Introducción a la lectura de “El católico en política”
de Mons. Crepaldi
Stefano Fontana
Alianza Católica - Castelletto di Brenzone
30 diciembre
2010
La cuestión de fondo
que afronta el libro de Mons. Crepaldi (El católico en política. Manual para
retomar el camino, Cantagalli, Siena 2010) es el estatuto de la política,
qué cosa es, y cómo asume una visión metafísica de la política, que hace de
fundamento epistemológico para una fundación teológica de la política.
Para
decirlo con Horkheimer en la “Nostalgia del totalmente otro”, pero también
primero con Joseph De Maistre, la política es sobre todo y primero que todo una
cuestión teológica. Este es el asunto principal del libro y sobre esto llama en
causa a los católicos en política. Así las cosas en conjunto, se abre toda una
serie de cuestiones de fondo. Veamos algunas.
Augusto Del Noce afirmaba que la fe cristiana
presupone una metafísica y que la filosofía cristiana – o el filosofar en la fe
–no es otra cosa que la explicitación de esta metafísica. Para permanecer “en
la metafísica” la filosofía tiene necesidad de permanecer “en la fe”, dado que
si se individua – y aquí la afinidad con Ratzinger es evidente – aparece por
fuerza el “positivismo” (y con esto fideísmo porque a cuanto no resulta
empíricamente “se cree”).
Sobre el plano cultural, y entonces también sobre el
plano político, el principal obstáculo a la comunicación entre los católicos y
“los otros” es hoy propiamente la cuestión metafísica. Cuando el católico habla
de persona, de familia, de relación, de comunidad, de bien común, de
naturaleza, de alma, de vida… les entiende en sentido metafísico, mientras “los
otros” no entienden todas estas cosas más en sentido metafísico. Si también los
católicos, para dialogar con los otros, no les entiende más en sentido
metafísico, terminarán por fuerza con
entenderles en sentido funcional y subjetivísimo, y a ese punto habrán ya perdido la partida.
También la política debería ser entendida por el
católico en tal sentido, si no hay también nada más lejano del sentir moderno.
Este punto es importante para comprender el libro de Mons. Crepaldi, el cual me
parece fundarse sobre el hecho que en la política se juegan significados
absolutos, como se lee en otros puntos del libro.
También cuando el católico habla de “fe” la entiende
en sentido metafísico. No sólo la fe presupone la metafísica sino también la
metafísica presupone la fe. En la metafísica, en efecto, la fe se nos presenta
disponible, propiamente como en la fe: en ella no somos nosotros a llegar a lo
disponible sino es esta a irrumpir. La actitud metafísica no comporta un
“hacer” sino, como dice Ratzinger en Introducción al Cristianismo, un
“estar”, una disponibilidad a la Palabra que se revela, propiamente como la fe.
El libro presenta entonces la política de manera muy
diversa de las opiniones corrientes, al indicar que ninguna renovación de la
presencia política de los católicos será posible si primero ellos no se
reapropian de esta su “tradicional” – en el sentido fuerte del término - visión
de la política. Esta no es una ’acción que constituye la comunidad, sino
presupone que la comunidad sea constituida por otro. Aquí tenemos el encuentro
principal expresado por el libro: el encuentro entre una política católica que
acepta plenamente el laicismo – o la madurez de la democracia como decía
Dossetti -, al punto de pensar constituirse de modo autónomo, y una política
católica según la cual, para decirlo con el Papa Benedicto XVI, un mundo sin
Dios no es un mundo neutro, es un mundo sin Dios.
Sobre esto se consuma toda la grande cuestión del
laicismo, de la democracia, de la autonomía de las realidades terrestres, a
cual el libro de Mons. Crepaldi hace
mención en la bella y profunda Introducción del libro. En los decenios pasados
se ha consolidado, poco a poco, una profunda y compleja orientación tensa a
conducir a los católicos y adquirir la madurez de la democracia, para
entenderse como la plena consistencia metafísica de lo finito respecto al
infinito. No por caso Crepaldi cita en su Introducción tres obras de los
años Sesenta que, desde puntos de
partida diversos, tienen en contradicción esta pretensión y según él, el magisterio del Papa Benedicto
XVI, sobre la huella aquella de los Pontífices precedentes, aclaró
definitivamente estos equívocos, sosteniendo precisamente que un mundo sin Dios no es un mundo neutro sino un mundo sin Dios.
Insisto sobre este punto porque me
parece fundamental: la razón sin la fe no es neutra, sino es una
razón-sin-la-fe: ella se encuentra a nivel absoluto en cuanto ve y construye el
mundo “sin Dios”. Existe la absolutización de un mundo construido sobre Dios,
pero hay también la absolutización de un mundo construido sin Dios. Lo mismo,
naturalmente, vale también para la razón política.
Uno de los puntos más interesantes del libro es el
capítulo en el que se habla de la ampliación de la razón política y las nuevas
ideologías, en el cual se pueden ver las consecuencias de un lenguaje político
ahora privado de la densidad metafísica.
