viernes, 7 de diciembre de 2018

PARA EL FEMINISMO


 la verdad es lo de menos

Por Daniel Gentile

Alfil, 7 diciembre, 2018

La Comisión Interclaustros de Feminismos y Géneros de la Universidad Nacional de Córdoba convocó a participar en el Paro Nacional de mujeres del pasado miércoles, en repudio al fallo del Tribunal Oral Criminal Nº1 de Mar del Plata, que absolvió a los imputados por la muerte de la joven Lucía Pérez.

Que exista una comisión con semejante nombre sigue siendo impresionante, aún a esta altura del siglo de las sombras. Que su existencia transcurra en el seno de la Universidad Nacional de Córdoba es menos sorprendente, teniendo en cuenta que nuestra Casa de Trejo ya ha institucionalizado cosas peores, como ese engendro que es el lenguaje inclusivo.

Pero que una comisión interclaustros y algunas de sus Facultades adhieran formalmente a la protesta, supone para las autoridades universitarias haber ingresado en un terreno peligroso, teniendo en cuenta que lo que se está cuestionando es una sentencia judicial dictada luego de un abundante aporte de pruebas.

Con las firmas del Decano y la Secretaria General, la Facultad de Ciencias Químicas dictó una resolución disponiendo “arbitrar los medios necesarios para que el personal y las alumnas y los alumnos que quieran adherir y participar de las distintas actividades del paro de mujeres, no vean afectados sus derechos y no se computen las inasistencias en los horarios previstos para el desarrollo de las mismas”.

Aquí hago una pausa para hacer público mi agradecimiento a los profesores que suscribieron el comunicado, por un evidente gesto de valentía. Anunciaron que justificarían la inasistencia a clases de “las alumnas y los alumnos”, lo cual demuestra que aún disponen de la cuota de coraje que se necesita en estos tiempos para abstenerse de “lxs alumnxs” o “les alumnes”.

La adhesión formal a la movilización por parte de la Facultad de Ciencias Químicas adquiere una especial trascendencia. Estamos hablando de una institución en la que se estudia algo que puede denominarse una “ciencia dura”, es decir una disciplina que no puede navegar por encima de la realidad. Esto de algún modo obliga a los integrantes de esa Facultad a ser más rigurosos, más objetivos, más respetuosos de los hechos, que quienes se dedican, por ejemplo, a la filosofía, altísima disciplina que permite, sin embargo, asumir posturas refractarias a toda comprobación.

Parece entonces que nuestros docentes de química debieron ser más respetuosos, no sólo de los jueces que absolvieron a los imputados, sino también de los seis peritos (que son seis científicos, y por ende seis colegas) que emitieron los dictámenes en base a los cuales los magistrados dictaron la sentencia.

Conviene aclarar que los imputados fueron absueltos de los cargos de abuso sexual y femicidio, pero fueron condenados a ocho años de prisión por tenencia de estupefacientes con fines de comercialización, agravado por ser en perjuicio de menores de edad, y en inmediaciones de un establecimiento educativo”.

La pobre Lucía murió el 8 de octubre de 2016. Un día antes le había comprado al fiado un “porro” a uno de los acusados. A la mañana siguiente, éste y otro hombre pasaron a buscarla, según lo habían convenido por chat. Se trataba, aparentemente, de un encuentro sexual en el que probablemente los tres participantes consumieron drogas. Horas después, la chica estaba muerta. Los hombres fueron detenidos a pedido de la fiscal María Isabel Sánchez, y en el primer allanamiento en los domicilios de los acusados se encontró cocaína y marihuana fraccionadas para la venta.

Horas después, la fiscal convocó a una conferencia de prensa y reveló detalles espantosos. Dijo que Lucía había sido drogada y luego violada con tal saña que le causó la muerte. Añadió la representante del ministerio público que a lo largo de su carrera no había visto nada semejante, y que la chica había sido empalada.

Nada de eso pudo probarse en el debate. Seis peritos –entre ellos los de la Fiscalía y la parte querellante- defendieron sus informes, y todos llegaron a la conclusión de que no había existido abuso sexual. Los jueces, al absolver a los imputados de los cargos más graves, destacaron que todos los peritos coincidieron en que la causa de la muerte fue intoxicación por sobredosis de estupefacientes. Ninguno de los expertos formuló, siquiera a modo de conjetura, otra causa probable del deceso
.
Pocas veces se ve en un juicio un dictamen pericial tan concluyente, sobre todo cuando los especialistas son numerosos y algunos de ellos representan a intereses contrapuestos. 
En la misma sentencia, el tribunal se vio en la necesidad de dedicar un párrafo a la fiscal Sánchez, que instruyó la causa. Los magistrados señalaron que los dichos de la funcionaria despertaron “una serie de reacciones dolorosas, fundamentalmente para los padres de la menor, que hasta hoy tienen que llevar a cuestas esta horripilante historia surgida de la imaginación de la fiscal”. 

Y añadieron: “Ha sido como una bola de nieve que ha ido arrastrando a su paso no sólo a los directos involucrados, sino a grupos de derechos humanos, instituciones públicas y privadas y hasta personas ajenas al proceso, que confiando en los dichos de la fiscal, fueron tomando partido sobre un tema cuya información era errónea.”

Esto es lo que han dicho los jueces, basados en los informes de un cuerpo de peritos, algunos de ellos designados por la acusación y por la familia de Lucía.
Me hago cargo del dolor y hasta de la bronca de los padres de la chica. La muerte de un hijo, sobre todo en plena juventud, es siempre una tragedia, y los padres, por alguna razón, tienden a buscar culpables. Hay que entenderlos. Incluso hay que entender que estén cargados de odio.

La reacción del partido feminista transversal, de la prensa hegemónica, y en general del nuevo establishment, obedece a otros motivos, mucho más fríos que los que mueven a los familiares de la joven.
El feminismo nunca aceptará una sentencia que no sea condenatoria. Nunca tolerará otra versión que no sea la de la fiscal Sánchez. Nunca aceptará que Lucía sencillamente murió por sobredosis y que no fue ni abusada ni asesinada.

Al feminismo (que odia al hombre pero sobre todo odia la femineidad) no le sirve una mujer viva, ni muerta por causas no atribuibles a un hombre. Lucía muerta por intoxicación no es apta para sus fines. Porque esencialmente Lucía no les importa, como en realidad no les importan las mujeres. Para justificar su existencia como movimiento, el feminismo necesita sangre, necesita cadáveres de mujeres asesinadas por hombres, y del modo más horrible que pueda imaginarse. Esos cadáveres son los que –paradójicamente- dan vida a esta ideología, y al mismo tiempo les permiten a sus múltiples organizaciones seguir facturando extravagantes subsidios tanto públicos como privados.

Pero vivimos, lamentablemente, en la era de la “posverdad”, en la que todo corre el peligro de ser degradado a la categoría de “construcción social”, y cualquier “percepción”, aunque vuele por encima de la realidad, debe ser aceptada sólo porque satisface al sujeto que la experimenta. Al feminismo, que ha decretado que Lucía fue violada y asesinada, sólo le sirve una sentencia útil a sus fines, la que se acomode a su “percepción” de los hechos. Como disponen de un enorme poder, arrastran a muchos, que a veces siguen la ola sólo por el temor de quedar afuera de la ética mayoritaria.