% en Florida, 69% en Texas), frente al 37% de Clinton (50% en California), que mejora el de Carter en 1980 (33%), pero inferior al de Obama en 2012 (39%). La mayoría de los blancos ha votado a favor de Trump, pero eso no quiere decir que su victoria se deba únicamente al factor étnico. La verdad es que han sido los blancos de la clase obrera, de las clases populares y las clases medias las que han elegido a Donald Trump (entre los blancos no graduados, ha recogido el 67% de los sufragios), mientras que las élites blancas, las que se benefician de la mundialización neoliberal, se han dirigido hacia Hillary Clinton. Desde este punto de vista, el voto a favor de Trump es también un voto de clase. Entonces, hacer un análisis “racial” del escrutinio es un error (el “racialismo” es una forma clásica de impolítica). Hillary Clinton ha jugado, en efecto, el rol de un verdadero revulsivo para la clase obrera. No habría sido lo mismo si Bernie Sanders hubiera representado al partido demócrata. En mi  opinión, en un caso similar, Sanders habría ganado.


Desde el día de su victoria, el nuevo presidente parece haber “suavizado” su discurso. Lo contrario habría sido sorprendente, ¿no?

¿Esperaba usted que lanzase piedras a Obama cuando fuera recibido en la Casa Blanca? Pero de nuevo: no debemos confundir el personaje Trump y el fenómeno Trump, que son dos cosas bien diferentes.

Los comentaristas que bramaban en ese momento al grito de “¡Viva Trump!” son bastante ingenuos. En el anuncio del escrutinio, el embajador de Francia en Washington, Gérard Araud, declaraba que “un mundo se desmorona ante nuestros ojos”. Esto es también lo que ha dicho Marine Le Pen (pero ella no por desolación). El problema es que ignoramos todo sobre ese “nuevo mundo” que deja entrever la victoria del candidato populista americano. Como no tiene ninguna experiencia de poder (sólo se había batido en algún telereality), no tenemos referencia de su pasado. Sabemos también que no es un ideólogo, sino un pragmático. Deducir de sus atronadoras declaraciones de campaña el anuncio de lo que hará efectivamente en la Casa Blanca sería, la menos, demasiado audaz. En fin, ignoramos completamente quiénes serán sus consejeros y principales miembros de su administración.

Esta es la razón por la cual la mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno, tras salir del desagrado o del shock que les había producido, se muestran ahora más reservados. Antes de pronunciarse, quieren saber más sobre las opciones sobre las que Trump se pronunciará. En lo inmediato, nos vemos reducidos a simples especulaciones sobre las nuevas líneas de fuerza que impulsará. Podemos llevarnos excelentes sorpresas, pero también podemos ver sorpresas desagradables. Como recuerda Jerôme Saint-Marie, “los Estados Unidos no tienen ni la misma cultura ni los mismos intereses que Francia”. Lo que quiere decir que lo que es bueno para América no es necesariamente bueno para nosotros.


Bajo los dos mandatos de Obama, los Estados Unidos comenzaron a desinteresarse de Europa. Donald Trump amenaza con salir de la OTAN si lo europeos no aumentos su participación financiera. En cierto sentido, ¿no es una buena noticia para Europa?

En teoría, es en efecto una buena noticia que podría favorecer la puesta en marcha de una defensa europea autónoma. Pero en la práctica, ¿quién quiere hoy una Europa independiente? Recordemos la lista de los siete candidatos a las primarias de la derecha y del centro. Todos ellos buenos discípulos de Bruselas bajo la batuta de un jefe de orquesta sin orquesta. Todos liberales (salvo uno), todos expertos en comercio, todos incompetentes en finanzas, todos silenciosos sobre los verdaderos problemas: los de la supervivencia de Francia y Europa. Todos ellos dispuestos a pasar por el aro que les tienden los medios de comunicación, como ha dicho Slodoban Despot, de conjurar la realidad más que de buscar comprenderla. ¡Siete enanos, con Ruth Elkrief en el papel de Blancanieves! ¿Quién puede imaginarlos conversando de igual a igual con Putin o Trump?