una visión ausente
Clarín,
11/12/2018
NICOLÁS GALLO -
ANTONIO CADENAS (Ingenieros)
Mientras desborda de riquezas naturales, talentos
individuales, extraordinarias muestras de actividad solidaria y empresas
privadas con reconocimiento mundial, Argentina se debate en la agonía de un
proceso de autodestrucción.
Potencia hidráulica para generar el doble de energía
que la que ofrece. Millones de hectáreas que solo necesitan agua para
convertirse en multiplicadoras de riquezas.
Viento y sol por doquier para encauzar con eficiencia
el uso de las energías renovables no convencionales.
Extensiones planas inacabables para reconstruir la
infraestructura ferroviaria que hará viable la producción alejada de los
puertos. Y rutas hídricas excepcionales para completar una red multimodal de
transporte eficiente y sin contaminación.
Decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, que
son Invernáculos de innovación.
Una marca de calidad ya impuesta en el mundo, tanto en
lo que respecta a alimentos, aún con industrialización limitada, como en la
compleja trama del autopartismo y las manufacturas especializadas.
Una enorme capacidad de ahorro para la inversión,
escondida por el temor comprensible ante la voracidad de un Estado conquistado
por malones políticos de corto plazo.
Tantos años fracasando y tantos años viendo como el
mundo nos ubica en el rincón de la desconfianza. Tantos años engañando y
engañándonos. Ahora urge sumar. Y reconfirmar una y otra vez que es posible
volver a creer en nosotros mismos, recreando el ámbito del esfuerzo y su justa
premiación.
Hay principios a tener en cuenta para elaborar un Plan
Integral de Desarrollo con la inteligencia de la inclusión global; de todos los
sectores y todas las regiones. Las fuerzas privadas deben organizarse para
construir futuro, en un proceso que cuente con la activa intervención de cada
rincón del país y la participación organizada de la población. No debe quedar
un solo pueblo sin rol, ni una escuela de la que no pueda surgir mañana un
organizador de triunfos.
Pensar la Argentina como un todo.
En la Patagonia fueguina la lenga industrializada y el
turismo de aventura deberían ser más potentes que el armado de productos
electrónicos. Y en la santacruceña, su futura energía hidráulica debiera ser el
componente principal de la industrialización provincial, junto con la eficiente
utilización de sus enormes mantos carboníferos. Y ni hablar de los pórfidos de
Chubut que se exportan en bruto y luego retornan procesados como porcelanatos
italianos. O las tierras raras de Gastres, el uranio, la lana y los peces que
inundan su rico mar y otros se los llevan.
Y en el Comahue cordillerano, Rio Negro, bordeado por
sus ríos ya amansados por las represas, y la inagotable riqueza de su
escenografía, pero con los valles alto y medio que luchan por mantener el
esfuerzo fenomenal de los agricultores que los poblaron hace un siglo. Mientras
tanto nos aferramos a Vaca Muerta, que ha vuelto a poner en el tapete a
Neuquén, para que, junto a su hidroelectricidad, sus vientos y la geotérmica la
conviertan en la provincia que más energía produce en el país.
Recostado en los majestuosos Andes está Cuyo, un
ejemplo vivo de la transformación del agua regulada en rico valor agregado. Su
cuasi autonomía económica, tecnológica, cultural y social, debería servir para
pensar como replicarla en otras regiones que también tienen agua, también
tienen agricultores y también pueden tener emprendedores.
El centro con La Pampa, San Luis, Buenos Aires, Santa
Fé, Entre Ríos y Córdoba, se divide entre sequías e inundaciones, entre
arideces y fertilidades, pero ha logrado siempre dar un paso más. Está cerca de
los puertos, las grandes aglomeraciones urbanas, la industria interrelacionada
y la densidad del voto.
El Noroeste sigue siendo una saga. Con el Bermejo
enseñoreado en sus caprichos; la minería del litio y el cobre que dejan vacíos
en la tierra y arcas llenas en las exportaciones; oasis bioeconómicos que no se
replican; producciones agrícolas que varían entre la tradición de la caña y la
novedad de los limones y el poder de una cultura ancestral que, de a ratos, nos
invade de poesía.
Y nos queda el Noreste, la gran contradicción del
divorcio entre el agua y las tierras feraces. El control de las inundaciones es
una obligación incumplida, pero más lejos aún es el olvido de que el agua, bien
gestionada, es un componente del milagro de la producción eficiente de la
naturaleza. Lo recordamos por la yerba, el tabaco, el arroz, las cataratas, la
destreza de sus criollos pero aún no descubrimos la capacidad empresarial
yacente.
Los que pensamos que es posible reconvertir a la
Argentina en una gran patria de oportunidades, deseamos que el diálogo se
concentre en la temática del desarrollo y no caiga en la bajeza de la
dialéctica. Ello requiere tres ingredientes: pasión, visión y conocimiento.
Pasión amplia y generosa que sepa emular la que solo
demostramos ante el deporte; visión para apreciar que la Argentina de la
transformación está lejos de los grandes conurbanos; y el conocimiento que
garantiza la seriedad de las propuestas.
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