Por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del
Estado
-“La vida humana es
cultural y moral, precisamente porque es una vida social. En el caso de la
especie humana, la cooperación y otras necesidades de la vida social no son una
consecuencia automática de los instintos, como ocurre entre las abejas y las
hormigas.” (Clyde Kluckhohn)
Cuando en 1912 --ya muy
enfermo-- el presidente Roque Saénz Peña
anunció al país que se había sancionado la Ley 8871 para regir los procesos
electorales, no hay dudas que entre el Congreso y el Poder Ejecutivo se había
dado una coincidencia histórica. Con esa normativa se cerró un largo ciclo de
irregularidades tanto en el ejercicio del derecho a votar de los argentinos,
cuanto en lo atinente a los procedimientos administrativos y judiciales
vinculados a esa problemática.
En una nota anterior
(Sepa el pueblo votar..!) hicimos referencia al carácter “individual” del
sufragio como derecho de los ciudadanos acorde a la ley citada y, sobre todo,
según la Constitución: art. 37 y sus concordantes: “El sufragio es universal,
igual, secreto y obligatorio”.
Consecuente, la ley 8871 así lo establece: “el sufragio es individual”
(art. 5).
“-La cultura es el
soporte social de la calidad política de un pueblo. Elaborada por las
tradiciones, avanza por el nivel mental
de su dirigencia.” --“La moral no es moralina, ni la ciencia es beatería.” (J.
Caunedo)
Un amigo me corrigió
diciendo que el voto es “un acto social” y no meramente individual. Lo cual no
agrega ni quita nada. La sociabilidad es uno de los atributos principales de la
mujer y el hombre, y en función de su ejercicio el ser humano deviene algo más
y mejor que un ente biológico. De su
parte las ciencias sociales consideran al hombre como producto y productor de
la sociedad, por su condición de poseedor de un psiquismo y así establecer
relaciones “con otros” que son algo más --a veces mucho más-- que conexiones
físicas. Y al psiquismo lo poseen los individuos.
Cuando la ley le
reconoce el derecho de votar para que el
grupo humano tenga un gobierno, no le está asignando un privilegio como antes
de 1789 en que la nobleza revestía, aún siendo minoría, una jerarquía política
y económica que no cabía en la existencia de la amplia mayoría (los “súbditos”)
de la población. Ese régimen cedió cuando el
proceso de las revoluciones “”liberal-burguesas” lo hizo estallar por motivaciones, junto a
otras, comerciales y/o religiosas.
Un fenómeno progresivo
que llevó largo tiempo en su maduración.
Hasta bien avanzado el siglo XIX millones de individuos debieron esperar
para que se reconvirtieran en “ciudadanos”, o sea lo que el diccionario
califica como “miembros de un Estado sujetos de ciertos derechos y deberes”.
“-En el debate por la
reforma parlamentaria (Londres, 1832) Macaulay le advirtió a la alta nobleza
que la resistía: “-No hagamos como los franceses que no toleraron a Turgot y su
reforma financiera, y tuvieron seguidamente que aguantarlo a Robespierre.”
Fue, a no dudarlo, un
cambio sustancial en la condición socio-política de las mayorías, y que
habilitó las formas de participación con el ejercicio del voto y seguidamente
en la constitución de agrupaciones (partidos y logias) dirigidas a terciar en
las relaciones del poder político con la sociedad. Un fenómeno que se puso a
prueba al confrontar con las transformaciones positivas que fue realizando la
propia clase dominante.
“-Después de Maquiavelo
es insensato confundir la política con
la moral. Pero una dirigencia sin un buen nivel ético lleva la sociedad a la condición de rebaño o algo peor. Se ha
dicho bien que, por algo así, el nazismo
se apoderó del pueblo más culto de Europa.”
Ahora, el individuo
como protagonista de la vida política, al acceder a la categoría democrática de
ciudadano, no solo califica como dueño del voto sino que, a la vez, se lo
reconoce como el actor básico del destino político de la sociedad. El mero
individuo existió siempre aunque sin esa competencia fundamental. El paso de
uno a otro implicó algo así como un “salto cualitativo” que interrumpió un
recorrido de muchos siglos. De ente pasivo, mero espectador y objeto, del
sistema de poder, cruzó la valla de la historia y se transfiguró, en el autor y
actor de lo que es básico en la vida política. A destruirlo como tal se ocupan
los tiranos y demagogos, incluso fuertemente ayudados con ciertos modos de la
tecnología comunicacional.
No cabe olvidar que la
condición de individuo no implica aislamiento o ruptura con la
sociabilidad. La unción del ciudadano
-titular jurídico y político del sufragio--
se ejerce como una responsabilidad. Su participación en el régimen
democrático extiende sus efectos en los derechos e intereses de la estructura
societal. Proyecta consecuencias en aquello que los clásicos llamaron “el bien
común”. Lo hace para bien o para mal. De ahí la vocación moral de su
responsabilidad.-
-------