Autor: Santiago MARTÍN,
sacerdote
Católicos-on-line, noviembre
2019
El Santo Padre se encuentra
ya en Japón en el momento en que escribo este artículo, pero no se sabe nada
aún del mensaje que dirigirá a los pocos católicos japoneses y a ese pueblo en
general. En su visita a Tailandia, país de abrumadora mayoría budista, ha
insistido en el diálogo interreligioso para que las religiones sean causa de
paz y no sean manipuladas por los políticos para justificar sus guerras. Una
vez más ha alertado a los católicos contra el proselitismo, a la vez que les
pedía que anunciaran el Evangelio a todos los hombres, como un regalo y no como
una imposición. Esa es la diferencia entre proselitismo y evangelización: el
uso de la violencia o de cualquier estrategia que fuerce a la persona a
convertirse. En realidad, si alguna vez se hizo, hace ya muchísimo tiempo que
está en desuso. La Iglesia no tiene poder alguno para exigir a nadie que se
haga católico y no existe ningún misionero que condicione la ayuda social a la
conversión. Desde luego, en Tailandia y en Japón ambas cosas son impensables.
Esta semana, además del
viaje del Papa, ha sido noticia, triste noticia, el ataque que sufre la Iglesia
en varios países latinoamericanos. Las protestas sociales, que forman parte de
los derechos de las sociedades democráticas, se han transformado en violencia
que, en algunos casos, ha incluido saqueos a templos preferentemente católicos.
Las escenas de lo ocurrido en Chile han aterrorizado al continente y han servido
para que todos entiendan por dónde pueden ir las cosas si los violentos se
hacen con el poder. Pero no sólo ha sido la Iglesia chilena la víctima de la
violencia, también la de Nicaragua ha probado en sus carnes el ataque de los
paramilitares sandinistas; la catedral de Managua fue profanada y golpeados sin
piedad el sacerdote y la religiosa que quisieron impedirlo; varias iglesias, en
Masaya y en otras ciudades del país, también conocieron la violencia de las
hordas comunistas. Porque hay que decirlo claramente: los que están detrás de
todo esto son los comunistas y eso lo ha reconocido la OEA -Organización de
Estados Americanos-, que ha admitido que Cuba y Venezuela han sido los que han
instigado las revueltas en Chile y Ecuador. Mientras, en Bolivia han sido
arrestados diplomáticos cubanos acusados de pagar a los que reclaman con
violencia la vuelta de Evo Morales. Colombia no se ha quedado atrás y el jueves
vivió una jornada de manifestaciones que, afortunadamente, fue pacífica en la
mayor parte del país, menos en Bogotá y Cali, donde los radicales mostraron su
poder.
Las legítimas
reivindicaciones sociales y la necesidad de que se ponga fin a la corrupción,
es manipulada por la extrema izquierda para derribar a Gobiernos que han sido
elegidos en las urnas, como en Chile, Ecuador, Perú o Colombia. La Iglesia debe
entender que, si bien hay que rechazar el capitalismo salvaje que tanto daño
está haciendo, la solución no pasa por echarse en brazos del comunismo, como
pretende la teología de la liberación. Lo que está pasando en Cuba, en
Venezuela o en Nicaragua debería servir de lección a todos aquellos a los que
de verdad les preocupa el bien del pueblo y no el triunfo de su ideología.
La Doctrina Social de la
Iglesia, que rechaza tanto el comunismo como el capitalismo salvaje, es el
camino, y los obispos deberían pedir a los Gobiernos que la aplicaran. Lo demás
se está pagando ya muy caro y se puede llevar por delante la democracia en todo
el continente.