por Elena Valero Narváez
Miembro de Número de la Academia Argentina de la
Historia
Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de
la Academia de Ciencias Morales y Políticas
Informador Público, 14-12-18
La policía es indispensable para mantener el orden en
una sociedad compleja ya que los hombres no siempre nos ajustamos
espontáneamente a las normas y éstas no abarcan absolutamente a la acción
social. Siempre la normatividad y lo factico se hallan en cambio permanente y
simultaneo. Es natural que muchas veces lo fáctico no esté previsto por la
normatividad, sino que la exceda. Esto señala la vigencia ineliminable de
desajustes y conflictos.
El problema que vemos claramente en nuestro país es
que esto no lo entienden varios líderes políticos ni tampoco numerosos sectores
sociales. Equivocadamente, creen que no basta con morigerarlos sino
utópicamente piensan que hay que eliminarlos. Son los que apelan a la justicia
y armonía social, a la igualitaria distribución de la riqueza, a la creencia de
que se puede eliminar el conflicto y con ello a la policía y la burocracia,
logrando la unión social mediante la terapéutica del amor o la solidaridad. Si
bien la realidad indica que es imposible eliminarlo no significa permanecer
inermes ante él y no tratar de disminuirlo y darle tratamiento.
Y de esto se trata cuando vemos las dificultades que
tiene el gobierno en su intento de darle más poder a la policía ante el elevado
grado de inseguridad que aqueja a buena parte de los argentinos.
La socialización, por la cual nos convertimos en
personas capaces de adaptarnos a los requerimientos que la sociedad necesita
para perdurar, no es perfecta, siempre habrá personas marginales y
frustraciones de todo tipo que llevan a conductas delictivas. Hay que empezar,
por ello, revisando la normatividad. El plan integral que necesita Argentina
para mejorar debiera tener en cuenta qué clase de socialización tienen los
niños en la casa y en el colegio. Se debe para formar individuos integrados al grupo.
Generar el control social interno por el cual los valores sociales se
convierten en constitutivos del propio ser. La cultura al hacerse interna al
individuo al constituir parte de su mundo psicológico se convierte en núcleo
orientador y controlador del comportamiento. Ese control interno se complementa
con el externo la policía, cuando aquel falla.
El tipo de castigo o violencia dependerá de la forma y
el justificativo de la violencia a ejercer por la autoridad o el sistema de
autoridad. La coacción física o psicológica es indispensable y omnipresente
inclusive en todos los aspectos de nuestra vida de relación tanto para dirigir
al niño como para castigarlo o más suavemente para fijarle límites cuando los
sobrepasa. El castigo o amenaza tan mal entendido, en general, induce alguna
forma de abstención, la frustración, o fuerza una determinada acción
conductual. Por supuesto que sabiendo que puede variar desde un simple retiro
de la seguridad psicológica hasta la más cruel violencia física la que llega hasta
a poner en peligro la vida del individuo y su salud mental. El castigo como las
normas es legítimo si es congruente o compatible con ciertos principios éticos.
El conjunto de normas sociales configura el orden de
la sociedad, expresa la única posibilidad de convivir pacíficamente y de
cooperar en paz. Sin ellas aparece el caos y éste es imposible de soportar por
lo que en estos casos no queda otro remedio que la aparición de algún
autoritarismo que por lo general emplea una violencia despiadada para imponer
el orden.
Las normas son flexibles para permitir la creación y
la innovación, incluso las personas pueden comportarse de manera diferente a lo
que imponen las normas, puede violarla arriesgándose a diferentes clases de
penalidad.
Por lo tanto la policía tiene una función esencial,
imprescindible, no puede ser eliminada.
En nuestro país una gran porción de la sociedad no
acepta a las fuerzas del orden llevados por las arbitrariedades que han
cometido en el pasado y que a menudo cometen, debido a que el sistema político
no tiene un buen control sobre sus actos. Tienden a ser más duros en la crítica
sin reconocer que todos los grupos e instituciones- pensemos por ejemplo la
pedofilia en la iglesia- no son infalibles y las cometen, a veces asiduamente,
no sólo con respecto a la normatividad sino a valores éticos, como en este
caso. Hay diferencias en los grados, los momentos y la naturaleza de esas
arbitrariedades, y éstas dependen del poder político
Este tiene en sus manos el poder brindar fuerzas de
seguridad eficientes y responsables. Puede reducir al mínimo las
arbitrariedades, mediante tentativas perfectibles e indispensables desde el
punto de vista práctico si, y sólo si, existe responsabilidad ética en quienes
dirigen la estructura de la violencia. O sea, para mejorar la actuación de la
policía, hay que mejorar el poder político porque sólo él puede operar los
controles sobre la violencia.
No es comprendida en Argentina la función de la
policía, por eso se la cuida y perfecciona poco. Sin ella la vida en una
sociedad compleja no sería posible. La debilidad de la estructura familiar
tradicional, la complejización de las relaciones sociales, las complicaciones
de la socialización, la impersonalidad de la sociedad moderna, entre otras
cosas, crea las condiciones para que sea más factible la violación de las
normas.
El control social es en la actualidad mucho más
difícil que lo fue en las sociedades tradicionales, por la pérdida del control
interno. Por ello, el control externo, en este caso la policía, que ejerce la
violencia institucionalizada, debe aumentar. En estas condiciones su papel es
muy duro e implica alta posibilidad de daño físico y psicológico para sus
miembros por el mero hecho de cumplir con sus funciones como ocurre también, en
otras muchas funciones laborales. El desprecio por su misión revela
desconocimiento de la sociedad moderna.
Si el comportamiento de las fuerzas del
orden es siniestro siempre es culpa del poder político que lo induce o
determina como a otras instituciones, la justicia, por ejemplo.
Es importante resaltar que en la sociedad en que
vivimos la violencia institucionalizada esta codificada, o sea, posee elevada
formalidad. Además, de haberse especializado y diferenciado, es pública, o sea
que las normas y castigos que corresponden a quien viole las normas pueden ser
conocidos en cualquier momento y la represión debe ajustarse a la permisividad
de las normas y debe ser explicada. Aspira a la racionalidad: si se castiga
debe decirse por qué, aunque la explicación pueda ser deficiente o falsa y las
normas inadecuadas, inconvenientes, o inmorales.
Lo peor que puede pasar es que se continúe con
numerosas normas antiguas, inaplicables, o inconvenientes a las nuevas
situaciones sociales, por lo cual la complejidad de la estructura social, la
impersonalidad, la revolución de las aspiraciones son fenómenos que pueden
converger en una reorientación del marco normativo y valorativo que provoque el
fenómeno de la anomia. En este caso no se sabrá a cuales normas atenerse para
desarrollar la acción.
No es lo mismo que la necesidad de elegir entre
opciones en una situación cuyo marco normativo se conoce perfectamente.
Por último y resumiendo, las fallas de la policía no
dependen de ella misma sino del poder político que debiera tener un estrecho
control sobre su conducta y de la sociedad sobre ambos. Puede mejorar si las
normas son mejores y si las creencias de los miembros de la sociedad mejoran
acerca de la libertad, la democracia y la justicia. El respeto a estos
principios son la base del respeto a la policía cuyo trabajo además de ser
indispensable es difícil y peligroso.