están en vías de convertir a
México en un estado fallido
El
autor y analista político internacional plantea cuál es el mayor desafío de
Andrés Manuel López Obrador jaqueado por el narcotráfico
Por Bret Stephens
Infobae, 15 de noviembre de
2019
(The New York Times) -
Estando aquí por una visita de trabajo, tuve la oportunidad de cenar con uno de
los estadistas más experimentados del país, y lo escuché describir los mayores
desafíos de la nación. Mencionó tres: “Estado de derecho, Estado de derecho y
Estado de derecho”.
La verdad de esa observación
quedaría recalcada pocos días después, cuando un grupo de personas armadas
asesinaron a nueve miembros de la familia LeBarón en una carretera rural en el
estado norteño de Sonora. Si bien el motivo de la masacre todavía no está
claro, su crueldad sí lo está: tres mujeres y seis niños, incluido un par de
bebés gemelos, fueron acribillados a corta distancia y quemados vivos en sus
autos.
El incidente ha ganado gran
atención en los Estados Unidos principalmente porque los LeBarón son parte de
una histórica presencia mormona estadounidense en el norte de México. (George
Romney, el difunto gobernador de Míchigan y padre de Mitt, nació en una colonia
mormona en Chihuahua en 1907, la cual se vio obligado a abandonar siendo un
niño durante la Revolución mexicana).
Sin embargo, la razón por la
que los asesinatos realmente importan es que son un nuevo recordatorio de que
México va rumbo a convertirse en un Estado fallido.
La responsabilidad de esta
situación la tiene la combinación de incompetencia administrativa y necedad
ideológica de Donald Trump y su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador.
En 2015, le pregunté al entonces candidato Trump si temía que sus políticas
proteccionistas pudieran perjudicar a México de una manera que, en última
instancia, también perjudicara a Estados Unidos. Su respuesta: “No me importa
México, sinceramente. En verdad no me importa México”.
Desde entonces, Trump ha
forzado una renegociación cuestionable del TLCAN, pero no ha logrado que el
nuevo tratado de comercio sea ratificado en el Congreso, lo que ha causado una
incertidumbre comercial que ha llevado a la economía mexicana al borde de la
recesión. Le tomó al gobierno más de un año designar a un nuevo embajador en
México, luego de que la anterior renunció indignada. Además, la insistencia de Trump de que México
militarizara su frontera con Guatemala ha drenado a su Ejército del personal
militar necesario para combatir a los carteles del narcotráfico.
El mes pasado, en la ciudad
noroccidental de Culiacán, las fuerzas de seguridad mexicanas se vieron
rápidamente superadas en número y armamento cuando intentaron arrestar al hijo
de Joaquín el “Chapo” Guzmán, el capo de la droga encarcelado. Los soldados se
rindieron y el hijo fue liberado de inmediato.
Si las acciones de Trump han
sido dañinas, las de López Obrador han sido desastrosas.
Su
lema a la hora de encarar la violencia de los carteles es “abrazos, no
balazos”. Su estrategia ha sido incrementar la inversión en programas sociales
mientras les pide a los mafiosos que piensen en sus madres. Ha
afirmado, ridículamente, que la delincuencia está bajo control y sigue
insistiendo en que no tiene la intención de reconsiderar su enfoque. En el fiasco de Culiacán, alabó la decisión
de liberar al hijo del “Chapo”, al mismo tiempo que ordenó divulgar el nombre
del oficial responsable de la operación, con lo que ha puesto en riesgo su
vida. Muchos de los oficiales del Ejército ahora odian abiertamente a su comandante
en jefe.
Esta parodia de política ha
tenido un resultado predecible: el 2019 va rumbo a convertirse en el año más
violento de México en décadas, con unos
17.000 asesinatos cometidos entre enero y junio. Para ilustrarlo de otra
manera, ese número supera la cifra de civiles muertos en Irak en el apogeo de
la guerra en 2006.
Entonces ¿qué funcionaría?
Durante una conversación, un antiguo alto funcionario de inteligencia de
Estados Unidos sugirió una analogía admonitoria.
Según el exfuncionario, “lo que siempre se ha necesitado es
construir una campaña civil y militar conjunta, en la que el aspecto militar
incluya todos los servicios de seguridad, de forma similar a la campaña de
contrainsurgencia que se adoptó durante la escalada en Irak”.
Pero ¿no se ha intentado ya
eso en el pasado?
No exactamente. Bajo la
presidencia de Felipe Calderón (2006-2012), México adoptó una estrategia
“contra los capos”, es decir, con el objetivo de capturar a líderes de
carteles. Sin embargo, las decapitaciones nunca funcionan cuando tu enemigo es
la Hidra de Lerna. Su sucesor, Enrique Peña Nieto, creyó que la prosperidad
económica y las reformas políticas podrían ser el antídoto para la
delincuencia, lo cual resultó ser otro espejismo, pues el crecimiento se
estancó y la corrupción se disparó.
“Cuando los presidentes
mexicanos le han dado un vistazo al asunto, no pueden dejar de sentir que la
tarea es demasiado abrumadora”, señala el exfuncionario. “Demanda demasiado
personal, y no me refiero solamente a fuerzas de seguridad que limpien,
mantengan y reconstruyan. Estas fuerzas deben tener el apoyo de autoridades
judiciales fuertes, las cuales a su vez deben tener el respaldo de autoridades
penitenciarias fuertes. Esas son las tres patas del “taburete” del Estado de
derecho, y si alguna de ellas es frágil, la iniciativa entera puede venirse
abajo”.
En México, todas las patas
del taburete están agrietadas. Las prisiones están fuera de control. Las
autoridades municipales les temen a los carteles. La “tasa de impunidad”, es decir, la probabilidad de que los crímenes
no sean castigados, llega prácticamente al 99 por ciento.
Esta no es una situación
normal para México. O el país toma el control de su crisis institucional y sus
deficiencias de liderazgo, o va a asemejarse cada vez más a Irak antes de la
escalada, con el dinero del narcotráfico tomando el lugar del fanatismo
religioso. A Donald Trump podrá no importarle México, pero a ti sí te debería
importar. Incluso si construimos un muro, no existe crisis alguna que respete
una frontera.