Cuando el Papa habla de
“sostenibilidad” no usa el término en el sentido de Latouche o de los Reportes
de las agencias ONU; cuando habla de “sobriedad” no la entiende en el sentido
de los movimientos ecologistas y animalistas; cuando habla de “salvaguardia del
creado” no lo hace en el sentido de Green Peace; cuando habla de paz no usa los
slogan de la marcha Perugia-Asís. Sin embargo es evidente que los católicos
frecuentemente se aplanchan sobre estas acepciones, las cuales reduciendo o
excluyendo la densidad metafísica de los conceptos, terminan por borrar el
verdadero significado y no dejar espacio
a un significado religioso. Sin espacio metafísico, desde el punto de vista
conceptual, la religión no tiene más posibilidad de respiro. La horizontalidad
del lenguaje político no esta privada de densas consecuencias negativas sobre
la conducción de la política.
Como se ve, un nivel muy importante de la problemática
es aquél epistemológico. Si la fe no es “conocimiento” en el verdadero sentido
de la palabra, ella se unirá desde el externo al conocimiento racional, de por
si autónoma: pero el conocimiento racional de por si autónomo no es para nada
autónomo dado que, como hemos visto, razonar fuera de la fe es caer en el
positivismo y un mundo sin Dios no es un mundo neutro sino es un mundo sin
Dios. La fe entonces es destinada a ser expulsada del cuadro del saber. Hoy hay
un “laicismo epistemológico” que aparece
por fuerza como “laicismo epistemológico”. El paso con que esto ocurre
es precisamente consolidado: reivindicar una autonomía del plano racional
respecto a aquél de la fe que, sin embargo, en realidad, es una expulsión de la
fe para la vida. Todo esto tiene repercusiones políticas fundamentales.
Por esto el libro de Mons. Crepaldi dice que la
presencia política de los católicos comienza primero de la política. El no
quiere decir sólo – sino también, no sólo – que los seminarios, las
universidades católicas, los institutos de ciencias religiosas, las comunidades
diocesanas, etcétera, no forman más a la política. Esto es también verdad, pero
él parece querer ir a la raíz y reconocer que la formación política no viene
hecha porque a la fe no se le reconoce más – por parte de los católicos,
entiendo - un significado cognoscitivo fundante; porqué se acepta la
neutralidad de las cuestiones políticas desde la prospectiva de fe. Pero si
esta se agrega “después” quiere decir que no se agrega nunca, en cuanto si se
agrega después quiere decir que las cosas podían ir bien también “primero”.
Como el Papa Benedicto XVI, continúa insistiendo sobre
esto. Muchas de sus intervenciones, dedicadas a los más variados argumentos,
tienen este hilo rojo: su crítica a la
absolutización del método histórico crítico, la insistencia con la cual
proclama que la obra del teólogo no es nunca sólo conceptual en cuanto la fe
cristiana cree en Dios Verdad y Amor, la afirmación que sólo la sabiduría que
se abre al misterio es verdadero conocimiento, cuando dice que sin Dios no se
tiene un verdadero conocimiento de la realidad, cuando nos explica que cosa es
la Tradición: no una manipulación de los eventos históricos, sino una mayor
penetración y actualización, no una deformación de las Escrituras sino una iluminación.
Ahora bien, podemos comprender la presencia en el
libro del tema de los “principios no negociables”. Sobre ellos Mons. Crepaldi
insiste mucho y da a los políticos también las indicaciones de comportamiento
muy precisas. Sin embargo no reduce nunca estos principios a indicaciones
operativas: ellos, en efecto, recuerdan al fundamento absoluto de la política
que sólo la fe cristiana puede garantizar. No son la última barricada reducida,
sino el punto de fuerza para “retomar” una brisa y crear un puesto para Dios en
la sociedad. Podemos así también comprender como el libro trata el problema del
pluralismo religioso, manteniendo vivo el “deber” - como dice la Humanae
vitae – de las sociedades en las confrontaciones de la verdadera religión.
El tema del libro es entonces si la ciudad del hombre
se pueda constituir adecuadamente sin la referencia a la ciudad de Dios. Se
trata de la autonomía de lo temporal respecto a lo espiritual, de la naturaleza
respecto a la gracia, de la política respecto a la religión. Tema fundamental
para todas las épocas, pero especialmente para la nuestra, que parece haber
perdido incluso el sentido mismo del problema, y no sólo de sus soluciones. San
Agustín se pregunta las causas de la caída de Imperio Romano. Defiende a los
cristianos de las acusaciones de los paganos: El Imperio cayó a causa de los vicios
que habían sustituido las antiguas
virtudes. Pero esto significa que las virtudes existían también primero del
cristianismo.
Nota Gilson a este propósito: él lo precisa propiamente para que
no se nos engañe sobre el fin específico sobrenatural de las virtudes
cristianas. Las virtudes cristianas hacen ciudadanos de otra ciudad. Pero con
esto el cristianismo emite también todas las fuerzas constructivas de la
sociedad terrena y no es necesario concebirse como una etapa hacia el eterno el
temporal de residuos. Por este motivo retengo que la frase más importante del
libro de Mons. Crepaldi es aquella que se encuentra en la página 63, frase que
por sí sola vale todo el libro:
«Cuando el católico en política busca aclarar a
sí mismo el problema del laicismo, pienso que debería hacerse dos preguntas: la
primera es si por la construcción de una convivencia social conforme a la
dignidad humana, Cristo sea sólo útil o también indispensable. La segunda es si
la vida eterna así como la muerte material tengan una relación con la
organización comunitaria de esta vida en la sociedad».