ya es
“Alberto” pero Mauricio sigue siendo “Macri”
Análisis político y el
dilema de la ola celeste
Juan Carlos Monedero
Empecemos por lo importante.
Alberto es Aborto.
Pero al menos te lo dice.
Macri celebra un Congreso
Eucarístico, se viste de niño de Primera Comunión, y luego te la clava por la
espalda. Porque “promueve el debate” pero Alberto Fernández está “decidido” a
legalizarlo. La Conferencia Episcopal Argentina aún no ha pronunciado palabra.
El triunfo de F-F parece el
resultado de la combinación de la crisis económica y de las alianzas entre
Cristina, Alberto Fernández, Sergio Massa, Pino Solanas y Victoria Donda, entre
otros. Al poner a sus principales críticos al lado, mejor cerca que enfrente,
Cristina restó fundamento a los temerosos del kirchnerismo puro y duro,
capitalizando a los votantes de esos frentes. La recesión, la inflación, la
suba del dólar y el cierre de pymes hicieron el resto. Al Presidente se lo
llama por su apellido y el retador tiene nombre de pila: Alberto.
De manera semejante a Perón
–que en el 46 ganó con los diarios en contra y en el 55 fue derrocado con los
diarios a favor–, CAMBIEMOS es vencido mientras medios oficialistas o por lo
menos anti-K copan el 75% de la audiencia nacional. El kirchnerismo roza el 50%
de los votos positivos (no del padrón) con un monopolio potente pero que
representa el 20% de esta audiencia. No tenían tan buenas cartas pero las
jugaron mejor.
Los últimos dos meses, el
kirchnerismo golpeó una y otra vez sobre la economía, siguiendo el principio
táctico de martillar al adversario por su flanco más débil. Y acudieron a la
virtud cristiana de la templanza: metieron a la posesa de Bonafini en el
loquero, la amordazaron, taparon la boca a La Camorra y superaron todas las
pretéritas contradicciones (Alberto vs. Cristina, Cristina vs. Massa, Massa vs.
Kicillof, Pino Solanas vs. Cristina, Donda vs. Cristina) diciendo “es tan grave
lo que está haciendo Macri, que hasta nosotros nos unimos”. Trabajaron en las
redes sociales con una disciplina militar, con una voracidad política digna de
mejor causa.
Alberto 47, Macri 32.
Sumados son 79. Si a este 79 le sumamos los 8 puntos de Lavagna y los 4 de Del
Caño, tenemos 91 %. Esto significa que 9 de cada 10 votos positivos (otra vez:
no 9 del padrón) apostaron por agendas progresistas; o sea –lo sepan o no–
anticristianas y antiargentinas. Si los votaron a causa o a pesar de la agenda,
es otro tema.
El 25% del padrón no se
presentó a las elecciones. No es un número despreciable aunque los analistas
políticos eviten cuidadosamente hablar de él (no quieren darle aire a quienes
están hartos de este sistema político). Tampoco se hacen cargo del descrédito
de la democracia, y entonces ignoran el dato de que casi 8 millones y medio de
personas se ausentaron. A estos 8 millones –descontando a quienes no votaron
porque están fuera del país, muchos ancianos, dementes e inhabilitados– el
sistema no le merece credibilidad. Sigue siendo verdadera aquella frase según
la cual “el poder que ellos tienen es el poder que nosotros le damos”.
Alberto Fernández arrasó en
Santiago del Estero con el 75% y ganó por una gran mayoría en Formosa, con casi
el 66%. CAMBIEMOS sólo ganó en Córdoba con el 48% y en Capital Federal con casi
el 45%.
8 de cada 10 votos positivos
votaron ya a CAMBIEMOS, ya kirchnerismo con sacarina: esto es, partidos
políticos encabezados por multiprocesados. El 80% de los votos positivos sigue
atrapado en esta ecuación binaria, que restringe el pensamiento a dos formas
distorsionadas de ver la realidad.
El gobierno recién ahora
abre los ojos pero lo cierto es que tuvo la realidad todo el tiempo en la nariz
y no quiso, no pudo o no supo. Al igual que un militante verde frente a una
ecografía, la cerrazón gubernamental sólo será erosionada por el dolor.
¿Y los provida? Las marchas
celestes llegaban al número de millones en las calles. Aún descontando a los
menores de 16, es un hecho que muchos no votaron a los dos partidos celestes:
Centurión y Biondini. La constatación de que la causa provida es más fuerte y
más dinamizadora de la sociedad fuera que dentro de las urnas debería decirnos
algo. La democracia nos volvió raquíticos. Adelgazó nuestro capital numérico y
suele algodonizar, quieras que no, nuestro discurso. Si es verdad que somos más
poderosos fuera de las urnas que dentro de ellas, ¿por qué no sentar las bases
de un movimiento político provida?
En el medio de un engañoso
triunfalismo K y del catastrofismo amarillo, no olvidemos las palabras de
Rudyard Kipling: «Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre
con la misma indiferencia». Y tengamos presente la sentencia de Charles
Maurras: en política, la desesperación es una estupidez.