sábado, 10 de agosto de 2019

EL SENTIDO ÉTICO DEL SUFRAGIO



Por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado


-“La vida humana es cultural y moral, precisamente porque es una vida social. En el caso de la especie humana, la cooperación y otras necesidades de la vida social no son una consecuencia automática de los instintos, como ocurre entre las abejas y las hormigas.” (Clyde Kluckhohn)

Cuando en 1912 --ya muy enfermo--  el presidente Roque Saénz Peña anunció al país que se había sancionado la Ley 8871 para regir los procesos electorales, no hay dudas que entre el Congreso y el Poder Ejecutivo se había dado una coincidencia histórica. Con esa normativa se cerró un largo ciclo de irregularidades tanto en el ejercicio del derecho a votar de los argentinos, cuanto en lo atinente a los procedimientos administrativos y judiciales vinculados a esa problemática.

En una nota anterior (Sepa el pueblo votar..!) hicimos referencia al carácter “individual” del sufragio como derecho de los ciudadanos acorde a la ley citada y, sobre todo, según la Constitución: art. 37 y sus concordantes: “El sufragio es universal, igual, secreto y obligatorio”.  Consecuente, la ley 8871 así lo establece: “el sufragio es individual” (art. 5).

“-La cultura es el soporte social de la calidad política de un pueblo. Elaborada por las tradiciones,  avanza por el nivel mental de su dirigencia.” --“La moral no es moralina, ni la ciencia es beatería.” (J. Caunedo)

Un amigo me corrigió diciendo que el voto es “un acto social” y no meramente individual. Lo cual no agrega ni quita nada. La sociabilidad es uno de los atributos principales de la mujer y el hombre, y en función de su ejercicio el ser humano deviene algo más y mejor que un ente biológico.  De su parte las ciencias sociales consideran al hombre como producto y productor de la sociedad, por su condición de poseedor de un psiquismo y así establecer relaciones “con otros” que son algo más --a veces mucho más-- que conexiones físicas. Y al psiquismo lo poseen los individuos.

Cuando la ley le reconoce el derecho de votar para  que el grupo humano tenga un gobierno, no le está asignando un privilegio como antes de 1789 en que la nobleza revestía, aún siendo minoría, una jerarquía política y económica que no cabía en la existencia de la amplia mayoría (los “súbditos”) de la población. Ese régimen cedió cuando el  proceso de las revoluciones “”liberal-burguesas”  lo hizo estallar por motivaciones, junto a otras, comerciales y/o religiosas. 
Un fenómeno progresivo que llevó largo tiempo en su maduración.  Hasta bien avanzado el siglo XIX millones de individuos debieron esperar para que se reconvirtieran en “ciudadanos”, o sea lo que el diccionario califica como “miembros de un Estado sujetos de ciertos derechos y deberes”.

“-En el debate por la reforma parlamentaria (Londres, 1832) Macaulay le advirtió a la alta nobleza que la resistía: “-No hagamos como los franceses que no toleraron a Turgot y su reforma financiera, y tuvieron seguidamente que aguantarlo a Robespierre.”

Fue, a no dudarlo, un cambio sustancial en la condición socio-política de las mayorías, y que habilitó las formas de participación con el ejercicio del voto y seguidamente en la constitución de agrupaciones (partidos y logias) dirigidas a terciar en las relaciones del poder político con la sociedad. Un fenómeno que se puso a prueba al confrontar con las transformaciones positivas que fue realizando la propia clase dominante.

“-Después de Maquiavelo es  insensato confundir la política con la moral. Pero una dirigencia sin un buen nivel ético lleva la sociedad  a la condición de rebaño o algo peor. Se ha dicho bien que, por algo así,  el nazismo se apoderó del pueblo más culto de Europa.”
Ahora, el individuo como protagonista de la vida política, al acceder a la categoría democrática de ciudadano, no solo califica como dueño del voto sino que, a la vez, se lo reconoce como el actor básico del destino político de la sociedad. El mero individuo existió siempre aunque sin esa competencia fundamental. El paso de uno a otro implicó algo así como un “salto cualitativo” que interrumpió un recorrido de muchos siglos. De ente pasivo, mero espectador y objeto, del sistema de poder, cruzó la valla de la historia y se transfiguró, en el autor y actor de lo que es básico en la vida política. A destruirlo como tal se ocupan los tiranos y demagogos, incluso fuertemente ayudados con ciertos modos de la tecnología comunicacional.

No cabe olvidar que la condición de individuo no implica aislamiento o ruptura con la sociabilidad.  La unción del ciudadano -titular jurídico y político del sufragio--  se ejerce como una responsabilidad. Su participación en el régimen democrático extiende sus efectos en los derechos e intereses de la estructura societal. Proyecta consecuencias en aquello que los clásicos llamaron “el bien común”. Lo hace para bien o para mal. De ahí la vocación moral de su responsabilidad.-
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